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El sábado pasado, cerca de las seis de la tarde, un contratista que se dirigía a supervisar una obra en el centro de El Calafate fue chocado de manera leve contra un remis conducido por un hombre de apellido Ibáñez. “Voy por Gunter hacia Chow, donde hay que trazar esa ‘ese’ para agarrar Agüero, y de repente siento el golpe: marcha atrás y adentro contra mí”, explicó Andrés, víctima del suceso a La Opinión Austral visiblemente conmovido por la sucesión de hechos que siguieron. Tras intercambiar datos y fotografiar los daños, decidió proseguir su jornada; pensó que todo quedaría saldado con un simple acta policial.

Pero la rutina se quebró cuando uno de sus obreros lo alertó: un remisero nervioso y “sus chicos mafiosos”, en palabras del contratista, no estaban dispuestos a que la causa quedara simplemente en un choque. Con actitud amenazante, el hombre fue al domicilio de Andrés en el barrio, acompañado de cuatro individuos, uno de ellos portando un arma calibre 45. Frente a la puerta de la casa, donde esperaban sus hijos y un operario, la situación escaló: el agresor gatilló varias veces, apuntó al joven que se resguardó tras un camión y le propinó múltiples golpes en la cabeza con la culata del revólver a Andrés.

Los malvivientes llegaron al lugar con un arma de grueso calibre y uno fue derribado por un joven con un caño de escape.

Según pudo saber este diario, en medio del desconcierto, uno de los hijos de Andrés, que manipulaba piezas de motocicleta, reaccionó con un caño de escape, derribando al asaltante armado. Se desató entonces un breve forcejeo que concluyó con el grupo atacante huyendo mientras los vecinos, alarmados por los disparos, apenas alcanzaban a dar aviso a la Policía. Todo ocurrió en el umbral de la vivienda de familia, con Tomás y Elías —hijos del contratista— presenciando atónitos la escena.

La llegada de los efectivos demoró unos diez minutos, suficientes para que el desesperado agresor se marchara con sus cómplices. La denuncia, sin embargo, permitió identificar a quienes instigaron el ataque: un hombre de apellido Vargas, señalado como autor de los disparos, e Ibáñez, el remisero que había instigado toda la sucesión violenta. Ambos quedaron detenidos tras la declaración de Andrés y sus hijos.

El carácter insólito y brutal de lo sucedido generó conmoción en un pueblo acostumbrado a convivir con la presencia amigable del remisero de esquina. Vecinos de la popular barbería familiar Tato Barber —justo frente a la escuela 9— relataron una segunda irrupción: seguidores del agresor habrían intentado intimidar a golpes y piedras al personal del local, donde el hijo de Andrés trabaja. “Se creen vivos con un fierro y terminan cobrando como perro atado”, reflexionó el contratista, aún recuperándose del traumatismo en la cabeza.

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