Noelia se aferró fuerte a la única foto de su hija recién nacida. Habían pasado cuatro días y todavía no la conocía. Estaba internada en terapia intensiva porque el cuadro de coronavirus que había contraído a mediados de septiembre se había complicado. Dos días después de la cesárea, la “subieron” de la “sala Covid” donde estaba aislada.

 

Alelí nació el 30 de septiembre y quedó en Neonatología sin poder ver a ninguno de sus padres. Su mamá estaba cada vez peor y la habían entubado. Su papá, Sebastián, y su hermanito, Bastian de 5 años, también eran COVID positivo y estaban en su casa. Ninguno podía salir de donde estaba.

 

 

Una enfermera le había hecho llegar una foto a Sebastián y él se la pudo mandar a Noelia, una de las pocas veces que pudo comunicarse con ella. La mamá, con apenas 28 años de edad, entubada en la cama 15 de una terapia intensiva donde ya no entraban más pacientes, tenía en la cabeza la única imagen que conocía de su hija. “Yo voy a salir y te voy a conocer”, pensaba entredormida, sin noción del tiempo que hacía que estaba internada.

 

En su casa, Sebastián miraba por la ventana de la habitación y buscaba una respuesta en el cielo. “Tengo la casa contra el viento y la ventana al sol cuando se oculta; y todas esas tardes rezaba a Dios para que no se la lleve“, recuerda, casi al borde de las lágrimas.

 

Nos despedimos sin saber que iba a pasar. Fue horrible

 

Cuando se enteró que a Noelia la iban a pasar a terapia intensiva se le vino el mundo abajo y el coronavirus empezó a hacerse sentir en su cuerpo. “No se si era la angustia o qué pero me faltaba cada vez más el aire”, contó a La Opinión Austral. Fueron dos semanas de desesperación y de replantearse un montón de cosas ¿Por qué le había dicho tantas veces que no tenía ganas de salir a caminar esos fines de semana que estaban lindos?

 

A los 10 días llegó al primera buena noticia: le daban al alta a Alelí.

 

Pero como Sebastián y Bastian todavía eran positivos a coronavirus no podían retirarla del Hospital ni estar en contacto con ella. “Hablé con mi hermano para ver si me la podía cuidar a la bebé y me dijo que sí. Ellos le daban la mamaderita”, dijo, agradecido por el gran favor que tomó junto a su cuñada Erika.

 

En casa. Noelia de 28 años, junto a Sebastián, su esposo de 37 años, celebra el Día de la Madre con Bastian de 5 años y Alelí de 20 días.

 

Una día no aguantó más, vistió a su hijo, se calzó el barbijo y fue con el auto hasta la casa del hermano para mirar a su hija a los ojos. “Fui a verla por medio del vidrio y las lagrimas te corren. No sabe la angustia que yo tenía”, se reprocha aunque sabe que haberla visto fue un verdadero alivio. “Necesitaba ese apoyo emocional. Yo estaba delicado y débil, me costaba respirar”, recuerda.

 

Fui a ver a mi hija por medio del vidrio y las lagrimas te corren. No sabe la angustia que yo tenía

 

El malestar había llegado antes que los síntomas del coronavirus. “Ella fue un sábado a control, el lunes empezó a tener síntomas, el jueves se hizo hisopado y el sábado le dieron el resultado. Al enterarme que ella tenia COVID a mi me agarró un dolor grande en la espalda y al otro día no podía respirar”, dijo. Casi al mismo tiempo él había perdido el gusto y 3 días más tarde se confirmó que tenía coronavirus al igual que el pequeño de 5 años.

 

Sebastián Cruz y Noelia Fuenzalida, hace 9 años, cuando se casaron.

 

Cuando Noelia empezó a sentir que le costaba respirar fueron horas de terror. “Nos decían cualquier cosa de hospital, que la iban a dopar, que le iban a hacer cualquier cosa y nada que ver, al final nos trataron re bien; agradecidícimos de alma por lo bien que se portaron la doctora Ferreyra, la doctora Guerra, el doctor Cruz y todas las enfermeras se portaron re bien”.

