Roberto recibió al equipo de La Opinión Austral en su casa, sobre la calle Chile de Río Gallegos. No quiso recordar anécdotas puntuales y su relato se remonta en los vaivenes de los tiempos que compartió con Néstor Kirchner.
Cuando Néstor asumió la Presidencia, a Roberto lo llamaron desde una revista del rubro gastronómico de Buenos Aires para preguntarle qué comía el expresidente.
“Era una ‘plomada’ cuando estaba él, porque no se podía hablar de otra cosa que de política y de la proyección de la provincia”, describió entre muecas de nostalgia.
Para él, Néstor fue evolucionando como líder político desde la semilla que germinó en el sur hasta lo que es, incluso, hoy. “Él nos contaba proyectos, preguntaba todo, con esa idea de ‘yo hablo con mis amigos para saber qué pienso’, así que nos tiraba preguntas y se daba cuenta que había cosas en las que coincidía y otras que incorporaba”, recordó.

1993. A dos años de asumir la gobernación de Santa Cruz
Perón decía que organizar no era “juntar gente” y Roberto, sin
pensarlo, rememoró esa idea y recordó que Néstor no estaba solo.
“Una persona sola no hace una revolución, no hace una provincia. Nos enseñó que el héroe individual, cuando hay un movimiento nacional, popular, de resistencia y defensa de un pueblo, no existe”, contó.
Algo que Néstor le dijo una vez, es que él “sin Cristina no era nada”, desde las más pequeñas cosas, “Cristina era una influencia importantísima”.
Su figura, consideró, siempre ha sido colectiva. Él estaba consciente de eso y estaba orgulloso. “Alguien tenía que encabezar, pero entendido eso, cualquiera que hable de él está hablando de su gente y de su provincia”, se aseguró Roberto que entendiéramos desde el principio.

Néstor Kirchner junto a Cristina durante su primera gobernación
En ese momento, volvió a la anécdota de la comida preferida de Néstor. “En realidad era muy apático para la comida, si era por él comía pollo con zanahoria rallada. Cuando hacíamos asado acá y
había pollo, Miguel Auzoberría decía ‘uh, hay pollo a la parrilla, viene Néstor’”, recordó.
Las primeras etapas
Roberto aseguró que le gusta pensar a Néstor y se da el gusto de hacerlo porque sigue evolucionando en su mente. “No es que haya distintos ‘Néstor’, hay toda una evolución, yo recuerdo nuestras peleas como las tuvimos hasta el final”, aclara.
Para él, era un inspirador natural. “El carisma se necesita, todo líder lo necesita. Él era un inspirador, no siempre de lo mismo. La circunstancias y momentos son por segmentos. Aquel compañero joven, que yo conocí fue en circunstancias no políticas, cuando él estudiaba en La Plata y tenía unos 24 años”, aseguró.
En ese entonces, Roberto vivía en El Calafate, cuando con Humberto Quiñones armaron la Juventud Peronista que integraba la séptima región. Luego, se volvió a Río Gallegos con su familia. Era una “manera de progresar”, contó. Se integraron, en aquella época, en la Unidad Básica que luego se llamó “Mártires de Trelew” y estaba ubicada sobre la calle Tucumán y Belgrano.
Año 1979, estaba vendiendo caballos en Buenos Aires. Justo vuelve a Río Gallegos cuando lo invitan a la inauguración del Ateneo Juan Domingo Perón.
Ricardo Forster una vez dijo ‘vine a averiguar dónde empezó todo’. “El Ateneo era una cosa hermosa porque era una manera de institucionalizar todas las cosas que traíamos encima”, describió.
A partir de ahí, comienza otra inspiración. Lo que sería la “segunda etapa”
“Ahí decía ‘vamos a hacer política’, pero ya con otro criterio, el anterior era un criterio montonero, en este fue de resistencia, de tener una dictadura que estaba oprimiendo, de estar metidos en una defensa porque había toda una masacre que se venía”, recordó.
Pasar a ser clandestino, mencionó, “era imposible, irse era perder algo que se podía hacer acá”. En ese momento, Roberto se fue a
Córdoba.
En 1975 Roberto quedó detenido un año. “Siempre con un miedo bárbaro, porque no estábamos acusados de nada, había Estado de sitio”, rememoró. Ahí, empezaron a perderse la continuidad de algunos lazos.
Siempre con esa cosa de decir ‘vamos a volver’. “Yo vine en el ‘79 y enganchamos el Ateneo. Es una cosa hermosa, porque se juntaba la gente, y como no había una actividad política permitida, la actividad era para adentro. No se corría peligro, pero se crecía”, deslizó Roberto.
Para el 10 de diciembre de 1982, el peor tormento de la historia argentina ya estaba, prácticamente, consumado. “Se da un encuentro multipartidario ese día, había mucho miedo todavía, pero había gente que quería participar de algo, aunque no fueran militantes”, sostuvo.
