La historia de Margarita Delgado es la de la hija de un pueblo enclavado entre mesetas, en la zona norte de Santa Cruz, donde el sol cae incendiado en verano, pero no con la brisa de mar que envuelve a Caleta Olivia, sino un norte más áspero. Con casas que cortan el viento con tamariscos, de noches desoladas y hechizado por enormes cigüeñas de metal que succionan la tierra. Puede ser que para 1976 no fuese difícil dejar Las Heras.
Su mamá Enriqueta era ama de casa y Arturo, su papá, les daba de comer a una docena de hijos con trabajos de albañil. Cuando, el 24 de marzo de 1976, un golpe militar auxiliado por civiles derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón, la familia decidió mudarse a Trelew.
Entonces ella tenía 25 años. De cuerpo breve y cara de luna, el pelo como las alas de un cuervo, se ganaba la vida como niñera y limpiando casas. Fue en la Tierra de Luis, eso significa Trelew en galés, que Margarita conoció a Horacio Bau, un trabajador del correo de su misma edad, que además militaba en el peronismo.
Con la amenaza de ser detenido, Horacio le propuso a Margarita irse a Bahía Blanca, donde nació su primera hija, Marina Leonor. Al año y medio huyeron también de ahí, cuando ella estaba embarazada por segunda vez.
El 27 de noviembre de 1977 fue un domingo caluroso en Ensenada, esa clase de días donde el pavimento destella, los cuerpos se pegan a los sillones de cuero y el sonido de las regaderas del césped parece un enjambre de chicharras.
Marta Alizsa está en la casa de la abuela de su esposo charlando con su cuñada y de tanto en tanto mira desde la puerta entreabierta a los nenes que juegan en el patio, cuando escuchan tiros y corridas arriba del techo. De la nada, una horda de militares irrumpe en la casa de 25 de Mayo y Venezuela y empieza la cacería.
– ¡No, por favor, tengo las nenas chiquitas!– dice una cuarta mujer que hacen entrar a empujones, cargando dos bebés en los brazos. Era Margarita, que hacía un par de meses alquilaba una habitación en ese lugar junto a su esposo, Marina Leonor y a la bebé, que llamaron Liliana.
Las mujeres son encerradas en la habitación, pero al cabo de unos minutos dos oficiales luchan con Margarita para arrebatarle a sus hijas. Llora, ruega y niega toda acusación, pero finalmente las separan y a ella la sacan de la casa encapuchada. Las demás mujeres también suplican que la dejen.
– ¿Por qué se la están llevando?
– ¿Usted no conoce a los vecinos que tiene? Es una subversiva.
Cuenta Marta que lo último que Margarita dijo antes de ser subida a un patrullero fue “yo no fui“.
Si bien ella pertenecía a la militancia peronista y las organismos de Derechos Humanos la colocan como integrante de Montoneros, quien tenía participación activa en la organización era Horacio, que operaba bajo el nombre de guerra de Juan Carlos Barrios.
El secuestro y posterior asesinato de Margarita fue juzgado en el Juicio a las Juntas, pero la decisión, tanto de Raúl Alfonsín, jaqueado por levantamientos de una milicia hambrienta de poder, así como la traición de Carlos Saúl Menem al pueblo argentino con las leyes de obediencia debida, punto final y los indultos, logró que durante décadas los responsables del hecho gozaran de la más obscena impunidad.
Recién con la decisión de Néstor Kirchner de juzgar a los genocidas, en 2006 el tribunal platense pudo reprocharle a quien comandó este operativo lo que pasó con esta santacruceña. Era Miguel Etchecolatz, director de Investigaciones de la Policía bonaerense y mano derecha del general de brigada Ramón Camps.
“Yo no sabía que a los otros dos señores los habían matado en ese momento“, dijo Marta sobre ese domingo en el que al esposo de Margarita le dispararon en la cabeza, mientras personas de civil en autos sin identificación se llevaban las cosas de la casa.
“Nosotras les pedíamos que la dejaran porque tenía nenas chiquitas… Nunca más vimos ni a los dos hombres, ni a Margarita, ni a las nenas“.
Hacía siete meses que Margarita y Horacio alquilaban una piecita en esa casa. Fue cuando ella todavía estaba embarazada de la más chiquita. Vivian ajustados y hacía poco la hermana de él les había regalado una heladera. También eso se llevaron los militares.
