En el transcurrir de la vida el ser humano pasa por diferentes etapas significativas, que son vitales para el desarrollo bio-psico-social. La niñez se reconoce generalmente como la etapa más importante de la vida, la adolescencia como la más ruidosa y conflictiva y la vejez como el tiempo de la experiencia, pero en relación a la etapa más extensa del ser humano, que es la de la adultez, nunca hubo intensos tratamientos discursivos.
Es la etapa de mayor productividad y aparente estabilidad en cuanto al trabajo y al amor, considerando muchas variaciones ligados a la época actual. Etapa de decisiones importantes y vivencias intensas. Recibirse, sostener un trabajo, tener hijos, formar una familia, afrontar una separación de pareja, jubilarse. Se es adulto a los 25 y también a los 60, pero la vivencia evidentemente no es la misma.
Cuando se acercan los 50 aproximadamente, es común escuchar cierto malestar asociado puntualmente a la edad. Particularmente en las mujeres, la crisis de la mediana edad viene asociada a la menopausia y al consecuente duelo por el cuerpo y la fertilidad perdida. Eso precipita el balance del tiempo biológico y la búsqueda de un nuevo sentido de lo que implica ser mujer, cobrando relevancia lo femenino.
En general, encontramos a sujetos adultos, de esa edad, que suelen encontrarse en un momento vulnerable donde los pensamientos y sentimientos están ligados a un tiempo de balance sobre el tiempo transcurrido, duelo por la juventud perdida, temores a ciertas enfermedades y a la conciencia del fin de la vida. La pérdida de los padres, incluso de amigos, remite a la posibilidad real de la muerte.
¿Cómo se transita en nuestra época la crisis de la mediana edad? ¿Cómo es llegar a los 50 hoy? ¿Qué es lo que marca ese tiempo de balance?
Vivimos una época en la que se promueve negar el paso del tiempo y los signos del envejecimiento propio de la edad se asocian más al deterioro que a la experiencia.
Algunos autores lo llaman “momento bisagra”, que para muchos es época de dejar de ocuparse de los hijos ya adultos, para cuidar y acompañar a los padres.
En general, surgen algunas reacciones esperadas en este tiempo: lo más habitual son las reminiscencias, las evocaciones de vivencias pasadas, recuerdos nostalgiosos de lo que fue. El sentimiento que acompaña a una reminiscencia, como decíamos, puede ser de nostalgia: “¿te acordás cuando fuimos?”, “qué tiempos aquellos”… o de desesperación, que lleva a pensar en lo que no se hizo, a cuestiones que quedaron pendientes, a palabras que no se dijeron cuando era posible, etc…
Es un momento de madurez, de gran discernimiento y capacidad de reflexión, recursos que ayudan a atravesar este recorrido que muchas veces viene de la mano de ciertos cambios, con diferentes metas y proyectos.
Cabe señalar que el contexto familiar, social y cultural determinará cómo se transcurre este lapso de tiempo tan interesante. Para ello es válido proveerse de ciertos recursos. Entre ellos, podemos destacar las habilidades y espacios sociales, la creatividad, la amistad, el lazo social, las expectativas personales, entre otras, que marcan la diferencia en el modo de vivenciarla.