Your browser doesn’t support HTML5 audio
Los relatos de la mitología griega, a sus 11 años, fueron los primeros textos que lo impresionaron. Las letras de las canciones de Violeta Parra, Víctor Jara y Joan Manuel Serrat también influenciaron su formación literaria.
“Hasta los 10 años tuve un país y a partir del 11 de septiembre de 1973 despertamos en otro, comenzó la larga dictadura militar. Pertenecía a un hogar donde la cultura estaba vinculada al desarrollo de la música, el arte, la literatura”, cuenta el magallánico Pavel Oyarzún Díaz (60) al suplemento Arte y Cultura de La Opinión Austral.
El fin de su infancia y toda su juventud se desarrollaron durante la dictadura de Augusto Pinochet, que se extendió durante 17 años, de 1973 a 1990.
“Esa es una etapa fundacional para todos en cuanto a la definición de nuestras vocaciones, sobre todo en el arte, y la viví bajo dictadura, creo que eso también influye en el cariz de mi propia literatura, no de forma totalitaria, pero sí en la actitud que tenemos frente al ejercicio de la literatura”.
Escribió 11 novelas y publicó 5, las restantes no conformaron su “paladar escritural”.
A los 12 años, recuerda, “decido ser poeta, hacerme poeta, que mi destino es la poesía y que no voy a tener otro destino que la escritura poética, ahí comienza mi trabajo, dejo de ser un lector atento y paso a intentar escribir mis primeros textos, muy influenciado por los poetas que aquel entonces gobernaban mi gusto literario, como Neruda y Huidobro. Deja de ser un mero pasatiempo, pasa a ser una actividad central, en mi opinión, cuando un texto lo revisas y lo corriges“.
Su poesía estaba muy vinculada a lo que estaba ocurriendo. “En ese tiempo se ejercía doble militancia, una era la de la poesía y la otra la política. Mi debut literario está muy vinculado con el contexto histórico y con la militancia política”, afirma.
Las vocaciones, sostiene, “surgen de necesidades y esta es la forma en la que quiero expresar lo que más me interesa”.
A fines de los noventa, a inicios de 2000 al puntarenense comienza a hacerle falta “otro lenguaje para comunicar lo que quería decir y para eso necesitaba el lenguaje narrativo”.
Su poesía, que incluye seis publicaciones, fue siempre cercana a la narrativa y a la historia, por lo que el tránsito de un género a otro le resultó bastante natural.
Hay diferencias, claro, en el proceso de producción. La poesía la escribía de noche y manuscrita, casi sin rutina, salvo que hubiese un texto que estuviese trabajando, mientras que a la narrativa la hacía en la madrugada.
“Cuando tengo un tema hay obsesión, pienso prácticamente todo el día en aquello”, afirma y suma que “no es raro que sueñe con los personajes. Soy de los que creen que la novela exige una disciplina bastante rigurosa, incluso una rutina. Creo que una novela no se puede hacer desde la desaprensión ni desde la distancia, uno tiene que trabajarla día a día, si se pasan días o semanas sin que intervengas, pierdes ese pulso narrativo y cuesta retomarlo. La novela exige el día a día y en mi caso, escritura temprana, cuando tengo un tema no lo suelto“.
Las huelgas
“El paso del Diablo” (2004), su primera novela, dice que la escribió “con mucha incertidumbre, no muy convencido que esta primera empresa novelística iba a resultar, pensé que era una suerte de fracaso necesario“.
“Necesitaba un juicio para ese rechazo, un comité editorial que orientara mi trabajo futuro en el género. La sorpresa fue grande cuando en Editorial LOM decidieron aceptarla y publicarla, ahí comienza otra etapa, cambia mi rumbo literario”, señala.
¿Por qué ese tema? Para Oyarzún Díaz, “no escribimos de lo que queremos, sino de lo que podemos, de lo que sabemos y a esto hay que sumar la otra condición, son los temas los que te buscan a ti”.
Anteriormente había escrito poemas dedicados a los obreros, conocía el movimiento obrero en la Patagonia argentina, como así también en la región de Magallanes.
