El trabajo de Cruz Roja fue de un valor difícil de dimensionar. Los voluntarios estuvieron prácticamente desde el primer día, cuando la gente permanecía en sus casas. El titular de la filial Río Gallegos, Paulo Velázquez, recordó que “el 16 de marzo nos convocó Protección Civil para trabajar conjuntamente, aunque no sabíamos qué función íbamos a cumplir. Lo primero fue ir al primer vuelo de santacruceños repatriados, eso fue más o menos el 23 de marzo, y de ahí en adelante comenzamos. Luego nos sumamos, a pedido de Migraciones, al control de los ciudadanos que tenían que estar en aislamiento preventivo, y de ahí pasamos a integrar el COE local”. Velázquez recuerda que durante 15 días estuvieron en zona de frontera y también en el aeropuerto, entre tantas otras tareas que demandó el accionar de más de 50 voluntarios. “Se incorporó juventud, unos diez chicos más”, destacó.

Paulo sostuvo que la sociedad “valora el esfuerzo que hacemos”. “Siempre decimos que la solidaridad se hace con dinero, vos podés tener la mejor intención, el corazón más grande, pero si no tenés dinero, no se hace. Tuvimos que arreglar vehículos, comprar equipos. Para el mes de julio comenzamos a hacer testeos de hisopados y el voluntario entraba a las 10, se iba a las 17 y necesitabas darle la vianda. Al principio la comprábamos, pero luego tuvimos la colaboración de una rotisería. Además, necesitábamos combustible para los traslados. Después asistimos a los barrios. No hacíamos acción comunitaria hasta el año pasado, pero vimos la necesidad, en plena pandemia, de ayudar a los barrios periféricos, porque las familias no tenían gas ni agua en muchos casos”, repasó Velázquez, quien resaltó que “siempre decíamos a las autoridades que, más allá de la función, la gente puso en riesgo su vida sin que nadie le pagara un mango. Entonces, eso hay que valorarlo. Ellos lo hicieron por amor a la patria”, resumió.

Por su parte, Mariela Puche, quien hace casi ocho años que integra la filial, contó que el 13 de marzo de 2020 se quedó sin trabajo, ya que laboraba en un gimnasio. Pero ya el 15 “se nos convocó para cubrir nuestro trabajo. Empezamos con los repatriados. No sabíamos de qué se trataba, teníamos miedo, porque no solamente estaba pasando eso en nuestra ciudad, fue algo que a todo el mundo horrorizó, nos agarró de sorpresa a todos por igual”, repasó.

Pese a ello, Mariela recordó que “fuimos tres compañeros los que nos juntamos al principio, charlamos y decidimos ir para adelante. Fuimos aprendiendo como todos. Al comienzo todo el mundo estaba atemorizado y Río Gallegos pasó a ser, como muchas otras, una ciudad fantasma, y nosotros yendo y viniendo con el móvil tratando de cubrir las necesidades de los entes que nos pedían ayuda”.

Entre tanto, Mariela recuerda que “la experiencia más fuerte fue cuando nos capacitaron para hisopar. Sabíamos que íbamos a estar a menos de dos metros de las personas y lo que me impactó fue el día que tuve que hisopar al doctor Cassaro y ver luego que ya no estaba. También me pasó con Silva, el militar que, a los cuatro días de haberlo hisoparlo, ya no estaba entre nosotros. Cumplimos un año hoy y recuerdo a toda esa gente que pasó por nuestras manos, a la que le dimos un aliento cuando entraba al tráiler. Como una señora que me agarró fuerte del brazo y me dijo que tenía miedo de morir porque tenía familia, y eso, si bien nos preparan para eso, ese llanto me va a quedar para siempre en la memoria”, lamentó.

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