Hace un año, las argentinas y argentinos amanecíamos con la novedad de una fórmula presidencial que tenía todos los condimentos para terminar de cerrar un frente capaz de preparar un rostro para enfrentar la peor cara del macrismo.

En un video narrado en tono grave y voz de resfrío, la ex presidenta Cristina Fernández analizaba la situación del país, con una desocupación del 9%, el cierre de mas de 24.500 empresas, un endeudamiento fenomenal con el FMI y, como nunca, decenas de miles durmiendo en la calle.

Pero aquella descripción encerraba, casi al promediar la narración, una decisión histórica, como fue haberse corrido de la posibilidad de ser candidata a presidenta por tercera vez, para que ese lugar lo ocupara Alberto Fernández, con quien, se sabía, mantenía un distanciamiento.

Alberto fue el jefe de Gabinete de Néstor Kirchner durante sus dos periodos y logró trascender al primer gobierno de Cristina hasta que en 2008, un año negro para las economías del mundo, abandonó la gestión.

Ese año, Lehman Brothers voló por los aires y en un contexto de corridas financieras, el gobierno de turno creó las retenciones a ciertos alimentos, entre ellos la soja, con un levantamiento del campo que en realidad se reducía al sector agro exportador.

 

Cristina y Alberto ganaron con más del 47 % de los votos.

 

La 125 se transformó en largos meses de reclamos y cortes de ruta, que terminaron con un no positivo del vicepresidente radical Julio Cobos y más tarde con la renuncia del propio jefe de Gabinete.

A la distancia, es curioso leer la carta de renuncia que redactó, sobre todo cuando la firma con un Sinceramente de puño y letra que parece calcado de la tapa del libro que la ex presidenta publicó once años más tarde. ¿O fue al revés?

El libro, que la propia Cristina admite como un aporte para el debate político e histórico de nuestro país, es además un adelanto de su renunciamiento, con la idea trasversal de que hacía falta un nuevo contrato social para enfrentar a los poderes enraizados en intereses que le son ajenos al pueblo, y para los cuales, con los votos, los suyos no iban a alcanzar.

 

 

No alcanzaba, aunque para entonces Cristina encabezaba la preferencia electoral ante una inmensa porción de ciudadanos y ciudadanas que se reconocían defraudados por la Alianza Cambiemos, con sus promesas incumplidas en fiestas de globos.

No alcanzaba porque ganar se podía, pero gobernar ya no, en un contexto de persecución judicial, varios ex funcionarios detenidos y una hija enferma como consecuencia de aquello que llaman grieta.
Para cuando salió el video del anuncio, Alberto llevaba guardando el secreto por tres días. Fue el 12 de mayo cuando la ex presidenta lo mensajeó para verse en la casa de Florencia Kirchner. “Ahí me dijo que, después de pensarlo mucho, creía que ella tal vez podía ganar, pero que le iba a costar gobernar por el enfrentamiento de la Argentina. Entonces, el candidato tenés que ser vos”, contó él luego en el documental Alberto Fernández, el hombre, el político, el enigma.

Dos días después de que Cristina dijera que acompañaría a Alberto en la fórmula presidencial, él llegó a Santa Cruz para dar una charla que había sido anunciada previamente al cimbronazo político.
Durante las PASO, la fórmula de Alberto y Cristina logró en Santa Cruz el 46,97 por ciento y la de Mauricio Macri con Miguel Ángel Pichetto, el 16,21. Las generales del 27 de octubre resultaron en que la fórmula del Frente de Todos, a nivel país, logró el 48,24 por ciento de los votos. Ocho puntos por encima del oficialismo.

Lo que siguió fue la vuelta de decisiones pensadas para el conjunto de la sociedad o, mejor dicho, para la mayoría, especialmente para quienes habían quedado al borde del precipicio. Se subieron las retenciones y se creó la Ley de Solidaridad, hubo bono para jubilados y adicionales para la AUH, el Estado volvió a intervenir en la compra de dólares, se congelaron las tarifas, se restituyó la doble indemnización por despido, volvieron los Precios Cuidados y se inició la negociación para reestructurar la deuda, entre otras medidas previas a la pandemia de COVID-19, momento en que además, según Analogías, se disparó la imagen positiva del presidente.

Tal vez por esto haga falta que transcurra el tiempo y, una vez sorteada esta crisis sanitaria, dimensionar que, más allá del triunfo electoral que provocó la ex presidenta con su renunciamiento, probablemente también sea cierto que Alberto trajo otra dimensión al discurso político, la de un componedor que no divide, sino que suma. Aunque alguien dijera alguna vez que el orden de los Fernández no altera el producto.

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