Claudio Perusini tiene 64 años, es profesor de filosofía jubilado y laico y hace seis años sobrevivió a las consecuencias que le trajo un ACV cuando los médicos le habían dicho a la familia que tenía apenas 24 horas de sobrevida.
Estaba internado en el Hospital José María Cullen, de Santa Fe, cuando el sacerdote Ernesto Giovando, amigo de la familia y compañero de colegio de Claudio, llegó, rezó por él y le dejó una estampa de Mama Antula en el monitor al que estaba conectado.
Giovando le dijo a María Laura, su esposa, que le rezaran, que recientemente había sido considerada beata y que seguramente concedería milagros. Era finales de julio de 2017.
En medio de la espera hacia el final el Papa Francisco lo llamó por teléfono. Lo conocía porque Claudio había conocido a Jorge Bergoglio cuando asistía al Colegio Inmaculada de Santa Fe y le había dicho que quería ser sacerdote. Bergoglio le respondió que no veía en el la vocación y le recomendó que se casara y que él iba a bautizar a sus hijos. Entonces Claudio Perusini, avanzó en el camino de la fe religiosa como laico. Coincidió con Jorge Bergoglio en varias ocasiones y hasta una vez les cocinó una enorme tortilla de cebolla y papa con 30 huevos a él y a un grupo de profesores.
En Río Gallegos se lo recuerda como profesor en el Colegio Salesiano y luego como director del colegio secundario de Lago Posadas, un lugar hermoso al noroeste de la provincia de Santa Cruz. Allí se instaló con su esposa en 2007 y ahora que está jubilado vuelve durante la temporada estival, mientras que los inviernos los pasa en Santa Fe, cerca de sus hijos, Juan Francisco, de 32 años e Ignacio de 30.
Quién fue Mama Antula y qué milagro se le adjudica
María Antonia de Paz y Figueroa se convertirá en 2024 en la primera santa del país, luego de que el papa Francisco autorizara la promulgación del decreto de un milagro atribuido a su intercesión.
El pueblo quechua la bautizó Mama Antula. Era un derivado de su nombre en la lengua que había adoptado. María Antonia de Paz y Figueroa había nacido en 1730 en Villa Silípica, provincia de Santiago del Estero, en el seno de una familia acomodada. Fue una mujer que vivió fuera de su tiempo histórico. Convivió en un país colonial con una concepción de vida patriarcal, de rangos jerárquicos, que esperaba de ella y del resto de las mujeres que oculten y silencien cualquier vestigio de independencia y rebeldía como saber escribir y leer. No pudieron con ella. Se rebeló al mandato cultural del siglo XVIII y al credo familiar que respetaba los estereotipos femeninos de la época: a los quince años desafió a su padre al avisarle que no se casaría ni sería monja.
En los albores de la patria decidió vestirse de varón y ser laica jesuita. La rebeldía le causó secuelas: la expulsaron de su casa. Se instaló en el beaterio de los jesuitas. Rechazó su apellido, renunció a la riqueza de su familia, adoptó el nombre de María Antonia de San José. “Siendo aún joven, pronto entró en contacto con la espiritualidad ignaciana. En 1745 vistió el hábito de ‘beata’ jesuita mediante la emisión de votos privados y comenzó a llevar vida comunitaria junto a otras consagradas. Bajo la dirección del padre jesuita Gaspar Juárez, se dedicó a la educación de los niños, al cuidado de los enfermos y al socorro de los pobres”, rescata un portal del Vaticano.
Hacia 1767, volvería a sublevarse ante los preceptos establecidos. Reforzaba su rol de mujer empoderada, disruptiva. Se había comprometido a una misión, había abrazado la campaña de la Compañía de Jesús. El 9 de agosto, el rey Carlos III ordenó disolver la obra jesuítica: a partir de entonces, el trabajo social y espiritual de los jesuitas estaba completamente vedado. Cuando los jesuitas fueron expulsados de los territorios de la corona española, escuchó una voz interior que la convocaba a ser la heredera: tenía 36 años y se consideraba hija espiritual de la Compañía de Jesús. Quería seguir llevando la palabra de dios a través de los ejercicios espirituales del apostolado.
“Ya con 37 años, perseveró en su intención de seguir organizando cursos de Ejercicios Espirituales. Entre 1768 y 1770, los participantes vivieron el tiempo de retiro durante varios días, recibiendo orientación y reflexionando sobre sus vidas. Para este proyecto contó con el pleno consentimiento de su confesor y del Obispo de la ciudad de Santiago del Estero, donde abrió una casa”, describe el Vaticano News la vida de Mama Antula.
Su meta era llevar a dios a donde no lo conocían. Desde Silípica hasta Loreto, Salavina, Soconcho, Atamisqui, las provincias de Catamarca, La Rioja, Jujuy, Salta y Tucumán. Caminó más de cuatro mil kilómetros descalza por todo el virreinato para continuar con el legado a pesar de la prohibición. Su misión era visitar las regiones pobres del nordeste argentino para promover los ejercicios espirituales y en apenas ocho años, consiguió ofrecer los ejercicios espirituales a setenta mil personas.
Su método consistía en llegar a un pueblo, presentar los permisos ante las autoridades y dictar un curso de diez días de duración ante cualquier interesado, sin importar escalafón social. Llegó a Buenos Aires en septiembre de 1779, después de un arduo viaje. El Virrey y el Obispo le negaron el permiso para dictar los cursos de ejercicios, hasta que los retiros empezaron a proliferar y alcanzaban una espiritualidad profunda entre los fieles. Los grupos crecían hasta los 200 integrantes. El Obispo advirtió este fenómeno, cambió de opinión y autorizó a Mama Antula al ejercicio de sus cursos. Tanto que inició la construcción de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales en la Avenida Independencia 1190. “Peregrinó de puerta en puerta con el fin de recaudar fondos para la construcción de la Casa de Ejercicios. Sus esfuerzos también fueron conocidos en Francia y su epistolario fue traducido posteriormente a varios idiomas”, detalla la nota.
“Acusada de loca y de bruja, el peso histórico de Mama Antula en los sucesos independentistas de la Argentina quizá haya sido más importante que el religioso, aunque ahora se encuentre olvidado”, apunta la Agencia Informativa Católica de Argentina, donde fomentan la premisa de que es una de las madres de la patria, dado que en sus rutinas de ejercicios espirituales participaron varios próceres de la independencia, como Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga y hasta el Virrey Santiago de Liniers.
Murió once años antes de ese hito, el 7 de marzo de 1799 a los 69 años. Fue enterrada en la Basílica de Nuestra Señora de la Merced de la calle Bartolomé Mitre de Buenos Aires, luego trasladada a la Basílica de Santo Domingo y finalmente conservada en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced de Buenos Aires. A su muerte se calcula que entre setenta y ochenta mil personas se habían beneficiado de la experiencia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.
“Los primeros datos importantes que nos llamaron la atención fueron todas las manifestaciones de rebeldía de Mama Antula. En la época colonial, en la que la mujer estaba silenciada totalmente, decidió dejar una familia muy asentada económicamente para dedicarse al servicio de los más humildes e intentar plasmar los ejercicios espirituales de los jesuitas incluso después de que fueron desterrados de toda América en 1767″, describió Nunzia Locatelli, periodista, investigadora y escritora, ferviente devota de la historia y el legado de Mama Antula. Con su colega Cintia Suárez firmaron cuatro libros sobre su vida.
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