Roberto estaba armando el Centro de Estudios Nacionales ‘Arturo Jauretche’ con compañeros mayores a él, con quienes fueron al encuentro. Era una columna de unos 12 jóvenes, ubicados sobre la calle Alcorta, entre San Martín y Chacabuco. Iban a ir al mástil de lo que hoy es la avenida Néstor Kirchner.
El Ateneo Juan Perón todavía no llegaba, “mirábamos porque tenían que venir por la avenida San Martín, hasta que empezamos a escuchar que venían cantando”, recordó.
“Una cosa espectacular, una linda columna donde Néstor venía adelante, dirigiendo como si fuera un director de orquesta, como una hinchada de fútbol en realidad”, recordó, esta vez, entre risas.
Así, empezaron a cantar el himno, y entre el grupo de Roberto y el que lideraba Néstor, se unieron en el canto, con la marcha frenada sobre la bajada de lo que antes era el Boxing Club de Río Gallegos sobre la avenida San Martín.
La figura de líder ya pisaba fuerte. “Acá hubo mucha envidia con Néstor, a partir de esa admiración que no se quiso reconocer, porque pensaban ‘no es de mi partido entonces ¿cómo voy a admirar a un tipo que está cambiando adelante mío esto?’”, marcó.
“Cuando terminamos el himno, el aplauso se prolongó a ellos y yo
dije ‘este tipo nos va a comer crudos a todos los que estamos creyendo que vamos a liderar alguna cosa’”, volvió a reír. En un salto temporal, recordó la candidatura a la intendencia.
Corría 1987 y Roberto iba con una lista de concejales del Partido Intransigente. “Ganamos por 111 votos. Los tengo claritos a esos números porque nuestros concejales sacaron 400 y pico de votos, entonces los facturábamos con mi hermano, le decíamos: ‘Néstor, ojo, pusimos 400 votos, vos ganaste por 111 quiere decir que te faltaba si no estábamos nosotros’”, rememoró entre bromas.
Su intendencia, recordó, marcó otra etapa de inspiración. “A finales
de los ‘70 pensábamos que era imposible que hubiera un habitante
por kilómetro cuadrado en la provincia. En los ‘90, después de Néstor, ya hay casi dos habitantes por kilómetro cuadrado. Ahí hay otra inspiración”, señaló Roberto.
Cuando Néstor fue intendente,relató, Alfonsín “no supo qué hacer con Río Turbio, con algo que hay que ponerse a trabajar, ser un
estadista. Néstor supo”.
Con poco, dijo Roberto, Néstor “estaba dando mucho”. Luego, llegó la etapa de gobernar, donde hubo que “ganarse el interior” de la provincia. En cada lugar, sin embargo, había una semilla. En otro salto temporal, con la Presidencia de la Nación, ocurrió lo mismo: “Había que ganarse cada rincón”.
Entre sus memorias, recordó el discurso de asunción de Néstor Kirchner. “Además de las cosas fabulosas que dijo, terminó diciendo ‘¡viva la patria!’. Yo no había escuchado desde que soy chico, un político que dijera ‘viva la patria’ al final del discurso. Ni los militares que son ‘de la patria acá, la patria allá’ nos acostumbraron a querer la patria”, afirmó con crudeza.
Sin embargo, Néstor lo dijo en su primer discurso. “Como diciendo ‘bueno viejo, vamos a jugarnos todo acá’. Néstor sabía qué era el poder y cómo usarlo”, cerró entre sus añoranzas.
El fallecimiento
El 11 de octubre del 2010 a Roberto lo internaron en la Clínica
Bazterrica de Buenos Aires y, tras una complicación coronaria, le colocaron dos stents luego de una operación compleja.
Vuelve, “acovachado”, a Río Gallegos. Néstor creía que Roberto no
estaba en la ciudad. “El 17 de octubre hacen el acto, pero yo estaba en reposo, si él hubiera sabido que yo estaba acá, seguro venía a hacerme algún chiste”, rio.
Su mujer, Liliana, lo despierta a las 8 y 20 de la mañana. “Me dice llamó Tito de El Calafate, falleció Néstor”, le dijo. Sintió que la cama se hundía, relató. “Pegué un salto, llamé a Tito que me contó algunos detalles, no llevaba ni media hora de fallecido. Ahí me quedé, haciendo una lista mental de personas, a medida que me recuperaba, iba llamando a uno y a otro”, contó.
En un intento de no quebrarse, recordó que llamó a periodistas de
Buenos Aires: “Para que no hablaran macanas”. Néstor no les prestaba mucha atención a las indicaciones médicas. “Yo sabía que él estaba loco, por anécdotas que contaba, y nosotros decíamos ‘qué loco lindo’ y no pensábamos bien que era un daño a su salud”.
A Roberto le llevó muchos años comprender el concepto de inspiración y evolución que significó la figura de Néstor. “Después, al mirarlo en televisión y lo que significó todo, lo elaboré intelectualmente. Su inspiración se veía, se sentía”, volvió a reflejar sobre aquella imagen de quien, insistió, era un “compañero”.
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