 

Al tercer día con problemas para respirar decidió ir al hospital: “Ahí nos despedimos sin saber que iba a pasar. Fue horrible“, afirmó Sebastián. A Noelia la internaron y decidieron practicarle cesárea. A los dos días pasó de la “sala Covid” a terapia intensiva por una insuficiencia respiratoria grave por lo que la debían entubar.

 

 

“Los días que estuvo en terapia fue una tormenta porque no pude hablar con ella. Después cambié de mentalidad porque tengo otro hijo”, señaló la pareja.

 

Sebastián estaba todo el día esperando la llamada. A veces se despertaba a las 3 o a las 4 de la mañana exaltado y miraba el celular para ver si tenía una llamada o un mensaje con malas noticias.  “Si pasa algo malo te vamos a avisar a la hora que sea”, le había dicho una médica una vez que les reprochó porque habían tardado en comunicarse. “No es que no te queremos llamar antes pero es que son muchos pacientes”, le dijeron una vez. Después se enteró que cuando ingresó Noelia había 19 personas en la sala y al poco tiempo ya había 28. Un día, Sebastián se puso a lavar el auto y escuchó tarde el celular. “Perdí la llamada y me quedé afligido porque todo el día esperás esa noticia”.

Nos decían cualquier cosa de hospital y nada que ver, al final nos trataron re bien; agradecidícimos de alma

 

El martes 13 fue un día maravilloso para Noelia. Podía respirar por sus propios medios y volvió a la “sala Covid“. Recién ahí Sebastián pudo hacerle llegar un celular y pudieron comunicarse más seguido. El viernes Noelia lo llamó y le dijo: “Puede ser que el Día de la Madre esté ahí, mañana me van a dar el alta”. La felicidad tenía fecha y hora.

 

 

A las tres de la tarde Erika, la cuñada, la fue a buscar al Hospital Regional de Río Gallegos y la llevó hasta la casa. Pero la llegada fue un poco incómoda porque  Noelia llevaba puesto mono, barbijo y cofia que debía quitarse de inmediato y bañarse antes de tocar a alguien. Y el pobre Bastian se moría de ganas de abrazar a su mamá que no veía desde hacía más de 2 semanas.

 

 

Cuando salió del baño, todavía muy débil y cansada, abrazó como pudo a su hijo más grande y vio por primera vez a su hija. “Fue algo hermoso porque te imaginas que cuando uno va a tener un hijo lo primero que hace es conocerlo pero yo pude hacerlo después de 20 días, así que no te imaginas lo que es la felicidad para mi y ver a mi otro nene también. Fue algo diferente y gracias a Dios la puedo contar”, dijo entre lágrimas a La Opinión Austral.

 

Para nosotros el regalo más lindo es poder dormir abrazados a ella, besarla, saber que está ahí

 

El sábado pasó la mayor parte del tiempo acostada en la cama de la habitación. Está débil, apenas tiene aire y fuerza para hablar y todavía no puede alzar sola a su beba. Pero los médicos le dijeron que iba a terminar de recuperarse en su casa, cerca de sus hijos, sobre todo este domingo.

 

“Cuando volví a la sala la doctora Ferreyra se empezó a enfocar mucho en mi porque venía el Día de la Madre. Empezó a darme alimentos y de un día para el otros me sacaron el oxígeno y como saturaba bien me dieron el alta. Cuando me fui no estaba la doctora y no le pude agradecer”, pidió contar en el breve tiempo que habló en exclusiva con La Opinión Austral. “Gracias a ella yo hoy estoy viva”, resaltó.

 

“Para nosotros el regalo más lindo es poder dormir abrazados a ella, besarla, saber que está ahí”, remarcó Sebastián al recordar a la Virgen del Rosario de Río Blanco y Paypaya, patrona de Jujuy, cuya fecha de conmemoración coincide con el Día de la Madre, en su tierra natal. “Si me alejé de Dios esto hizo que me acerque muchísimo”, admitió. “Uno no sabe lo que es el COVID hasta que te pasa tan cerca”, cerró.

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