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El gobierno, el presidente Javier Milei especialmente, entienden que están ganando la batalla cultural que han emprendido desde la Casa Rosada.

Hicieron un fuerte ajuste sobre las jubilaciones. Le sacaron ocho puntos de la inflación, le congelaron el bono, le cortan la moratoria, vetaron la mejora en la movilidad que generó el Congreso y pudieron reprimir las marchas a su favor en las calles -con gas pimienta en la cara de una pequeña de 10 años incluido-. Con todo eso, las protestas de los miércoles frente al Congreso se convirtieron en apenas una molestia, sin apoyo popular. El gobierno entiende que se anotó una victoria.

No hay plata. Ni las jubilaciones ni la educación van a atentar contra el equilibrio fiscal.

No hay más plata para las universidades, se las audite o no. El financiamiento educativo cayó un 40% en 2024, un registro que no tiene antecedentes en las últimas tres décadas. Y se mantiene firme porque esta batalla está seguro de ir ganándola. No le importa la toma de facultades ni las movilizaciones docentes y estudiantiles. Milei piensa que es un movimiento que se irá agotando.

Pero esa batalla cultural no se agota ahí. El gobierno agita fantasmas peligrosos al subir la apuesta contra el movimiento estudiantil. Y entra en un terreno muy peligroso que prepara una respuesta represiva de final abierto. Juega con fuego.

El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, relacionó las manifestaciones estudiantiles actuales con el germen de las organizaciones guerrilleras durante la década del 70. “En la década del ’70 también se tomaban universidades y después se generaba un movimiento que utilizaba la violencia para expresar sus posiciones, se convirtió en guerrilla subversiva y generó después la represión”, señaló.
En el mismo tono, la ministra de seguridad Patricia Bullrich acusó a los universitarios de impulsar una “revuelta” a la chilena. “Nosotros tenemos en claro que atrás de esto van a ir con molotovs”, afirmó la ministra.

Y ni hablar de los trolls y youtuber libertarios que, entre otros mensajes violentos, reivindicaron la noche de los bastones largos contra las universidades de la dictadura de Juan Carlos Onganía.

“Los discursos de violencia traen más violencia”, le contestó a Bullrich el Consejo Interuniversitario Nacional.

Aventurar que las protestas estudiantiles son “un germen guerrillero” y que “vendrán con molotovs” es jugar con fuego. Y si es una estrategia discursiva para preparar el terreno represivo es más peligroso todavía. Jugar al límite tiene sus riegos. Grandes riesgos.

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