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El próximo 2 de octubre, el mundo será testigo de un fenómeno celestial único: un eclipse solar anular. Mientras millones se preparan para admirar el anillo de fuego que adornará el cielo, muchos judíos se sienten especialmente conectados a este evento, gracias a una rica historia que entrelaza astronomía, religión y filosofía.

La astronomía en el judaísmo: una conexión milenaria

Desde tiempos ancestrales, los judíos han mostrado una profunda fascinación por los cielos. La astronomía era esencial para calcular el calendario judío, pero también se consideraba una ventana al entendimiento de la creación divina. El rey David, en el Salmo 19, ya hablaba de los cielos como una manifestación de la gloria de Dios.

Esta conexión se refleja en nombres de cráteres lunares que honran a destacados astrónomos judíos como Abraham Zacuto, Levi ben Gershon y Abraham Ibn Ezra. Estos sabios medievales no solo realizaron importantes contribuciones a la astronomía, sino que también buscaron en los cielos respuestas a preguntas fundamentales sobre la naturaleza del universo y su creador.

El eclipse para el Judaísmo: ¿Un mal presagio?

Los eclipses, con su capacidad de oscurecer el sol, han sido objeto de asombro y temor en muchas culturas. En el judaísmo, estos eventos han sido interpretados de diversas maneras. El Talmud, por ejemplo, los veía como un presagio de tiempos difíciles, una metáfora de cómo nuestras elecciones pueden oscurecer la luz divina en nuestras vidas.

A lo largo de la historia, los eclipses han sido vistos con temor y considerados malos presagios. El Talmud, por ejemplo, asocia los eclipses solares con desgracias y castigos divinos.

Un eclipse solar es una mala señal para el mundo“, reza El Talmud (Sucá 29a). Sin embargo, esta interpretación ha generado debate entre los estudiosos. Algunos argumentan que el Talmud podría referirse a las manchas solares en lugar de los eclipses, mientras que otros mantienen que la referencia es clara y buscan explicaciones más profundas.

Sin embargo, Judah Loew ben Bezalel, el Maharal de Praga, un destacado filósofo judío, ofreció una interpretación más profunda. Para él, los eclipses eran un recordatorio de la dualidad inherente al universo: la luz y la oscuridad, el bien y el mal. El libre albedrío humano, según el Maharal, tenía el poder de oscurecer la luz, pero también de revelarla.

La Biblia, en Génesis, describe la creación de los astros, refiriéndose al Sol y la Luna como “grandes luminarias“. Rashi, un destacado comentarista judío, señala una aparente contradicción: si bien son llamados “grandes”, también se les distingue como “mayor” y “menor”. Esta discrepancia puede resolverse al considerar el tamaño aparente de los astros desde la Tierra. Aunque la Luna es mucho más pequeña que el Sol, su cercanía a nuestro planeta hace que ambos parezcan tener el mismo tamaño, permitiendo así los eclipses solares.

La ciencia y la espiritualidad: un diálogo eterno

La fascinación judía por la astronomía no solo se limitó a la antigüedad. Maimónides, el gran filósofo y médico judío, escribió sobre astronomía a temprana edad, y el sabio talmúdico Shmuel era conocido por su profundo conocimiento de los cuerpos celestes.

El eclipse solar del 2 de octubre es una oportunidad única para reflexionar sobre la conexión entre la ciencia y la espiritualidad. Al igual que los antiguos sabios judíos, podemos encontrar en este evento un recordatorio de la belleza y la complejidad del universo, y de nuestro lugar en él.

A pesar de las interpretaciones más sombrías del pasado, el eclipse solar de hoy en día puede ser visto como un símbolo de esperanza y renovación. Al igual que un eclipse anuncia un nuevo comienzo después de la oscuridad, también puede inspirarnos a buscar la luz en nuestras propias vidas y en el mundo que nos rodea.

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