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El periodista, activista de derechos humanos y teniente del ejército ucraniano, Maxim Butkevych fue capturado en junio de 2022 durante la invasión rusa.
En junio de 2022, cuando las tropas rusas intensificaron la invasión en el este de Ucrania, tomó una decisión que cambió su vida: dejar atrás su antimilitarismo y enlistarse como teniente del ejército para defender a su país.
Según consignó el diario Mendoza Today, pocos días después, en la región de Lugansk, fue capturado por las fuerzas rusas. Lo que siguió fue una pesadilla que se extendió durante dos años y cuatro meses: interrogatorios violentos, golpizas, aislamiento prolongado y presiones psicológicas para que renunciara a su identidad y grabara mensajes repitiendo la propaganda del Kremlin.
“Querían que dijéramos que Ucrania no existía. La versión rusa de la historia está escrita en mi piel”, cuenta. Recuerda celdas sin luz, temperaturas extremas y un silencio que solo se rompía para los interrogatorios. En medio de ese encierro, se aferró a pequeñas rutinas mentales, a la fe y a la convicción de que sus seres queridos lucharían sin descanso por su liberación.
Su liberación llegó en octubre de 2024, en el marco de un intercambio de prisioneros. El último tramo de su cautiverio lo pasó en un traslado agotador, sin comida ni agua durante más de 36 horas. El instante que más atesora es el momento en que cruzó la frontera y vio los colores de Ucrania ondeando: “Fue como volver a respirar después de años bajo el agua”.
Hoy, desde Kiev, continúa un proceso de rehabilitación física y emocional. Ha vuelto al periodismo y a su activismo por los derechos humanos, convencido de que su experiencia no fue en vano. “Esta guerra no es por territorio ni por recursos. Es una guerra de valores. En Ucrania creemos que la persona es lo más importante; para Rusia, lo es el Estado. Por eso luchamos: por vivir libres, con dignidad y sin miedo”.
El caso de Butkevych ha sido citado por organizaciones internacionales como ejemplo de la situación que viven los prisioneros ucranianos en manos rusas, donde las denuncias por torturas, tratos inhumanos y detenciones arbitrarias son constantes. Su testimonio, más que una crónica personal, es una advertencia sobre el precio humano de un conflicto que parece lejos de terminar.
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