Este jueves se conocieron en la Argentina los datos de pobreza del primer semestre de este año. Si bien en Santa Cruz prácticamente los índices se mantuvieron, (bajó algo la indigencia) en el país la cantidad de gente que no alcanza a cubrir la Canasta Básica Total subió casi un 2%.
La pobreza en nuestro país es estructural. Se fue gestando y acumulando año tras año y capa tras capa como consecuencia de políticas irresponsables por parte de todos los gobiernos que se fueron sucediendo en el poder en los últimos setenta años.
Entre 1880 y 1940, Argentina estuvo siempre entre los diez ingresos per cápita más altos del mundo. Hoy estamos en el puesto 73.
Hasta la década del ‘40 nuestra inflación fue similar a la del resto del mundo y nunca pasó del 10% anual. Hubo años de menos del 5% y también años de deflación, pero, desde entonces, comenzó a crecer y a alejarse de los estándares internacionales. Nuestra clase dirigente había decidido que la emisión de dinero no era inflacionaria sino “un lubricante útil para la economía”. Como consecuencia de ello, comenzó nuestra prolongada historia inflacionaria que todavía hoy, setenta años más tarde, estamos padeciendo con intensidad. Pero la inflación no viene sola, sino que es acompañada por un número creciente de personas que caen en la pobreza. Por ende, para acabar con ella se debe terminar con la inflación. Pero eso no es fácil ni tampoco se logra sin esfuerzo.
La inflación es la causa central de las cíclicas crisis económicas que enfrentamos desde 1975. Pretender que las crisis fueron sólo de origen económico es ingenuidad o mala fe. Es que al fenómeno de la inflación no sólo se le suma la pobreza, sino también la corrupción.
Desde hoy rigen nuevas políticas monetarias, anunciadas por el Gobierno Nacional como la panacea para lograr estabilidad cambiaria y detener la inflación. Pero la realidad es que las políticas monetarias de cambio fijo y oficial o de cambio flotante de mercado a lo largo de las décadas, en nada modificaron la realidad del argentino. La inflación fue la misma, al igual que la corrupción y la pobreza se mantuvieron en dos dígitos.
Pero la lucha contra estos flagelos (inflación, pobreza y corrupción) debe ser integral y sistémica. Tendrá costos, es inevitable, pero si no se abordan las políticas de manera global entre la clase dirigencial, la empresarial, la Justicia y los trabajadores, será difícil evitar una carga despareja en el esfuerzo y con ello las posibilidades de éxito se acortan.
Para cumplir con el objetivo de controlar la inflación y con ello bajar la pobreza es clave frenar la escalada de precios. Hoy en la carrera entre góndola y salarios, estos últimos salen perdiendo estrepitosamente, ya que la pérdida del poder adquisitivo es bestial, provocando que más y más gente engrose el listado de los que “no llegan a fin de mes”.
Y se está en las vísperas de nuevas alzas de tarifas, combustibles y otros servicios que volverán, otra vez, a disparar la presión inflacionaria sobre los ya derrumbados sueldos.
Santa Cruz no escapa a esta realidad, y si bien los índices de pobreza conocidos mostraron una cierta “estabilidad” en la composición de la población, la realidad es que también en paralelo se ratificó la pérdida de empleo al tiempo que el costo de vida sigue impactando fuerte en los ingresos familiares que no crecieron, ni cerca, al mismo ritmo. Lo que indica que cuando se conozcan los resultados del último semestre del año, nos encontraremos, sin dudas, en un rebote en el número de personas que no logran cubrir sus necesidades básicas.
Está claro que, globalmente, en la lucha contra la inflación y la pobreza, la política fracasó y es una deuda que ésta tiene con la sociedad y que va más allá de los partidos políticos.
Pero, y aunque suene a una paradoja trágica, no deja de ser un aliciente que Argentina siga siendo uno de los 35 países en el mundo considerados más vivibles.
Es que más allá de las batallas perdidas contra la permanente suba del costo de vida, nuestro país no vive otros flagelos que sí existen a nivel mundial, como la integración racial y cultural, las guerras étnicas o religiosas, que hacen que seamos aún receptores de aquellos que huyen de lugares que sí lo sufren.
Argentina es el país de habla hispana que más Premios Nobel tiene, pese a que hoy también sufre una desgranada calidad educativa, podrá parecer poco, pero es suficiente para mantener la esperanza de que aún se puede volver a aquellas cosas que hicieron de este país una gran Nación.