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El país se despertó con una nueva realidad política tallada a golpe de urna. La contundencia del triunfo de La Libertad —-que bien podríamos denominar la “Argentina violeta“- dejó un “bombazo” en el tablero nacional, reordenando prioridades, dinámicas de poder y poniendo a prueba los cimientos de las estructuras políticas tradicionales. Lo que en principio se planteaba como una elección de medio término terminó siendo, según el análisis de expertos, un plebiscito sobre la situación general del país.
El resultado garantizó un “veranito financiero” inmediato, con bonos y acciones “volando”, e inauguró una nueva etapa de poder para la fuerza ganadora, que ahora deberá demostrar si la confianza depositada por millones se traduce en estabilidad y progreso, o si se repiten los ciclos de frustración que la historia argentina conoce tan bien.
La estrategia del plebiscito
Para Jorge Cicuttin, analista político, la clave de la jornada no residió en una victoria legislativa tradicional. La estrategia central, según el experto, fue la del plebiscito. Se votó, en esencia, a favor o en contra del gobierno en funciones, y en este marco, “ganó el discurso del temor, el discurso del miedo a lo que podía pasar si el gobierno perdía” dijo este lunes en declaraciones a LU12 AM680.
Este discurso de la venida, o el miedo al caos si se votaba diferente, no fue el único motor. Hubo un componente externo que, si bien a muchos argentinos les puede “chocar” o parecer “denigrante”, resultó tranquilizador para una parte de la población. La idea de que organismos o figuras de poder de Estados Unidos (Washington/Departamento del Tesoro) intervinieran directamente para señalar cómo marcharía la economía y advertir que “si no gana le saco el apoyo y se va todo a la miércoles” se impuso en el ánimo de mucha gente.
A esto se sumó la incorporación de un nuevo relato por parte de los ganadores, centrada en la necesidad de no desperdiciar el esfuerzo realizado: “No echemos el sacrificio en balde de lo que se hizo hasta ahora“, frase que buscó consolidar la base de apoyo bajo la promesa de que “el año que viene ya la inflación va a ser cero”.
La sorpresa bonaerense
La lectura fina de los números arroja datos contundentes sobre la polarización que vive Argentina. La Provincia de Buenos Aires fue la gran sorpresa. Si bien el peronismo perdió una cantidad relativamente baja de votos (unos 170.000, una cifra que algunos atribuyen a la falta de voto extranjero en cargos nacionales), el oficialismo subió de forma impresionante, sumando un millón de votos. Además, votó más gente que en instancias anteriores (cerca de 800.000 personas más), y esa masa de nuevos sufragios fue a parar, en su gran mayoría, a la fuerza ganadora.
Esta polarización brutal entre dos modelos sepultó cualquier intento de construir una “tercera vía.” El proyecto de Provincias Unidas, según el analista, “antes de nacer prácticamente murió”. La debacle se sintió fuerte en provincias clave como en Santa Fe donde Pullaro terminó tercero o en Córdoba donde Schiaretti “perdió con un desconocido” y lo hizo por una diferencia importante.
El mensaje de las urnas es claro: la gente se polarizó y, en definitiva, “plebiscitó al gobierno”, otorgando una victoria de amplio espectro, impulsada por el líder nacional, que “se puso la campaña al hombro y le funcionó”. El triunfo abarcó todas las líneas, incluyendo el fuerte trabajo de armado de Karina Milei.
“Se dio vuelta la tortilla”
El resultado electoral modifica drásticamente las relaciones de fuerza en el Congreso y con los caciques provinciales. Con esta victoria contundente, la fuerza ganadora tendrá ahora una base de representación legislativa suficiente como para ir a fondo en reformas estructurales, como “la reforma laboral, la reforma previsional”.
La necesidad de negociar se reduce, y la posición de los gobernadores, que antes eran un contrapeso esencial, queda debilitada. Cicuttin lo graficó con una expresión bien local: “Ahora la ganó [la elección], y los gobernadores perdieron. Entonces, bueno, se dio vuelta la tortilla a la hora de negociar”. La fuerza vencedora negociará desde una posición de poder, sin la preocupación constante de perder las próximas elecciones.
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