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Por Juan I. Martínez Dodda
Producir lana es mucho más que un negocio para el ovejero. Es familia, legado, pasión, arraigo, monocultivo (en muchas zonas), tradición e historia. Cada 15 de septiembre se conmemora el Día del Productor Lanero y es una buena excusa para hablar con ellos y ellas, los que crían ovejas en nuestra provincia. Hoy, en el amanecer de una nueva esquila, frente a una buena o muy buena zafra lanera (según la zona), después de un invierno benigno, pero ante un panorama del negocio incierto, con precios decaídos, costos altos y compradores que quieren lana super fina y sustentable ambiental y socialmente.
“Me crie en esta estancia viendo cómo trabajaba mi padre, así como mis hijos ven lo que he hecho yo y ahora mis nietos, y todavía seguimos acá, eso sí, muchos de mi generación se fueron del campo, también se han ido los de la generación de mis hijos, no es fácil”, contó a Santa Cruz Produce Eduardo Halliday, tercera generación de productores ovinos nacida en el país, a la que hay que sumar al fundador, que vino de Malvinas, y a su padre, en Escocia.
“En Patagonia, ser productor ovino es una forma de vida“, sella Halliday, quien comparte que la producción viene bien por ahora en cuanto a kilos de lana, pero hay que esperar el resultado de los análisis para ver finura y rinde, aunque visualmente se ve muy limpia y con buen desarrollo de mecha”.
La de Mariano Ilarragorri y su familia también es una historia de legado. Él nació en Tapalqué, provincia de Buenos Aires, en 1983. Por ese entonces su abuelo adquirió unas tierras a pagar” en Santa Cruz. “Mi abuelo se vino con mi mamá, mi papá y mi tío y mi tía, años más tarde vendieron ese campo y compraron el actual, La Tapera”, relató Ilarragorri que, fallecidos su abuelo y su padre, desde 2016 les alquila el campo a sus hermanos y a su tía y lo trabaja.
“El negocio de la lana está algo nublado por algunas cosas que no se entienden mucho, los precios internacionales están estables y costos elevados, hay demanda en los mercados australianos, que es donde siempre miramos los laneros para saber el valor de nuestro producto, no así en el precio nacional, los que nos compran a nosotros la lana, la industria nacional está un poco retraída en ese sentido, más cautelosa”, contó Ilarragorri.
En lo productivo este año creen que será “bastante bueno, saliendo de un invierno más benigno que el año pasado, en el que no hubo mucha nieve”. Eso sí, quizás eso “traiga consecuencias y una primavera más seca”.
“Los precios están malísimos, no nos rinden, pero ahí vamos, en cuanto a la producción y la campaña son buenas, pero seguimos peleando contra el abigeato y los pumas”, resumió Mariángeles del Río, que desde chica vio trabajar y aprendió las tareas de su padre, Carlos del Río, hasta que en 2020 falleció repentinamente y asumió junto a su madre el desafío de hacerse cargo de Ototel Aike, la estancia que es propiedad de su tío José “Pepe” del Río (del frigorífico Trelew).
Adrián Tejedor es productor ganadero de la estancia El Relincho, en Fuentes del Coyle. Tuvieron que abandonar los campos cuando fue la erupción del volcán Hudson en el año 1991, después los agarró la nevada del 95. Perdieron cerca de 11.000 animales y supieron salir adelante. Hoy administra 147.000 hectáreas.
“El negocio de la lana está complicado, los precios que, sin ser los peores, no son buenos y costos altos“, dijo Tejedor. Y advirtió: “La producción es mejor que años anteriores, venimos de un invierno 2024 duro, pero que dejó agua, este fue más benévolo, pero es probable que el verano sea seco y los campos están sufriendo por la falta de agua”.
“Hacemos una actividad que es la que nuestro suelo nos permite, pero no manejamos ni los valores internacionales ni los costos de producción, no somos empresarios, estamos aferrados a un sistema de producción”, definió Tejedor.
Erwin Anderson, tercera generación de productores ovinos, desde 1985 a cargo de la estancia Cerro Bombero, a 70 kilómetros de Puerto San Julián, puso el foco en lo productivo: “Este es un año excepcional, la hacienda tuvo un invierno tranquilo, llegó a la esquila pre parto en un muy buen estado y la lana se desarrolló muy bien, con mechas fuera de serie y rindes pocas veces vistos, hay calidad y cantidad”.
Cambios importantes
Para Halliday, el cambio más grande o importante de los últimos años ha sido “la reducción de hacienda en toda la provincia por falta de pasto, debido a la merma de lluvias y al incremento de la población de guanacos”.
“Los cruzamientos que se han hecho para lograr lanas más finas y competitivas en el mercado son uno de los cambios más importantes porque hoy, si no tenés lanas finas no se las vendés a nadie, o las vendés a un precio que no te paga ni la esquila”, dijo Tejedor, que hace dos décadas viene trabajando en la finura de sus lanas.
“Uno de los cambios más importantes los últimos años es que se empezó a poner énfasis en el bienestar de la oveja, que es el motor que produce la lana, son una serie de prácticas que ya tenemos bastante incorporadas”, dijo Ilarragorri. Y agregó: “Si uno apuesta a esto, tiene que invertir y buscar un producto mejor año tras año para seguir siendo competitivo, muchas veces es cansador, desalentador, pero es lo que sabemos hacer”.
“Resiliencia” es la palabra que eligió Ilarragorri para definir al productor lanero, que resiste climas adversos, mercados fluctuantes, situaciones extremas, “hay mucha soledad y a merced de la naturaleza”.
La gran nevada en Santa Cruz, un año después
Para “Marian” del Río esa palabra que define a los productores laneros es “perseverancia, sin dudas, persevera y triunfarás”. Para ella los cambios más importantes que han implementado son en genética y sanidad, y otras actividades que ayudan en el galpón.
Desafíos
“Los desafíos son buenos porque nos invitan a superarnos“, dice Ilarragorri. Y agrega: “Como productores laneros estamos acostumbrados a reinventarnos para no caer en el bache de la improductividad, hay que estar atentos a lo que demanda la gente, es una constante capacitación y aprendizaje”.
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“Lograr un animal con una fibra de alto valor textil para el mercado”, dijo Halliday, consultado sobre los desafíos que se plantea. En tanto que, para Tejedor, el desafío del productor ovino es “producir una fibra dentro de un ecosistema sustentable y que haya un repoblamiento, porque si quedan cada vez menos establecimientos va a ser más difícil poder producir”.
Del Río apunta que “hay muchos desafíos, sobre todo acomodarse al clima, pero también ver cómo nos defendemos del abigeato, el puma, el zorro… pero seguimos firmes y a no bajar los brazos que somos pocos”.
Todo un mensaje en sí mismo, “somos pocos” también podría ser “cada vez somos menos”. Se pone difícil conseguir gente para trabajar en el campo. Aún a pesar de que las condiciones han mejorado, como la conectividad y las comunicaciones y las forma para calefaccionarse. A los ovejeros, salud y que puedan convocar a las nuevas generaciones para poder seguir en esta loable actividad, dando vida a los campos santacruceños.
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