Argentina se despidió del Mundial de Rusia. Los jugadores dejaron todo en la cancha, pero no alcanzó y fue, para algunos, justamente vencido. La desilusión y tristeza embargó a millones de argentinos que a las 11 de la mañana de ayer dejaron todo lo que tenían previsto para empujar por un sueño mundialista que no se logró.
Pasada la desazón la realidad cotidiana choca de nuevo con fiereza. Y nos volvemos a chocar con la misma piedra.
Hace cuatro años, cuando crecía el sueño del Mundial de Brasil, el país mostraba cifras similares a las actuales, alta inflación y caída de la producción industrial. Las paritarias cerraban en torno al 28% y Camioneros amenazaba con medidas de fuerza si no lograba una suba salarial del 40%.
La única diferencia, el Gobierno Nacional no mostraba debilidad, y el dólar, cepo mediante, se mostraba inalterable, dando una falsa sensación de estabilidad.
Aquel año Argentina llegó a la final y el país se paralizó hasta que la expectativa acabó a manos de los alemanes.
Cuatro años después, mientras la mirada estaba en Rusia, la divisa norteamericana se disparó de una forma sin precedentes, tocando los 29,90 para cerrar en 29,66 pesos por cada dólar.
La inflación se espera en torno al 3,5% y los números de actividad económica ya dan cifras negativas, luego de 13 meses de leve crecimiento.
Como si el tiempo se hubiera detenido, los conflictos y desafíos son similares, aunque la sensación de desazón es completamente distinta. Y es por la falta de una palabra clave: confianza.
Algunos especialistas apostaban a un buen desempeño de la selección, “hay quienes creen que los éxitos deportivos traen mejor humor social” sostiene el analista Sergio Berensztein. Pero eso es muy relativo. Argentina ganó en 1986, pero las cosas fueron un desastre.
De vuelta a la cotidianeidad, la crisis cambiaria no parece encontrar un camino de salida. El BCRA decidió subastar USD 300 millones adicionales de su reserva, pero no alcanzó. La divisa se apreció un 6,8% en cuatro jornadas.
La política económica parece errática y eso es lo que más desconfianza genera. Para los analistas el control se perdió en el mes de abril, cuando comenzó a regir el impuesto a la renta financiera de inversores extranjeros, algo que generó una lógica salida de capitales golondrinas. Desde entonces, el dólar se apreció un 45%, superando el 56% desde que comenzó el año.
Y al contexto de falta de confianza se le suma que el escenario internacional también dejó de ser favorable para la Argentina.
En los últimos días se pudo observar que en el mundo hay aversión al global ante el temor de una posible guerra comercial entre Estados Unidos con China y Europa. Pero a diferencia de lo que pasó en el resto de los países emergentes, donde sus monedas se apreciaron, en Argentina el peso se hundió.
Para algunos lectores de la realidad, eso se debe a la incertidumbre económica. Afirman que no hay indicios claros acerca de cómo se realizará el ajuste del déficit fiscal acordado por el FMI, además del temor de una posible recesión económica que ya habría comenzado, y que incluso fue admitida por el propio Gobierno Nacional.
Lamentablemente esto dispara la inflación. Ya nadie piensa en que el índice pueda ser menor al 30% a lo largo de 2018. Esto presiona sobre las paritarias salariales. Ya son varios los gremios que han avanzado en su cláusula de revisión, cerrando entre el 25 y 27%, lo que quiere decir que el salario este año difícilmente le gane a la inflación.
En Santa Cruz esta realidad impacta de la misma manera. Pero tiene un agravante. La provincia vive su propia crisis, en un escenario de caída de la actividad que lleva al menos dos años, desde el inicio mismo de la gestión de Cambiemos, debido a la anulación de la obra pública en el territorio.
Esto sumado a que el Gobierno, con un Presupuesto deficitario, tuvo como variable de corrección el salario estatal, del que vive hoy el 60% de la población. Esto implicó una destrucción del poder adquisitivo en una parte importante de los hogares de Santa Cruz profundizando aún más la caída de la actividad, fundamentalmente la comercial.
En forma casi de paradoja, los ingresos del Tesoro Provincial observan una mejora, producto de la inflación y la devaluación. Habrá que ver si alcanza para poder, en parte, mejorar los alicaídos salarios de la Administración Pública. Ha habido algunos indicios de que esto podría darse, no en los niveles de los privados, pero sí al menos para traer algo de alivio a las cuentas familiares.
Pero esto, se podrá observar en el correr del tiempo. Mientras tanto la realidad es la que está y hay que transitarla de la mejor manera posible.