Américo Albarracín tenía 27 años cuando llegó el 2 de abril de 1982 a las Islas Malvinas. Destinado en el Regimiento 25 de Sarmiento, Chubut, fue protagonista, cuatro décadas atrás, de la histórica recuperación del archipiélago austral. Unos años atrás, entrevistado por La Opinión Austral, recordó desde su arribo a las islas hasta el momento de regreso a Puerto Madryn, tras entregar el armamento en Puerto Argentino. Una de las tantas historias de nuestros héroes que repasaremos a lo largo de los próximos meses.

2 de abril de 1982

“Estaba destinado en el Regimiento 25 de Sarmiento, unidad que participó de la toma de las Islas. Formé parte del primer desembarco aéreo que se produjo en un Hércules el mismo 2 de abril y, sin dudas, se trató de mi mayor experiencia de vida como hombre y como militar”.

Misión

Desembarcamos más de 200 soldados constituidos como una compañía dividida en secciones de infantería para ocupar zonas de posición, reconquistar terrenos y realizar maniobras. A los doce días cambió nuestra misión y nos avisaron que íbamos a quedar a cargo de los morteros”.
“Hicimos un amplio reconocimiento del terreno para organizar una zona defensiva. Nos ubicamos en las proximidades de Puerto Argentino, desde donde visualizábamos cuatro bahías que rodeaban la ciudad. En cualquiera de esos lugares podía desembarcar el enemigo”.

Expectativa

“Vivíamos incertidumbre, pero no sentíamos aún la amenaza de la proximidad del enemigo. Los kelpers todo el tiempo favorecieron a los ingleses, de allí que nuestro contacto con ellos siempre fue muy frío y las manifestaciones hostiles fueron permanentes, aunque jamás se registraron incidentes”.

Comunicación

“Nos informábamos a través de la radio, particularmente de emisoras uruguayas, que nos ponían al día de lo que estaba pasando. Recibíamos y enviábamos periódicamente correspondencia, que en las primeras jornadas llegaban normalmente, pero todo se complicó cuando comenzó a consolidarse el bloqueo británico”.
“Así nos enteramos que se venía el enemigo y que habían hecho la fundamental escala técnica de la Isla Ascensión. De todos modos, eso no lo descartamos nunca porque estábamos seguros de que iban a responder”.

La guerra

“Para nosotros, el 1° de Mayo fue un verdadero punto de partida. Siempre se dijo en la Escuela Militar que el combate comenzaba con el primer disparo y había llegado el momento de experimentarlo en serio, sin simulacros. Hay que estar en el lugar para ver cómo una bomba de 500 libras hace un enorme pozo en el suelo cerca de tu posición. Ciertas vivencias son intransferibles y las imágenes de esos momentos no se borran nunca más”.
El objetivo de ese primer ataque fue el aeropuerto. Mi grupo estaba justo enfrente de ese lugar y fuimos unos espectadores privilegiados de ese momento impactante. El primer combate aeronaval también nos encontró ubicados en una platea preferencial. Observar cómo se acercaba una fragata y ver la forma en que los aviones la atacaban fue casi como una película vivida en carne propia”.

Los chicos de la guerra

“Honestamente, no quisiera ver a nadie embarcado tan joven en un compromiso como una guerra. Pero aquellos soldados no eran chicos, eran muchachos con corazones de hombres que se jugaron la vida para defender el territorio. Estaban convencidos de lo que hacían”.
En mi grupo había gente muy buena. Muchas veces tocamos el tema de la muerte durante nuestras vigilias, algo que salía solo, porque pensábamos en eso en más de una oportunidad. Todos coincidíamos en que, llegado el momento, no había lugar para las mezquindades”.

Bombardeo

El hostigamiento naval que sufrimos fue muy intenso. Era permanente e incesante. El cañoneo logró ser insoportable, pero uno llega hasta a familiarizarse con esa situación y aunque no parezca posible también se puede dormir”.

Contraataque

“Avanzaba mayo y nos dábamos cuenta que la situación era desfavorable. Teníamos indicios claros de que se acercaba el final, aunque jamás pensamos en dejar de combatir. Progresivamente perdíamos terreno y campo de acción. Quizá hubiera sido más práctico fraccionar el terreno y así, de caer una zona, no se perdía toda el área”.
Mis superiores pidieron contraatacar y no fueron autorizados. A pesar de todo, estábamos en condiciones de salir a pelear, máxime cuando teníamos doce bajas. Esos camaradas caídos eran nuestra mayor motivación para continuar el combate”.

Final

El 14 de junio nos llegó la orden de rendirnos, que motivó reacciones dispares entre nosotros, pero preferimos ser subordinados y acatarla. De todos modos, esto fue muy cuestionado y pensamos seriamente en desobedecer la indicación. Lo peor fue rendirse sin llegar a verle la cara al enemigo, a quien conocimos recién en el campo de prisioneros”, sostuvo el veterano.

Prisioneros

Fuimos detenidos en Puerto Argentino, donde ocupamos nuestra última posición. En las cercanías del aeropuerto pasamos la noche y luego entregamos el armamento. El 21 nos embarcaron en el buque Northland, donde estuvimos cuatro días en el mar hasta que nos llevaron a Puerto Madryn”.

Formó parte del primer desembarco aéreo que se produjo en un Hércules el 2 de abril.

Reencuentro

“De allí viajamos a Comodoro Rivadavia, donde nos enviaron a nuestras respectivas unidades. Mi familia estaba en Catamarca y recién nos reencontramos el 7 de julio, aunque ya sabían que había regresado, porque un error de información me había dado por muerto”.

Finalmente, Albarracín expresó: “Por las fechas de las cartas que mandé desde las Islas, dedujeron que el dato era incorrecto, pero se mantuvo la duda hasta el día en que les envié un telegrama desde Comodoro y se disipó toda la incertidumbre”.

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