La transcripción de la sentencia dice que a Marta y los demás les parecía que la pareja “era gente normal” y que “solamente los domingos venía un señor a visitarlos“ y no había nada que les llamara la atención. “Ella se quedaba cuidando a sus hijas…“. A fojas 2025, le exhiben fotos a la testigo y reconoce a todo el grupo familiar.
Ese 27 de noviembre ardiente, las Fuerzas Armadas hacían pública la afirmación de que habían “derrotado al enemigo subversivo“, pero llamaban a “no bajar la guardia”. El registro periodístico del diario La Opinión Austral de ese día dice que un tal “Coronel Conde“, sí, como el de la película de Pablo Larraín que narra la misma muerte del otro lado de la cordillera, integrante del Regimiento 7 de Infantería, se presentaba en colegios secundarios de Buenos Aires para dar una charla titulada: “Conociendo a nuestro enemigo” y advertir de la infiltración ideológica desarrollada por la subversión.
Los amigos del barrio pueden desaparecer…
Hacía tiempo que los diarios publicaban noticias vinculadas a “terroristas abatidos”. Las notas no tenían detalles y por lo general venían pegadas a las listas de detenidos y liberados que daba a conocer la Junta Militar. El nombre de Margarita y el de su esposo no aparecen en ninguna de las listas publicadas en 1977, ni el año que siguió.
En mayo de 2002, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó los restos de Margarita en el Cementerio Municipal de La Plata y determinó que fue asesinada el 21 de enero de 1978, es decir que pasó 56 días bajo tortura. Según consta en el registro de las fuerzas bajo el mando de Etchecolatz, ese verano tiraron su cuerpo de noche en Abasto, una zona de claros y algunas arboladas, al costado de la ruta provincial Nº 6 y avenida 44 (Ruta Prov. Nº 215), en La Plata, donde fue enterrada como NN.
Es muy impresionante ver hoy cómo es que esas muertes y la aparición de cadáveres que brotaban de la tierra muerta eran explicados por la prensa. Por ejemplo, el 29 de noviembre, 48 horas después de que se llevaran a Margarita, bajo el título “Nuevos cadáveres en el río de la Plata“, la noticia cuenta que se trata del “octavo cadáver que aparece desnudo, maniatado y mutilado por golpes“. Las víctimas eran seis hombres y dos mujeres no identificados, que, según el gobierno de facto, “podrían haber sido el saldo de una orgía de drogadictos o una pelea entre marineros en algún yate perdido“. Nadie imaginaba entonces que el dispositivo de terror incluía vuelos de la muerte ni que, probablemente, algunos de los protagonistas de esa noticia fueron arrojados vivos desde el mismo cielo bajo el que se cernía la mayor de las tragedias del país.
Según consta en el expediente, entre 1976 y 1983 enterraron un total de 491 cadáveres como NN en el cementerio municipal de La Plata, pero a diferencia de otros circuitos, no eran fosas comunes, sino que cada osamenta venía con certificación para su inhumación legal. ¿Cómo? Con la ayuda de los médicos de la morgue de la Policía bonaerense que truchaba los informes. El director del cementerio era Carlos Alberto Cianco, que cuando declaró en juicio reveló que los cadáveres venían con certificado de defunción y adentro de cajones de madera cerrados y económicos.
La mayoría de esos certificados decía que la muerte fue por “pérdida de masa encefálica“, es decir, por disparos en la cabeza, que es lo que le pasó a Margarita.
Margarita estuvo en la Comisaría Octava de la Policía bonaerense y en La Cacha, uno de los centros clandestinos de detención donde la crueldad superaba lo imaginable. Ahí también llevaron a Teresa Calderoni, que pudo declarar en 2006 y dijo haber sabido de ella.
Lo manejaba el Batallón de Inteligencia 101 que conformaba el Circuito Camps, con el Servicio Penitenciario, Ejército, Marina, Policía Provincial y la Comisaría 8va de La Plata, entre otros.
La Cacha funcionó desde noviembre de 1976 hasta octubre de 1978 y era donde se daba la mayoría de los partos clandestinos en colaboración con médicos. Se llamaba así porque los genocidas y torturadores se burlaban de las victimas diciéndoles que las tenían “en La Cacha de Cachavacha, la bruja que desaparece gente“, que era un personaje de caricaturas de Manuel García Ferré.
