María Esperanza Invernon vive en el barrio Roca de Comodoro Rivadavia. Tiene 3 hijas, siete nietos y está casada hace 40 años con un trabajador petrolero. A los 18, cuando su papá murió, se enteró que era adoptada y pese al golpe anímico que le produjo la noticia decidió enterrar la historia y seguir adelante.

María Esperanza, 58 años.

 

Tiempo atrás, luego de una fuerte discusión con María Ester Torrecilla, su madre putativa, sintió la imperiosa necesidad de conocer sus orígenes. “Voy a llegar a la verdad. El que busca encuentra”, dijo con valentía y comenzó a investigar.

La familia de Esperanza. Marido y nietos

No reniega de su actual familia. Acepta que cada quien ya se ganó su título, pero necesita entender cuánto del lazo sanguíneo define su personalidad. “Mi mamá no me lo quiere decir. Es mi identidad y la de mi familia. Me lo debo a mi misma. Quiero saber quiénes son mis padres”.

 

Hace 58 años, en 1962, su mamá biológica dio a luz en el Hospital Zonal de Caleta Olivia y la abandonó. La partera le puso su nombre y tiempo después fue adoptada por un trabajador del nosocomio y su esposa.

 

“Hoy es mi cumpleaños”, dice en diálogo con La Opinión Austral. “Sin embargo, sé que el 8 de noviembre no nací. Nací unos días antes. No sé qué día porque me anotaron tarde”, explica dando cuenta que es poco lo que conoce sobre sus antepasados.

 

Hace dos años, en 2018, impulsada por sus tres hijas, Esperanza decidió empezar un largo camino para encontrar la pieza del rompecabezas que le falta. Su objetivo no es reencontrarse con su verdadera madre sino entender de dónde viene y armar el árbol genealógico que dé un nuevo sentido a la existencia de las raíces familiares. “Mi mamá biológica trabajaba en el Hotel Ciclón, aparentemente era chilena y se llamaba Rosa Sotomayor“.

Rosa Sotomayor, quien sería la madre biológica de María Esperanza

Luego de rastrear información sobre el alojamiento caletense que cerró décadas atrás, viajó a Puerto Madryn para encontrarse cara a cara con quien por aquellos años regentaba el lugar. “Rosa llegó con un nene que se llamaba Andrés”, le dijo la dueña y le entregó unas fotos en la que figura una mujer con un nene de unos tres años en brazos que serían su madre y su hermano biológico.

Foto provista por la dueña del Hotel Ciclón, donde habría trabajado su madre

Poco después y sin mucha suerte, Esperanza viajó hasta Buenos Aires e hizo una presentación en la Defensoría del Pueblo. Más tarde, se hizo un estudio de ADN. “Tengo sangre chilena y extranjera”, reveló sobre el resultado del examen. “Mis familiares más cercanos, primos hermanos de segunda generación, son de apellido Carrasco”.

 

Lejos de desmotivarse por la falta de precisiones en la búsqueda, decidió avanzar y fue hasta el Hospital de Caleta Olivia a pedir su partida de nacimiento. “Aparecía mi nombre, pero no me resulto veraz el registro que me mostraron. Mi papá arregló los papeles para que la historia clínica no figurara en ningún lado”.

 

El impulso

Al cumplir la mayoría de edad,  Esperanza se enteró por su propia madre que era adoptada. “Nunca le conté nada a nadie, pero esas cosas se sienten. Siempre quedó pendiente el deseo de buscar”.

 

Pasaron los años, sus hijas crecieron y tuvo siete nietos. Luego de un tiempo de relación distante, su madre adoptiva la amenazó con denunciarla por abandono de persona. “No voy todos los días a verla, pero no le falta nada. Cuando pasó esto, me enojé mucho”.

 

Ese día fue clave. Esperanza llegó a su casa después de la discusión y su rostro decía todo. No pudo ocultar el dolor y la amargura que le produjo la pelea. “Mi hija me abrazó y me dijo ‘vos tenés muchas cosas que decir. Largalas que te están haciendo mal’. Ese fue el puntapié. Mis hijas me empujaron”.

Leé más notas de Rodrigo Arredondo