“Patagones” o “gigantes patagónicos” es la denominación que le dieron los primeros informes europeos a los tehuelches, la primera mención apareció en la obra de Antonio Pigafetta, el cronista del viaje de Fernando de Magallanes y Sebastián Elcano. La expedición que finalizó la vuelta al mundo en 1522 y regresó con sólo 18 sobrevivientes es narrada en la publicación “Relación del primer viaje alrededor del mundo” y es el punto de partida de “Pigafetta“, la obra que se presenta este sábado en Teatro Municipal “Héctor Marinero” de Río Gallegos.
Francisco “Pancho” Spaccarotella se pone en la piel del cronista tiempo después de la travesía que duró tres largos años. Pigafetta, es ya un viejo olvidado que comienza a revisar su mayor hazaña. Así, recuerda a sus amigos, a sus enemigos y reconoce las consecuencias que dicha excursión trajo aparejado para la historia del planeta tierra.
Durante el viaje los expedicionarios pasaron por lo que es hoy la provincia de Santa Cruz, puntualmente por la zona de la actual Puerto San Julián. “Esa expedición le dio origen a la palabra Patagonia y a muchas otras características de la región, es una forma divertida de contar esa parte de nuestra historia”, señala el realizador.
La obra protagonizada, escrita, dirigida y producida por Spaccarotella y Cecilia Durruti, se presenta este sábado 12 de agosto a las 18 horas en las instalaciones del Teatro Municipal Héctor Marinero.
Crónica de un viaje dramático, único e inolvidable
*Por Teresita Manna de Cárcamo
En 1519 el italiano Antonio Pigafetta, se hallaba en España acompañando a Francisco Chiericato, delegado del Papa León X en la corte de Carlos I, cuando tuvo noticias de la preparación de la “Flota de las Molucas” encargada a Fernando de Magallanes. Decidió unirse a ella compartiendo el objetivo de llegar a Oriente navegando siempre hacia Occidente. Del siguiente modo dejó asentada la índole de su tarea y las circunstancias que lo llevaron a embarcarse: “Por los libros que yo había leído y por las conversaciones que tuve con los sabios que frecuentaban la casa del prelado, supe que navegando por el Océano se veían cosas maravillosas y me determiné a asegurarme por mis propios ojos de la veracidad de todo lo que se contaba, para a la vez contar a otros mi viaje, tanto para entretenerlos como para serles útil y lograr al mismo tiempo hacerme un nombre que llegase a la posteridad”.
Verdaderamente logró la celebridad a través de su diario publicado en 1536. El mismo no ha llegado en versión original hasta nuestros días, aunque sí se conservan cuatro copias: una en italiano, en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, y tres en francés atesoradas; dos de ellas, en la Biblioteca Nacional de Francia y una en la de la Universidad de Yale en Estados Unidos.
Esta última versión es la más completa de las cuatro. Contiene 23 mapas maravillosamente trazados, aunque su valor trasciende la referencia cartográfica y también las noticias de personas y ambientes al ofrecer una interpretación del “nuevo mundo” a los hombres de la Europa del siglo XVI y de todos los tiempos. Por ello su narración ha tenido el impacto de una fuente documental para investigaciones históricas concretas.
Seguramente el autor encuadraba sus experiencias individuales y colectivas en los convencionalismos y criterios de su tiempo. Por ello recurría a las metáforas toda vez que la realidad no se contenía en lo conocido: “La vela es de hojas de palma, cosida para formar una al modo que la latina. Por timón usan una especie de pala como de horno, cuya asa cruza un barrote”.
Pigafetta intentó acercar el lector europeo al exótico y ajeno “mundo nuevo” y lo hizo detallando lo que los expedicionarios vieron: “Da también la palmera el ya mencionado fruto del coco. Es éste, más o menos grande como una cabeza humana…Debajo… viene una pulpa endurecida blanca, de un dedo de espesor, que comen fresca con la carne del pescado, … que al paladar recuerda la almendra… Cuando les interesa disponer de aceite, dejan que se pudran pulpa y agua, las hierven después y sale un aceite como mantequilla”.
Incluso se aprecia una rudimentaria pero trascendente labor del autor como lingüista al asentar la traducción de vocablos autóctonos con la intención de establecer comunicación con los pueblos originarios de cada lugar: “Habitan en ciertas casas amplias llamadas ‘bohíos’, y duermen en redes de algodón que denominan ‘hamacas’, … Poseen barcas de una sola pieza …, llamadas ‘canoas’”.
La crónica rigurosa que parece una aventura de la imaginación
Gabriel García Márquez recordó a Antonio Pigafetta en su discurso por el Premio Nobel 1982. “Su libro es el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos”
Las exploraciones de la época se esforzaron en dejar una descripción más textual que gráfica; no obstante, la crónica de Pigafetta consiguió estimular la imaginación europea. Por ejemplo, la referencia a los gigantes de Patagonia “dos veces más altos que los europeos, y vestidos con «pieles de animales,» (…) y tenían las caras pintadas”, sirvió para el trazado del mapamundi realizado por Sebastián Caboto, cerca del 1544.
De todos modos, en la crónica de Pigafetta, la descripción de ambientes desconocidos, tan exagerada como auténtica, parece ser parte de una pretensión a nombrar hombres y entornos por vez primera. Y, a la vez, revela la intencionalidad de incorporar a esos hombres tanto americanos como del extremo oriente, a la identidad espiritual del mundo europeo: “Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. …Este hombre era tan alto que le pasábamos de la cintura. … su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país. Pasó algunos días en nuestra compañía, habiéndole enseñado a pronunciar el nombre de Jesús, la oración dominical, etc., lo que logró ejecutar tan bien como nosotros, aunque con voz muy recia. Al fin le bautizamos dándole el nombre de Juan… Nuestro capitán llamó a este pueblo patagones”.
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