Las personas permanecían tabicadas con trapos o bolsas, sin alimento ni higiene, y en el caso de las mujeres, eran sistemáticamente violadas, incluso por el personal médico al momento de hacerles las curaciones. Era común que las picanearan sin estar bajo interrogatorio, incluso con descargas eléctricas en sus vaginas, para que gritasen a más no poder, convenciendo a los detenidos de que se trataba de sus hermanas o hijas y así lograr una confesión de las identidades de otros a los que ir a buscar.
El 26 de noviembre, un día antes del secuestro de Margarita, fue ahí a donde llevaron a Laura Carlotto embarazada de dos meses y medio de su pareja, el santacruceño por adopción, Walmir Oscar Montoya. Fue también en ese lugar donde le sacaron a su bebé, Guido, antes de matarla.
Las muertes de La Cacha se daban durante simulaciones de liberación. Si esta se producía de día, lo más probable es que la persona fuese liberada. En cambio, si las llamaban de noche, iban a morir en algún descampado. Afuera de los veintinueve campos de concentración que integraban solamente el Circuito Camps, el país se movía con aparente normalidad. Las gentes de bien iban al cine a los estrenos de ese año, como “Brigada en acción“, una comedia de Palito Ortega y Carlos Balá que enaltecía a las fuerzas policiales. En Santa Cruz era furor ese año la presentación de Betty Ferrari, una bailarina que, sin parecerse mucho a las vedettes del momento, se contorneaba frenéticamente y se decía que lo hacía “a pilas“.
La persona que amas puede desaparecer
El día del secuestro, los militares se llevaron a Marina, de un año y dos meses, y a la bebé “Lili“, de cinco meses, a la Casa Cuna del hospital Sbarra de La Plata. Entonces era común que la apropiación de hijos e hijas de militantes detenidos desaparecidos fuese mostrada a la sociedad como “abandono“. Era esa la figura bajo la cual el Poder Judicial, cómplice de una práctica siniestra, podía tener andamiaje burocrático. Ningún juez preguntaba cómo, por qué, de dónde, y así, cientos de niños y niñas fueron posteriormente adoptados legalmente. El supuesto abandono de padres y madres, que en realidad habían sido asesinados, se daba por la pérdida de la patria potestad con la Ley de Patronato de Menores. Esto venía como anillo al dedo porque, declarado así, ningún juez tenía la obligación de citarlos antes de decidir otorgar a los chicos en adopción. Eran legalmente huérfanos.
Pero no era precisamente porque se dijera que los padres se habían ido, sino porque estos representaban un peligro para sus hijos por tratarse de “subversivos“. La moral de la dictadura reproducía la lógica de la salvación y esto se extendía a las abuelas porque, vamos, ya habían criado hijos “terroristas“.
La apropiación de hijos e hijas no era nueva sino que tiene antecedente en la Campaña del Desierto. Se sabe que entonces, las tropas tomaban a los niños y niñas que luego terminaban como sirvientes en algunas familias de la oligarquía, esa contra la que anida la vitalidad del pensamiento peronista. La historia es circular y se explica por la persistencia de los mismos intereses.
El 27 de diciembre de 1983, Alfonsín habilitó la Comisión de Asesoramiento sobre los “niños desaparecidos“. Las Madres y Abuelas ya rondaban en la plaza de Mayo y centralizaban la búsqueda de otras que en la Argentina profunda temían levantar la voz.
Fue a través de esa comisión que en 1984 encontraron a las hijas de Margarita, que habían sido adoptadas por un matrimonio que desconocía por completo su origen. Las nenas habían sido entradas como NN y ellos las abrazaron con amor y las llamaron Marcela y Alejandra Suárez.
Una tapa del diario Clarín que coincide con la fecha del hallazgo –6/12/1984– titula: “Fueron localizadas dos niñas que habían desaparecido en 1977“.
Once años después del domingo con cielo de mar en Ensenada, las chicas recibieron los restos de su mamá y nueve años más tarde, los de su papá, en una ceremonia que se hizo en el Tribunal Federal de La Plata.
“Nos llena de satisfacción, aún cuando la realidad indica que recién hemos identificado a ocho desaparecidos por el terrorismo de Estado, algo ínfimo de acuerdo a la cantidad de enterrados NN que hay en el cementerio de La Plata“, dijo entonces el juez Julio Reboredo al diario Página 12.
