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Un triple de antología marcó Emiliano Lezcano en Liga Nacional frente a Boca, que trajo a la memoria el que encestó Lucas “Chiri” Reyes con la camiseta de Hispano Americano hace tan solo tres años atrás frente a Obras.

Si bien el festejo de Ferro fue espectacular, no lo fue menos el de Hispano Americano nada menos que en el “templo del Rock”, allí en la Avenida Libertador, donde el mendocino marcó una de las páginas mas alucinantes de la historia del básquetbol celeste y  como nos toca de tan cerca, nos metemos de lleno en el recuerdo.

Ya el ingreso al gimnasio se hace en silencio, con el ritmo de la ciudad enmarcado en esa Avenida Libertador que cruza Nuñez como un relámpago, a tres cuadras del poderoso estadio Monumental de River, delante del CENARD (Centro Nacional de Alto Rendimiento), a media cuadra del Club Ciudad, al lado del club Comercio, mas deportivo imposible, pero el “Chiri” se queda mirando en la vereda la espectacularidad del Chateau Libertador en la otra cuadra, donde vive Demichelis, el técnico de River, y con un suspiro entra al gimnasio sin saber que será su noche de gloria.

El partido es parejo, luchado y con mucho ritmo y se llega a un final ” de película” cuando falta menos de medio minuto y el tablero dice que ambos equipos cuentan con 74 puntos y es empate parcial, pero allí está la sabia mano de Barral para marcar un doble para los dueños de casa y las luces cambian, ahora favorables a Obras por 76 a 74 y los de Hispano pierden por un doble cuando solo faltan 9 segundos y el griterío de la hinchada de Obras es brutal.

Es el momento de decidir que hacer y es Marcos Saglietti el capitán y escolta, quien saca desde abajo del aro y la bola pasa a manos de Lucas Reyes que está a la altura de la punta del banco de suplentes de los dueños del lugar, los de Obras que lo miran muy de cerca.

El “Chiri” relojea el reloj que marcan esos 9 segundos para que la chicharra espante los pocos pajaritos afuera del techo y el partido tenga un final y con la fe que le dieron sus primeros pasos con una pelota de básquetbol en su Guaymallen natal, allí del otro lado del canal que cruza  la gran ciudad cordillerana, mira el tablero contrario que se ve chiquito y muy lejos, pero no hay tiempo para nada.

No lo piensa dos veces y en solo una, lanza la bola desde donde está, casi en la otra punta de la cancha y la magia puede todo, la fe mueve montañas y cuando la bola cruza la mitad del campo rumbo al otro lado, suena la poderosa chicharra y el partido está terminado, pero la naranja sigue y sigue como empujada por un mago escondido en un rincón  debajo de las tribunas del estadio y con la alquimia de las manos del mendocino, increíblemente llega al aro y entra como por encanto y como ya se desprendió de la mano antes de que sonara el ruidoso final, es totalmente válido dice el reglamento, y los celestes ganan por 77 a 76, por la mínima, por la magia, por la fe del “Chiri”, por la voluntad y el esfuerzo.

Noche inolvidable y un recuerdo que quedará en los anales del básquetbol celeste como un pilar estruendoso de alegría, de sorpresa, de impulsos sagrados de algún duende sureño que pasó por el lugar y el “templo del Rock” se espanta y los celestes se agrandan y todo termina con abrazos y gritos, algo que no se va a olvidar tan fácil.

Del otro lado del televisor, explotamos con gritos de asombro igual que muchos en sus casas, en el club, y mas de una lágrima inoportuna aparece en medio de los ojos como para expresar de alguna manera la alegría, la tensión que se escapa acumulada en pocos segundos, porque Hispano de la mano del “Chiri” se robó una victoria descomunal en las mismas fauces de los rivales, y eso es mucho.

Por eso el festejo de los de Ferro frente a Boca debe de haber sido igual, quizás por eso lo entendemos con mayor claridad, un regalo de la magia del básquetbol que hay que haberlo vivido para comprenderlo.

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