Cómo cada Viernes Santo, la Iglesia realizó el Vía Crucis por las calles de la Ciudad de Buenos Aires, donde se recuerda el camino que hizo Jesús antes de su muerte. El Arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, junto con Mons. Gustavo Carrara y varios seminaristas encabezaron la procesión.

Con un recorrido que comenzó en Av. de Mayo y Bernardo de Irigoyen, cientos de feligreses acompañaron a Jesús en el camino a su pasión. La marcha continuo rodeando la Plaza de Mayo para finalizar frente a la Catedral Metropolitana dónde Mons. Jorge García Cuerva compartió el siguiente mensaje:

El camino de la cruz, el vía crucis, es como el camino de nuestra vida. Cada uno de nosotros sabe de las cruces que carga, cruces a veces que parecen ser tan pesadas que nos aplastan. Por eso en el camino de la cruz de Jesús cayó tres veces, porque a veces también nosotros sentimos que el peso de la cruz es demasiado pesado y sentimos caer, sentimos que perdemos las fuerzas.

La cruz por perder un ser querido, la cruz porque ves que la jubilación no te alcanza y tenés que comprar un remedio, la cruz de estar muy solo porque te sentís casi abandonada hasta por tus propios seres queridos. Las cruces de la injusticia, cruces personales que cada uno carga y sabemos cuánto duelen, pero también cruces colectivas, cruces de todos.

Este vía crucis se llama “el vía crucis de la ciudad” y sabemos que en nuestra ciudad hay muchos hermanos crucificados. Hermanos crucificados víctimas de la trata de personas y de la prostitución, hermanos crucificados víctimas del narcotráfico, víctimas de ese tráfico, de ese veneno que les meten a nuestros pibes, los mercaderes de la muerte.

Sabemos también de los crucificados que son nuestros hermanos que sobreviven en la calle, que se han caído del sistema, que han quedado afuera. Cuántos hermanos que sufren, a veces escondidos quizá con un maquillaje y con un peinado de peluquería, pero adentro con una profunda soledad y angustia.

Hermanos en la calle, hermanos enfermos, hermanos víctimas del narcotráfico, hermanos víctimas de la trata, hermanos víctimas de la crisis económica, muchas cruces, cruces pesadas.

Y entonces quería hoy proponerles a todos que la ciudad nos duela, que la Argentina nos duela, que el mundo nos duela. Porque el único modo de revertir la cultura de la indiferencia es que me duela el dolor de mi hermano, que me duela el dolor quizá de las víctimas de la guerra que ni conocemos, pero sabemos que son nuestros hermanos.

Que me duela el dolor de los que están en la calle, que me duela el dolor de los pibes que parecen tener su futuro determinado con la letra C de la calle, de la cárcel o del cementerio. Que me duela el dolor de mi Argentina y de la crisis económica que hace varios años venimos arrastrando. Que me duela el dolor de los abuelos que están solos o de los jubilados que no llegan a fin de mes y no compran sus remedios.

Que nos duela, porque si nos duele vamos a llorar, como hacíamos cuando éramos chicos. Y si lloramos, fabricamos lágrimas y con las lágrimas limpiamos la mirada. Y si limpiamos la mirada quizá podemos descubrir que no está todo perdido, porque al limpiar la mirada vamos a poder descubrir que la vida se vive con esperanza, que en la sepultura de Jesús no está todo terminado.

Tenemos la certeza de que la muerte no tiene la última palabra. Tenemos la certeza de que Jesús venció a la muerte para siempre con su resurrección. Y esa es la razón más grande de nuestra esperanza y de nuestra alegría, a pesar de que las cruces sean tan pero tan pesadas. Por eso que nos duela el dolor de nuestros hermanos. Por eso lloremos con el dolor de nuestros hermanos y abracemos sus cruces. Abracemos fuertemente sus cruces.

Alcancemos a estar cerquita para poder consolar, para poder acompañar, para poder estar cerquita y aunque sea tener un gesto de ternura en medio de tanto dolor.

Que no quede en la nada este viacrucis de la ciudad. Que nos animemos en serio a que nos duela el dolor de los hermanos. Lloremos el dolor de los hermanos y abracémoslos fuertes frente a la cultura de la indiferencia, la cultura del encuentro y de la solidaridad. Porque tenemos la certeza que no está todo perdido.

Como dije, Jesús venció a la muerte para siempre y si tengo mis ojos limpios por las lágrimas posiblemente vea que la tumba está vacía, que Jesús está vivo y que en el rostro de cada hermano con el que me encuentro, Él allí está.

No dejemos de participar de alguna de las celebraciones de Pascua porque acá la historia no termina.

Acá la historia tiene un final bueno, un final feliz, porque el primero que abrazó nuestras cruces es Dios. El primero que se dolió con nuestras cruces es Dios. El primero que lloró con nuestras cruces es Dios y no nos va a dejar tirados. No lo hizo nunca, no lo va a hacer hoy y entonces seguramente a todos nos quiera regalar la alegría de la resurrección, la alegría del triunfo de la vida y por eso el domingo, a pesar de todas las dificultades, de todas las cruces, nos vamos a poder mirar unos a otros y porque transitamos la cruz y me duele el dolor del hermano y lloro el dolor del hermano, podré mirar al otro y desde mi corazón en ese encuentro de miradas decirnos ¡Felices Pascuas! Jesús está vivo.

¡Felices Pascuas! Dios venció a la muerte para siempre.

¡Felices Pascuas! La muerte no tiene la última palabra.

Creemos en el Dios de la ternura, de la solidaridad, el Dios que nos rescata de la muerte, el Dios que dejó para siempre la tumba vacía.

 

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