Luego, en Trelew, se haría otro acto del que participarían los entonces gobernadores de Santa Cruz, Daniel Peralta, y de Chubut, Mario das Neves, junto al hermano mayor de Horacio, Jorge Bau, militante político que vivía en Puerto Deseado.
“Mi hermano escapó de las listas negras yendo a Bahía Blanca con su pareja y luego se escondió en Berisso, donde continuó su militancia e intentó sobrevivir en trabajos informales para no ser encontrado por quienes querían capturarlo“, contó ese día Jorge al diario El Patagónico.
A esos huesos gráciles, al polvo de dos que migraron de sur a norte con la voluntad y el deseo de construir mundos posibles, les fueron restituidos sus nombres y desde entonces, de tanto en tanto, flores perfumadas reposan sobre el mármol resplandeciente.
Cuando el mundo tira para abajo…
Alicia Barrientos es la prima hermana de Margarita y aunque admite que le cuesta porque la ausencia es un peso que cae entumecido por el dolor, accedió a hablar para esta crónica.
“Éramos muy amigas, como hermanas te diría. Ella en realidad nació en Perito Moreno, pero nos criamos juntas en Las Heras y fuimos juntas en el tercer grado. Era muy sencilla y siempre la recuerdo, pero hablar públicamente de ella me emociona mucho, siento que no puedo“.
En democracia, le preguntaron a Vilma Sesarego, una de las doce fundadoras de Abuelas y mamá de Oscar Rómulo Gutiérrez, si había diferencias entre buscar a un hijo y buscar a un nieto. La respuesta fue una daga en el pecho de cualquier persona que alguna vez amó.
“Sí, hay diferencias, pero no te voy a poder contestar esto, sería hasta cruel si te lo dijera. Pero es diferente“.
Alicia contó que su tía Enriqueta nunca buscó a Margarita porque todavía le quedaban muchos hijos por los que temer.
“Nunca se animó, ellos son muy humildes. Eran como doce hijos en total y en esa época tenían mucho miedo porque seguía la persecución”; de hecho, “a uno de los hermanos de Margarita lo perseguían porque como ellos militaban en la JP, cuando pasó esto tenía terror, así que ella no la podía buscar y tampoco tenía medios”.
Para 1977, la Junta había designado a Juan Carlos Favergiotti como interventor de facto y a Alfredo Musante como intendente de Trelew. Patagonia no era para la dictadura un territorio ajeno, sino que desde el día cero y a juzgar por las actas que conocimos en 2014, luego del hallazgo en el edificio Cóndor, miraban a la región como una enorme base de despliegue para la custodia del territorio, al menos así surge de los documentos sobre Beagle y Malvinas.
La que sí buscó fue la mamá de Horacio, que también vivía en Trelew, pero “viajó a Buenos Aires y se comunicó con la CONADEP y la Comisión de Niños Desaparecidos”, dijo Alicia, que recordó que cuando aparecieron Liana y Marina Leonor, tenían siete y ocho años, “pero no sabían nada”.
Pero los dinosaurios van a desaparecer
La participación de Etchecolatz en el secuestro y crimen de Margarita y su esposo surgió en el Juicio a las Juntas, pero también en el de 2006, a través de numerosos testimonios que lo ubicaron liderando las torturas.
Aun así, fue tal el grado de complicidad del aparato mediático, sumado a la negación de una buena parte de la sociedad, que en 1997 Etchecolatz fue a los estudios de “Hora Clave“, el programa de Mariano Grondona, y le gritó a Alfredo Bravo, sobreviviente del terrorismo de Estado, que gracias a él estaba vivo.
– Usted dice que yo lo torturé, ¿me puede explicar en qué consistía la tortura, doctor… digo… MAESTRO?
– Con picana, y escuché, una vez, cuando me dejaron tirado en el suelo, que usted me dijo al oído: ‘Maestro, escupa todo y no trague nada’.
También, gracias a las leyes de vuelta de página que le sacaron a Alfonsín, el genocida pudo publicar un libro llamado “La otra campaña del Nunca Más“, que negaba el informe de la CONADEP y la cifra de detenidos desaparecidos.
