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Por Jorge Cicuttin
Hay datos tan contundentes que cualquier comentario no hace más que distraer. No hace falta adjetivar.
Un millón de chicos se van a dormir sin cenar en Argentina.
Un millón y medio de niños se saltean alguna comida durante el día.
En cuanto a las personas adultas que viven en esos hogares y que se saltean alguna comida, el número se eleva a 4.5 millones, en muchos casos porque priorizan que sus hijos puedan alimentarse.
Unos 10 millones de chicos en Argentina comen menos carne y lácteos en comparación al año pasado por falta de dinero.
Estos datos surgen de un trabajo que realizó UNICEF en el país y los presentó al lanzar la campaña “El hambre no tiene final feliz”, para intentar paliar esta situación.
El nombre de la campaña no es casual. No puede existir un futuro -o final- feliz con una infancia mal alimentada, esto tiene un impacto en el crecimiento físico e intelectual de los niños.
“La evidencia es contundente, cuando hay problemas de inseguridad alimentaria, hay también dificultades de atención, de aprendizaje, problemas cognitivos y situaciones de estigmatización. La primera infancia tiene que solucionar esos problemas desde el momento cero porque, si no, cuando queramos hacer algo ya va a ser tarde. En otras palabras: si la riqueza se hereda, la pobreza también pero de una forma mucho más perversa y con formas más graves y difíciles de revertir”, explicó Sebastián Waisgrais, miembro del área de Inclusión Social y Monitoreo de UNICEF.
La idea de la pobreza que se hereda es brutal. Habla del futuro de un país en el que más de siete millones de chicos viven en la pobreza. Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina, el 55% de los argentinos son pobres y algo más del 20% son indigentes.
Este informe revela que “las tasas de indigencia y de pobreza infantil habrían alcanzado niveles casi récord: 7 de cada 10 niños viven en un hogar pobre, mientras que 3 de cada 10 lo hacen en un hogar indigente, es decir, con ingresos que no cubren el valor de una Canasta Básica Alimentaria”.
Y esto no solo afecta la alimentación, sino la salud. “Una de cada cuatro familias dejo de comprar medicamentos para sus hijos e hijas, y les redujo los controles médicos y odontológicos”, indicó Waisgrais.
Los datos sobre la infancia son contundentes y exigen respuestas urgentes. Porque no solo muestran un presente amargo, también pronostican un país inviable.
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