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Para Daniela Rapetti el arte siempre ha sido su manera de expresarse. Crecer en una familia con una abuela costurera y modista, y la otra, manualera, pasando por su abuelo y su padre con habilidades para la carpintería y su madre, con interés en el dibujo y la porcelana fría, fue propicio.
Cuando repitió primer grado, la directora le dijo a su mamá que debería ir a una escuela de arte. Dado que en Puerto Deseado, las opciones no eran muchas y la situación económica no acompañaba, buscó la forma de seguir haciendo lo que sentía: dibujaba en las hojas vacías que quedaban de los cuadernos viejos y era la encargada de pintar las banderas del curso.

“A los 17 años, en una clase de plástica, una profesora me animó a formarme en algún taller porque veía potencial en mí. Así fue como llegué a la Academia de María Celina, donde me encontré con la profesora Lorena Irala, a quien ya conocía de la primaria. Ella me ofreció dos caminos: un taller de pintura libre o el profesorado en pintura decorativa. Elegí el profesorado, que duraba tres años, y allí descubrí la paciencia y la disciplina que requiere una obra. Me recibí a los 19, y con más confianza comencé a vender mis primeros cuadros: perros, flores, anime. Siempre me gustó la versatilidad, sin encasillarme en un solo estilo“, explicó a La Opinión Austral.
A los 21, Rapetti comenzó a cursar la carrera de Profesorado en Artes Visuales en la Universidad Nacional de Córdoba. Cursó hasta 3er año, completando materias de pintura, dibujo, escultura y grabado. Si bien, no finalizó la carrera, el aprendizaje “fue invaluable y elevó la calidad de mi trabajo”.

Con el tiempo llegaron nuevos desafíos. “Exploré formatos poco convencionales: pinté en mates y hasta en latas de atún que se transformaban en ceniceros. En ese contexto, realicé un mate por encargo, destinado como regalo. Tuve el privilegio de entregárselo en persona a Juan Pablo Matorrel, quien quedó encantado con la pintura de una ballena y su caballo. Ese encuentro marcó un antes y un después, porque tiempo más tarde me confió un proyecto enorme: pintar a la mítica yegua de polo ‘La Dolfina Cuartetera'”, relató la artista de 25 años.
“Siempre me gustó la versatilidad, sin encasillarme en un solo estilo”.
“La Dolfina Cuartetera” es considerada por Adolfo Cambiaso la mejor yegua jugadora de su carrera, habiendo logrado triple corona argentina durante 10 años consecutivos y el premio Copa “Lady Susan Townley” en el Campeonato Argentino Abierto de Palermo 2009, 2010 y 2014.
La obra, de 2 x 2,80 metros, será subastada en el 132° Abierto Argentino de Polo en Palermo en diciembre. Lo recaudado será donado al Hospital Garrahan, en apoyo a la lucha contra el cáncer infantil, y a LM Bethesda, la Escuela de Polo que dirigen Gabriela Vales y Claudio Cerviño, en Gaimán.
Antes de la subasta, el cuadro recorrerá distintos eventos en Puerto Pirámides y luego en Buenos Aires.
La joven deseadense, que realiza pinturas a pedido (@lienzo.en.blanco07) y tatúa (@tattoo.l.e.b), expresó lo que significa para ella este logro: “Es una oportunidad inmensa, no sólo como artista emergente, sino también como persona. Todavía me sorprende hasta dónde llegué y todo lo que se abre por delante. No lo vivo sólo como un orgullo personal, sino también como un mensaje: animarse a seguir lo que uno ama puede llevarnos más lejos de lo que imaginamos“.
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