Por el secuestro y muerte de Margarita, Etchecolatz fue condenado a reclusión perpetua por privación ilegal de la libertad, tormentos y homicidio calificado, por actuar “con alevosía” y “ensañamiento“, que fue “el autor mediato o inmediato por dirigir e integrar una estructura de poder, debiendo permanecer alojado en una cárcel común“. Fue ahí que se pidió que esos delitos fuesen considerados de lesa humanidad, porque “la dictadura no mataba a cualquiera, el plan estaba dirigido a todos aquellos que realizaran formas de participación, que fueran un obstáculo al plan que se quería imponer“.
A la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, el fallo le llevó dos décadas de lucha ante los tribunales y ante un poder político que quería esconder la mugre debajo de la alfombra y pacificar a costa del desamparo y las miles de ausencias.
La sintonía fina con el negacionismo actual no es casual. Tras la condena de 2006, la abogada que hoy es candidata vicepresidenta por La Libertad Avanza, Victoria Villarruel, integrante del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv), que propaga la memoria completa, visitó a Etchecolatz varias veces en la cárcel.
Esto se supo por el libro de visitas del penal, donde el represor murió un 2 de julio de 2022, con nueve cadenas perpetuas encima. Pero el dato más siniestro fue cuando todavía en el juicio se ve cómo en los apuntes que llevaba el genocida para organizar su defensa, tenía escrito el nombre de Villarruel. Claro, también el de Julio López.
Es que fue en ese mismo debate de 2006, en el que se juzgó a Etchecolatz por el asesinato de una santacruceña, que José López hizo la declaración más detallada y comprometedora contra Etchecolatz, y fue un 18 de septiembre de ese año, cuando le tocaba ir a escuchar el fallo, que lo secuestraron.
A López, desaparecido por prácticas del terrorismo que ennegreció al país por siete años, lo chuparon por primera vez el 27 de octubre de 1976, exactamente un mes antes que a la lasherense, y uno de los lugares que tuvieron en común fue la Comisaría 8º de La Plata.
En declaraciones de este año, Rubén López, hijo de Julio, se refirió a la avanzada negacionista de LLA, diciendo que ese espacio “abiertamente respalda la dictadura cívico militar. Le escuché decir a Milei en el cierre de su campaña que estos 40 años estuvimos caminando en el desierto y ahora rumbo a la libertad, planteando en esos dichos que la democracia no sirvió de nada. Su candidata a vicepresidenta viene de una familia de militares y abiertamente apoya a la dictadura, visitaba a los genocidas y ejerció su defensa. Estos personajes no son negacionistas solamente, son pro-dictadura“.
Nada es casual, en el Juicio a las Juntas, las palabras finales de Etchecolatz, que se llevó a la tumba el destino de cientos de detenidos desaparecidos, fueron: “Lo único que yo sé es que aquí hubo una guerra entre las fuerzas legales, donde si hubo excesos, fueron desbordes excepcionales“. Casi cuatro décadas más tarde, durante el primer debate presidencial del mes pasado, el candidato a presidente de LLA negó las 30 mil víctimas del aparato represor, habló de “guerra“ y dijo que, en todo caso, se cometieron “excesos“.
“Se aproxima la hora del conocimiento de la verdad, pero no la que se dice que es la verdad que surgió de juicios manejados por la ‘Patria socialista‘”, expresó en el final de su carta el represor, asesino y apropiador de bebés Jorge “El Tigre“ Acosta, que lideró el grupo de tareas en la ESMA, tras conocerse los resultados electorales con los que Milei ingresó al balotaje.
La oscuridad espera agazapada y quienes la representan piden su libertad a cara descubierta. En el debate con Agustín Rossi del miércoles, Villarroel pidió la libertad para Juan Daniel Amelong, condenado a varias perpetuas y responsable de la desaparición del padre del diputado Eduardo Toniolli.
Este año, Las Heras fue particularmente ventoso. Mucha gente se fue y se llevó el silencio, otra llegó cargando nuevas formas de cultivar un aire menos seco. Un poco más allá del cartel en letras verdes de bienvenida, todavía quedan algunas calles de tierra y las cigüeñas continúan su procesión antinatural drenando lo negro debajo de la estepa. Dentro de poco van a madurar los primeros damascos y ciruelos con el sabor que Margarita conoció de algún patio ajeno. Todo sigue más o menos igual, sólo que su perfume se impregnó en la memoria.
Margarita presente, ahora y siempre.
Ahora y siempre.
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