Los adultos mayores sobrellevan la cuarentena por la pandemia de coronavirus con una alta cuota de paciencia no exenta de algunos miedos y ansían volver abrazar a sus hijos y nietos, así como reencontrarse con sus amigos y retomar sus rutinas habituales, según varios testimonios recogidos por Télam a tres meses del aislamiento social dispuesto el 20 de marzo.

“Hace 15 años que voy tres veces por semana a folclore y dos días a pilates; lo que más extraño es salir”, contó Susana Galán, viuda, quien el 11 de agosto cumplirá 84 años y vive con su hermana Graciela, de 87, en el barrio porteño de Caballito.

Para no olvidar sus danzas y coreografías, sigue las que mandan sus profesores por You Tube, ya que por ser “muy curiosa e inquieta” hace unos años hizo un curso de computación, que hoy le permite hacer más llevadera la cuarentena.

Además, contó que junto a su hermana Graciela -que tiene más deteriorada la salud- tratan de “tomarse las cosas como vienen”, aunque extraña poder salir, ir a gimnasia y encontrarse con sus amigos del Centro Folclórico como hacía habitualmente.

“Soy consciente” señaló, y admitió: “Mis hijas me tienen cortita”.

A Salud López, de 85 años, quien vive sola en el barrio de Colegiales desde que hace un mes murió su esposo, y que en su niñez atravesó la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial en Francia, la pandemia le despierta sentimientos confusos.

“Yo viví todo eso y me acuerdo muy bien que nos escondíamos bajo los bancos del colegio cuando venían los bombardeos, pero sabíamos dónde estaba el peligro, con el coronavirus es un miedo distinto, a lo desconocido”, afirmó la octogenaria.

La rutina que más extraña es caminar tranquila. “Mis hijas no me dejan, pero yo salgo con tapaboca y ahora ellas me dieron también una pantalla transparente y yo cumplo con todos los protocolos”, relató.

Martha Werthein, de 83 años, que vive en el partido bonaerense de San Isidro junto a una mujer que trabaja con ella hace cuatro décadas, relató que la cuarentena le provocó “angustia y ansiedad”.

La mujer que trabajó como psicoterapeuta confesó que muchas veces la “embarga una angustia muy grande, no sólo por la salud sino también por lo económico”, pero resaltó que “el miedo te aconseja mal, no hay que dejar que la cabeza te perturbe”.

“Estoy acuartelada desde febrero y sólo salgo para ir a la farmacia, el resto de las compras las pido a domicilio o me las trae mi hijo Diego, pero no lo dejo entrar. Se queda hasta el patio y a través de la ventana nos miramos y nos damos un abrazo de mirada”, relató.

También para Nayr Gómez, viuda de 91 años que vive en Avellaneda y a quien acompañan dos señoras que se turnan para asistirla, la cuarentena “se hace larga y difícil”, aunque se resignó a hablar con sus hijos por teléfono “casi todos los días y ver a mis nietos por la pantalla”.

Nayr tiene problemas con la vista, un ojo casi sin visión y el otro que requería un estudio urgente cuando la sorprendió el aislamiento y todo quedó postergado. “Tengo mucho miedo de lo que vaya a pasar y cuándo van a poder atenderme”, contó la mujer.

Algo parecido le pasó a Isabel, una vecina de 75 años del partido bonaerense de Berisso que vive sola y desde 2019 padece cáncer, a quien el confinamiento la dejó sin acceso a las recetas y autorizaciones que necesitaba para continuar con el tratamiento.

Pero el caso de Isabel pudo resolverse gracias a Ivanna Bellaldea, una joven de Puerto Deseado que cursa la carrera de Medicina en la UNLP y forma parte del programa de acompañamiento a adultos mayores “Un nieto para cada abuelo”.

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