Hay tantas anécdotas que muchas confluyen en lo que muchos las hemos vivido.

 

La radio siempre tuvo vuelo propio. Pudo estar arriba de la heladera, colgada de un árbol, en la cocina, en el cuarto, en el patio, debajo de la almohada, en los lugares más insólitos. Lo que importa es ese sonido mágico que estremece nuestro cuerpo.

La AM creció con la amenaza de que iba a desaparecer cuando llegó la televisión. Y ni hablar cuando surgieron las FM. Todas son audiencias y se complementan. En la Capital Federal, en el Gran Buenos Aires y en todo el país, algunas tienen programaciones diferentes y otras se complementan. Con Spotify y las diversas plataformas que potencian los contenidos, la radio no tiene fronteras. Desde una aplicación cualquiera se escucha lo que uno quiere, donde quiere y cuándo quiere. Y el audio también se transformó en podcast e invade el universo.

 

La radio no sólo es la voz o lo que suena. La radio es la planta de transmisión, los técnicos, los conductores, los columnistas, los operadores, los productores, los creativos de turno. Y los móviles (movileros) en la calle, los verdaderos “ojos de la radio”, los que traen la magia y le ponen voz a la imaginación. Todos esenciales del aire.   Todos hicimos y hacemos radio.

Y están los protagonistas más importantes: los oyentes. Están los fieles de hace años, los que se transportan al pasado y al futuro. Vibran y sueñan, reconocen las voces, se sienten parte de esa familia del éter y virtual. También es el lugar de las confesiones.

La radio también festeja con la publicidad, con los anunciantes, que se ha ido adaptando a formatos y a maneras de comunicar.  Ese aviso que llega a la gente y que tiene un rating propio cuando se dice “lo escuché por la radio”.

Los recuerdos van y vienen. ¿Quién no puso la oreja pegada al parlante? Y en el viaje en auto, sentado atrás, escuchando lo que le gustaba a papá. E imaginando lo que esas palabras decían…

Ahora, pareciera que todo es más fácil para escuchar radio. Pero, basta recordar lo que pasó el año pasado para el día del padre con el apagón en todo el país: no hubo ni tevé, ni radio eléctrica, ni carga de celulares por horas. Volvió la radio a pilas. Aparecieron las Spika en todas sus formas.

Y es justo recordar a algunos hacedores. Los que han dejado huella y marcado el camino con estilos. Sólo algunos: Miguel Angel Merellano, lo que logró Héctor Ricardo García cuando hizo “explotar” con su estilo en Radio Colonia, lo que generaron los Carlos Infante (padre e hijo, en Rivadavia), el estilo que instaló Santo Biasatti en Del Plata y en Mitre, la revolución que generó Daniel Hadad con la creación de Radio 10 y Mega.

El recuerdo de los relatos de los goles por Fioravanti, José María Muñoz, Juan Carlos Morales y Héctor Caldiero a la poesía que terminó en las redes con Víctor Hugo, Osval Wehbe y Walter Saavedra. Y ese momento insuperable de llevar la radio pegada al oído en la cancha, en plena popular y perderla para siempre: voló por el aire cuando un gol se transformó en avalancha. La radio también está en los sellos de las noticias con El rotativo del aire (Rivadavia), Mitre Informa Primero (Mitre), Radio Noticias del Plata (Del Plata), Siempre noticias (Radio 10), la frase de  “continuidad informativa” que instaló Radio América o el SIC de Continental. Cada uno con su identidad.

La magnitud de la radio también lo dieron las emisoras como Colonia, El Mundo, Belgrano, Excelsior. Y las emblemáticas provinciales, como LU12 de Río Gallegos, Cadena 3, de Córdoba, LV10 de Mendoza, LU5 de Neuquén, entre tantas otras miles de emisoras. Las que están, las que desaparecieron o cambiaron sus nombres.

De los radioteatros, las actuaciones de orquestas completas en los estudios, los efectos “radiales” de la lluvia y truenos” a las transmisiones en vivo, con audio y video, por Facebook. Y el logro mayor: ese “live” termina en las pantallas de los canales de tevé. ¿Quién lo hubiera pensado?

 

Hoy, cuando todo es audiovisual, la radio se reinventa y es cada vez más protagonista.

 

Cada radio tiene su perfume, el que lo identifica.

 

Y se “huele” por la oreja.

 

P.D.: Esta columna está escrita en homenaje a Néstor Ibarra.

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