Ya habían pasado las primeras horas de la mañana del lunes y el termómetro marcaba -17°, cuando a lo lejos, en medio del camino, avistó un guanaco tumbado sobre el manto blanco de la nieve. Estaba con los ojos abiertos y se movía asustado, intenando inútilmente escapar del cuenta ganado en el que había quedado atrapado.

Segundos después, Rulo detuvo la marcha y, en medio de la estepa, bajó del camión para auxiliar al pequeño camélido que parecía condenado a pasar sus últimas horas sobre el helado pavimento.

 

 

Un poco más tarde, luego de que el camionero destrabara una de sus patas traseras, el guanaco se reincorporó y con un trote rengo huyó hacia el campo.

 

Leé más notas de La Opinión Austral