* Por Diego Torres

Un año nuevo ya está aconteciendo, la vorágine del 2022 ya se terminó y como me dijo Jorge ex combatiente de Malvinas “Hay que empezar con energías el primer mes para transitar el eterno año”. Fue entonces que partí en búsqueda de esa primera aventura solo con la información justa y necesaria para poder asombrarme. Soy un fiel creyente de que solo hay que dejarse llevar por el relato de los lugareños sin mirar tantas fotos o vídeos previos para poder soñar despierto con todos los sentidos.

Río Gallegos era la ciudad que me estaba acogiendo en ese momento y la más cercana al Cabo Vírgenes. La indagación comenzó el primer día que me encontré en la capital de los vientos, las respuestas fueron un tanto “negativas”. “No hay nada en ese lugar”, “el camino está horrible, “está desierto”, pero si tan solo supieran que los caminos desiertos, el que no haya nada, hace que un paisaje se embellezca aún más, y encontré estas críticas una motivación mayor para adentrarme en dicho sitio.

Camino a “La Pingüinera”.

Las averiguaciones comenzaron el 2 de enero, transportes hasta la Pingüinera no había, pero caminar la calle sintiendo el viento patagónico te da siempre recompensa. Un transportista me dió las indicaciones: “El próximo jueves a las 12 hs tienes que esperar en el ingreso de ruta 1, la cual está a 17 kilómetros de la ciudad”. Me levanté bien temprano esa mañana, caminé hasta la parada del “City bus”, tenía que tomar la línea C, me dejó en la salida de la ciudad, caminé un poco e hice dedo. A la altura del Autódromo “José Muñiz”, esperé dos horas sentado y tipo 14 arribó Elian, subí al vehículo y me dijo “te voy a dejar 3 kilómetros antes”.

Diego Torres, periodista de La Opinión Austral

Una nueva persona entraba en la lista de mejores amigos de Instagram, una persona que me estaba llevando por una ruta provincial a la magia misma. Un camino que quizás podría estar en mejores condiciones. Eran las 15 hs y estaba saludando a este personaje. Me puse la mochila al hombro cargada con una carpa, bolsa de dormir, aislante, abrigo, agua y enlatados.

Gran colonia de pingüinos.

Caminé por la ruta de tierra rodeada de estepa, insectos y ovejas. Llegué a los carteles de señalización, tenía que conocer el Faro argentino, subí y me encontré con algo fantástico, una lumbrera de gran altura, una casilla pintada de celeste y blanco. Allí salieron las primeras lágrimas haciendo relucir el orgullo por la bandera patria. Mirar a la derecha y por primera vez encontrarse con toda la extensión del Cabo Vírgenes. Estaba parado en la punta continental, el trozo de tierra más austral del continente americano antes de cruzar a la isla de Tierra del Fuego. Me sentía con mucho poder, me sentía tan privilegiado, cientos de cosas pasaban por mi cabeza y me decía a mi mismo “es real, creelo porque es real”.

Ahora solo restaba caminar 5 kilómetros para llegar a la Pingüinera, las olas del Atlántico musicalizaban mis pasos, el cielo inmenso estaba nublado y el caminar se hacía fácil puesto que no había viento. Las aves me regalaban un sonido mágico, y de repente se escuchó el primer graznido. ¡Pingüino a la vista!, me asomé a la playa y el llanto se hizo presente, una de las colonias de pingüinos de Magallanes más grandes del mundo estaba frente a mi, centenas de aves marinas frente a mis ojos. El llanto de la alegría había comenzado una vez más.

Podía ver estos animales en su naturaleza, medio escondido y alejado de ellos para ver cómo era su accionar cotidiano. La inmensidad alrededor mío se hacía sentir, a mi izquierda el faro argentino, a la derecha el faro chileno y en la playa tres turistas, Gaby de Brasil y Any junto a Dario, una pareja del sur de Córdoba, intercambiamos experiencias mientras el eterno atardecer patagonico se estaba haciendo presente. Compartimos la cena, nos alejamos un poco de la Pingüinera, armamos carpa y por arte de magia el cielo se había despejado, la brillantez de las estrellas ya se hacía notar, la luna a tan solo un día de estar completamente llena, la brisa marina, el lugar más austral… condimentos que hacen ver a lo terrenal como mágico e inexplicable.

Poco a poco llegó el cansancio de un largo día, con mis ojos llenos de lágrimas por haber descubierto un nuevo lugar, por haber hecho nuevas amistades que voy a llevar en mi memoria, tenía también nostalgia por la presencia de mi familia y mis amistades en forma de recuerdo. Mis ojos comenzaron a cerrarse en Cabo Vírgenes, el lugar más austral de la plataforma continental americana, ubicado en la provincia de Santa Cruz, a tan solo 140 kilómetros de Río Gallegos.

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