POR: ROMINA BEHERNS (Docente e investigadora, integrante de Aracaurias)
¿De qué modo nos presentamos los movimientos de mujeres y feministas?
¿Qué nos están exigiendo y cuál es la trama de sentidos que opera detrás de esa exigencia?
¿Por qué las víctimas son más aceptadas en esas representaciones que las que todavía estamos vivas, luchando para no haya más muertas entre nosotras?
Nos cansamos de escuchar a quienes sienten ganas de opinar en contra de la lucha por el aborto legal.
Nos dicen que si una mujer fue violada tiene derecho a abortar, pero si una mujer “lo disfrutó”, que se haga cargo de su embarazo.
Nos dicen que el Estado no tiene por qué financiar los abortos de aquellas que disfrutaron del acto sexual.
Nos dicen todo el tiempo y nos cansamos de escuchar.
¿Qué pasa que cuando las mujeres libres nos expresamos causa tanto rechazo?
Hace unos días pasó el Ni Una Menos, después de cinco años de su primera manifestación. Desde La Opinión Austral se conmemoró esta fecha trayendo como protagonistas a las mujeres que luchamos ahora y desde hace bastante tiempo, cuando quizás el feminismo no era tan conocido y probablemente más excéntrico que ahora.
Si entran al sitio oficial o a las páginas del movimiento Ni Una Menos, también van a encontrar imágenes de la organización feminista, con bocas gritando, con brazos levantados y con montones de consignas que se expresan en las manifestaciones que se dan en todo el territorio nacional.
Sin embargo, algunas voces nos exigen que la enunciación sea desde las víctimas y no desde las que estamos luchando para que no haya más muertas.
Por supuesto, no tengo dudas, que esta falsa oposición entre la víctima y la no-víctima refuerza la separación entre las “buenas víctimas” y las “malas víctimas”.
¿Cuáles son las malas? Las que salieron de noche, las que tenían la pollera corta, las que se pintaron los labios, las que quisieron tener sexo con sólo uno del grupo, en definitiva, las que dejaron ver que eran mujeres deseantes, que gozaban de sus cuerpos y de su sexualidad.
En el sentido común, las víctimas no desean, las víctimas sólo son víctimas.
La retórica que se despliega desde la posición de víctima nos lleva a mirar las marcas de la violencia y apela a cierta moral humanitaria. Cuando la enunciación parte del dolor y la muerte, la misericordia está asegurada, las vidas precarias conmueven a la sociedad.
Si no hay marcas de dolor, o si acaso se encubren o se invisibilizan, si no hay coherencia entre el relato y ese cuerpo ausente, la representación de la víctima desaparece porque la construcción simbólica de la víctima está esencializada y homogeneizada.
Y en eso hay una comunidad que ocupa un rol de peritaje para darle autenticidad a esa condición de víctima: quiénes son víctimas y qué características deben cumplir.
Las “malas víctimas” somos también las que todavía zafamos. Jessica, Zulma, Liseth, Marcela y muchas más de aquellas que ya no están tuvieron un último acto: un acto de resistencia que no sabemos cuánto tiempo antes se estaba dando a conocer ante sus agresores.
Es por eso que han sido castigadas, silenciadas, desaparecidas, embolsadas, porque los agresores no toleran que seamos libres.
¿Quién es el sujeto político del Ni Una Menos? No se trata para nada de negar a las víctimas ni de no continuar con los reclamos de justicia y de reparación para los y las que sobrevivieron, sus familias, sus hijos e hijas. Pero después de la justicia, ¿qué? ¿No hay nada más? Claro que sí.
Todavía queda crear las condiciones de posibilidad para una transformación del orden social de géneros y sexualidades, para una producción de subjetividades emancipadoras.
Los feminismos no vienen a cerrar el debate político, al contrario, lo abren y proponen “feministas en todas partes”.
Ponemos el acento en lo que queremos modificar y construir.
Accedemos a la acción política porque pretendemos crear las condiciones para la libertad y la autonomía, en definitiva, queremos una nueva política. El movimiento de mujeres y feministas queremos construirnos y proyectarnos desde la vida, no desde la muerte.
Queremos gritar, queremos que nos escuchen, queremos escribir en nuestros cuerpos lo que nos dé la gana, sin que se nos vaya la vida ni la libertad en eso.
Pero si la enunciación de nuestras luchas se hace desde el feminismo que está vivo y que se mueve, la acción política se deslegitima. La veracidad de nuestras luchas sólo se torna posible desde la retórica de las víctimas, la vulnerabilidad y la compasión.
Sin embargo, no es posible construir una lucha si no es desde el deseo de seguir vivas. No queremos la conmiseración, queremos que no nos maten nunca más, queremos ser libres, queremos estar vivas. ¿Pueden los misericordiosos sensibilizar con ese deseo?
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