Por Alejandro Ampuero

 

Jesús Benítez participó de la defensa de Puerto Argentino en la zona de Monte Wolf. Fue protagonista directo del inicio de las hostilidades el 1° de mayo de 1982 en el Aeropuerto de la Capital.

2 de abril de 1982

“Estaba destinado en el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros, Corrientes. Cuando me levanté ese día para ir a trabajar, la televisión me dio las primeras noticias de la toma de las Islas. Sentí una inmensa alegría y partí de inmediato al cuartel para tener más informaciones”.

“Hasta ese momento no nos había llegado ningún rumor ni versión alguna sobre este acontecimiento que nos sorprendió gratamente. Luego del izamiento de la bandera, la superioridad nos puso en situación y allí comenzaron los interrogantes sobre nuestro destino”.

“A los pocos días un contingente comenzó a prepararse para viajar al sur. En tren fuimos a Paraná y de allí volamos a Comodoro Rivadavia. Luego de una semana en Chubut, en camión vinimos a Río Gallegos, desde donde cruzamos a las Malvinas el 27 de abril”.

La tapa del 2 de mayo de LOA.

“Cuando llegamos al archipiélago existía temor ante posibles ataques aéreos ingleses, ya que por esos días el conflicto estaba instalado en las Georgias. De cualquier manera, sentimos una gran felicidad al pisar nuestras Islas”.

“Nuestra unidad se ubicó como un grupo de reserva en la defensa de Puerto Argentino y con ese fin tomamos posición en Monte Wolf, a 25 kilómetros de la capital. Dado mi rol de combate, me desempeñaba en una sección de fuego de apoyo de la infantería, cuando la superioridad dispuso que me trasladara a la Isla Gran Malvina a unirme a otra unidad”.

Primero de Mayo

“El viaje en helicóptero estaba previsto para la mañana del 1° de mayo y por eso pasamos la noche anterior en el aeropuerto a 500 metros de la pista, cuando cerca de las cinco de la madrugada la tierra comenzó a temblar con el ataque enemigo. Había empezado la guerra y, con la excepción de los guardias, todos los demás estábamos durmiendo. Fue un momento terrible”.

“Entre las bombas de los aviones y el trabajo de nuestra artillería, eso se convirtió en un verdadero infierno, más aún porque lo escuchábamos por primera vez. Nuestro jefe nos dio la orden de seguirlo y alejarnos del lugar, por eso corrimos unos minutos y nos ordenaron tomar posición en un terreno pantanoso, donde nos tendimos en el piso”.

Entre las bombas de los aviones, se convirtió en un Infierno

“Cuando aclaró nos dimos cuenta que pasamos esas horas en el cráter de una bomba arrojada por los británicos. Luego volvimos al aeropuerto para recoger nuestros morteros y ubicarlos en otro lugar. Honestamente, hubiéramos querido participar de este hecho de otra manera, pero lo inesperado de la situación no lo permitió”.

“El famoso viaje a la otra isla jamás se concretó. Nos dedicamos a reforzar la seguridad y de Monte Wolf nos trasladamos a Monte Harriet y el Cerro Dos Hermanas. Al poco tiempo, el enemigo había desembarcado en San Carlos y avanzaba por el medio de la isla hacia nuestra posición”.

Ataque

“A la hora del combate, lo primero que recibimos fueron los ataques de la artillería de campaña británica, que habían desplazado sus piezas por vía aérea. El hostigamiento fue sistemático, hasta que perdimos la posición”.

“El regimiento era atacado de noche por las patrullas y la respuesta estaba a cargo de las compañías de infantería. En el ataque final del 11 de junio llegamos a combatir con nuestras armas portátiles, fusiles, ametralladoras y hasta pistolas. Fue una lucha muy cercana”.

“Mi unidad combatió desde las once de la noche hasta el amanecer siguiente, donde debimos rendirnos ante la amplia superioridad numérica y de poder de fuego del enemigo. Parecía que esa noche no iba a terminar nunca, porque además se sumó una copiosa nevada que complicó todo”.

“El campo de batalla se iluminaba con bengalas y era como estar de día. Cuando los británicos avanzaban, los buques y la artillería disparaban proyectiles de iluminación que impactaban sobre los cerros donde se estaba combatiendo. Parecía una película, pero en este film los protagonistas éramos nosotros”.

“No hay tiempo para pensar otra cosa más que en sobrevivir. Estaba a cargo de siete soldados y esa era mi responsabilidad, al igual que mantener un permanente contacto con mi jefe de Sección. No podíamos movernos mucho, porque estábamos en un cerro en el cual, a un costado había un precipicio de unos quince metros, mientras que del otro lado avanzaban los ingleses”.

“Hubo una gran cantidad de heridos. De los cuarenta encargados de morteros, sólo doce volvimos sin un rasguño al continente y se puede decir que fuimos muy afortunados, porque casi llegamos al combate cuerpo a cuerpo. El fuego de artillería que recibimos fue impresionante por lo prolongado”.

Como se nos terminaron las municiones y quedamos todos muy dispersos y desconectados, no hubo más alternativa que entregarse. A la mañana siguiente, ya prisionero, fui con un oficial inglés a recorrer el lugar y allí encontré muerto al soldado Ayala, que integraba mi grupo”.

Me animo a decir que la permanente humedad que debimos soportar fue para nosotros más negativa que el frío. Una llovizna persistente y molesta nos acompañó durante toda la guerra. Durante esos meses casi no vimos el sol”, expresó.

Prisioneros

“Nos reunieron a todos en los lugares que habían preparado para ubicarnos como prisioneros. Permanecimos en un galpón de la estancia Fitz Roy hasta que nos llevaron a San Carlos, donde después del 14 de junio embarcamos en el trasatlántico Canberra, que nos depositó en Puerto Madryn. El trato de los ingleses hacia nosotros fue excelente, muy respetuoso”.

“En los primeros años después de la guerra hubo un cierto silencio y casi no se hablaba de lo que había pasado en Malvinas. Con el tiempo todo fue cambiando. Los camaradas siempre se han acercado a hacer consultas y a algunos de mis subordinados les transmití la experiencia vivida, porque pienso que es algo que se debe aprovechar”.

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