Hace tiempo que Graciela atraviesa una situación económica acuciante.  Hace un año que no le alcanza para pagar la luz, no tiene trabajo y por cuestiones burocráticas no puede cobrar la cuota alimentaria de sus hijas. “En cualquier momento me van a cortar el gas. Tengo una deuda de no sé cuanto”, expresa acongojada y rompe en llanto al otro lado del teléfono. “Toqué fondo. No le puedo comprar un par de zapatillas a mis hijas”.

 

 

 

“Me conformo con conseguir medio día en un comercio. Sé hacer de todo, hasta albañilería”, explica la fundadora de Red de Mujeres Solidarias que, a 37 años de radicarse en Río Gallegos, vive una de las peores crisis desde su llegada.

 

 

 

 

A modo de reflexión y acongojada por la situación, Graciela ofrece un breve repaso de su vida. “Sé lo que es estar desprotegida”, explica y asegura que “Dios hace las cosas por algo”.

 

 

 

 

La de Graciela Suárez (53) es una historia de desencuentros, adversidades y superación. La mujer que fundó y se puso al hombro la Red de Mujeres Solidarias de Río Gallegos vivió en Chaco desde el día de su nacimiento, en 1967, hasta los 5 años, momento en el que su madre la abandonó y la entregó a una familia de Rosario. “Me regaló”.

 

 

 

Así, sin demasiadas explicaciones, de un día para el otro se mudó a más de 700 kilómetros, a la casa de extraños que lejos de brindarle contención la maltrataron hasta que cumplió 8, momento en el que, asustada por una golpiza que casi le cuesta la vida, decidió huir sin rumbo“Dormí en la calle, abajo de los puentes”, recuerda y reflexiona: “Y así fui rebotando”. 

 

 

 

 

Hasta los 13, se refugió en un hogar de tránsito, aunque jamás se sintió en casa. Vivió allí hasta que finalmente se reencontró con su  madre con la la falsa esperanza de no volver a separarse de ella. “Creí que íbamos a vivir juntas”, confiesa.

 

 

 

 

Sin embargo, la mujer tenía otros planes para ella. Por segunda vez en su corta vida, Graciela sufría las crudas consecuencias del abandono. La persona que hasta entonces representaba algo similar a la figura maternal, la dejó en Buenos Aires, con un hermano alcohólico al que jamás había visto, y regresó sola a Chaco.

 

 

 

Más tarde, ya casi en la adolescencia, una tía la recibió en su casa, aunque, al igual que el resto, le brindó lo esencial para subsistir, pero nada de afecto ni oportunidades. 

 

 

Pasaron los años y a los 18, con la mayoría de edad, Graciela tomó la primera decisión que torció su destino. Una amiga que iba a Río Gallegos para visitar a su familia le propuso acompañarla en un viaje de pocos días y aceptó.

 

 

 

Fue en la capital de Santa Cruz, tierra de oportunidades, donde pudo formar su propia familia. En ese corto periplo, se enamoró de un santacruceño y decidió quedarse a vivir. Más tarde, tuvo dos hijos y formó el primer hogar estable de su vida, mientras recuperaba el tiempo perdido y estudiaba para terminar el colegio.

 

 

 

 

Al cabo de unos años, Graciela se separó y volvió a formar pareja. Tuvo tres hijos más a quienes crió al tiempo que gestaba las primeras movidas caritativas en Río Gallegos, a las que luego bautizó como Red de Mujeres Solidarias.

 

 

 

 

Hoy, tiempo después de haberse separado por segunda vez, Graciela afronta sola los gastos de la casa en la que vive junto a sus dos hijas de 15 y 9 años. Esta vez, la vecina que desde siempre y, pese a los embates se ofrece cada vez que la necesitan, pide ayuda. “Como una siempre da, la gente no se imagina lo que es mi vida privada. Necesito un trabajo para salir adelante”.

Leé más notas de La Opinión Austral