“Decido escribir sobre ese episodio específico, la salida de Antonio Soto Canalejo, el líder máximo de la huelga, hacia Chile después de una asamblea dramática el 7 de diciembre de 1921 en la estancia Anita, porque es un hecho que no estaba narrado en la Patagonia Rebelde de Osvaldo Bayer, incorporo ficción y por supuesto realidad histórica”, explica.
“El paso del Diablo“, “San Román de la Llanura” (2006) y “Barragán” (2009) son definidas por el autor como una trilogía. “Tienen que ver con el territorio y su historia, específicamente con episodios de la historia de Patagonia, tanto argentina como chilena y de Tierra del Fuego. Episodios que están oscurecidos por la historia oficial, que no estaban en planes y programas educacionales, y que decido incorporar a las novelas”.
Las más recientes: “Krumiro” (2016) y “Será el paraíso” (2020), “también tienen que ver con episodios y territorio, pero no tienen correlato”.
Oyarzún Díaz ha publicado cinco novelas, pero en total ha escrito 11. “Seis van a permanecer en su categoría de inéditas, no conformaron mi paladar escritural, por lo tanto no las envié a editorial y no me mortifica haber dejado estos proyectos en la sombra porque creo que son parte de mi formación como escritor“.
“Me dieron mucho trabajo”, reconoce, al tiempo que advierte “si un escritor no es despiadado consigo mismo, no tiene mucho futuro, no puede ser condescendiente, siempre tienes que corregir con el cuchillo en la mano“.
¿Cuál fue la que le exigió más? “Barragán, creo que es la menos leída, tiene 400 páginas con letra muy pequeña, en cualquier otra editorial podrían ser 600. Es sobre un mestizo tehuelche que opera a fines del siglo XIX contra los intereses de Tierra del Fuego, de él se sabe muy poco, de hecho, para la historia oficial de Magallanes Barragán no existió, es un invento“.
“Me tomo de aquella existencia legendaria y la hago novela, hay algunos indicios históricos que indican que sí existió, pero tuve que armar un personaje prácticamente de la nada, con retazos de información. Me costó escribirla”, revela.
Hechos políticos
¿La literatura tiene un compromiso político? “Soy de los que creen que el hecho político está en todo lo que hagamos, más allá de la respuesta de perogrullo, no me amilano en el momento de decir que la literatura tiene una dimensión política“.
“La práctica me ha demostrado que, sobre todo, ‘El paso del Diablo’, en estos últimos años, está muy vinculado a un hecho político como es el del rescate de la memoria histórica de aquellos episodios que durante décadas permanecieron ocultos, que circularon básicamente de manera subrepticia. Viene un poco a traer a la superficie aquellos relatos”.
Desde ese punto de vista, “tienen una acción política bastante directa, pero el escribir y publicar es una acción, es una manera de intervenir“, señala.
“El paso del Diablo” ha tenido cuatro ediciones, la de LOM (2004) y Entrepáginas (2012 y 2023) en Chile y la de IPS (2021) en Argentina.
“La edición argentina me ha traído sólo satisfacción, llegó por el camino de lo fortuito y para mi sorpresa, ha circulado bastante más de lo que pensaba. Me han ocurrido hechos epifánicos“.
En la presentación que se realizó en Río Gallegos, cuenta, “se me acercaron dos personas que eran familiares del huelguista Miguel Zurutuza, que salió con Antonio Soto hacia Chile, eso me trajo una emoción muy grande porque me dijeron que era parte de su historia fragmentada. Una vez que logra la libertad y regresa al territorio, Zurutuza no habló más del tema, ese trauma perduró por la violencia, por la cantidad de muertos, por los fusilamientos, por las ejecuciones sumarias, por las fosas comunes. Esos huelguistas no volvieron a hablar de su pasado como huelguistas. Ellos encuentran a Miguel en la novela y eso a cualquier escritor lo conmueve, ahora ese pariente suyo era el que aparecía en la novela, había completado en la ficción a su abuelo, me sorprendió sobremanera”.
Menciona también a Dante Benítez, hijo del huelguista Severo Benítez, que tuvo la oportunidad de recibir la novela.
¿Qué espera que los lectores hallen en su obra? “Quiero que en mi novela encuentren un poco de humanidad, a un escritor honesto que no usa trucos, ni busca acicatear la sensibilidad, sino que lo que quiere entregar es un producto de un trabajo diario y fruto de una vocación”.
Tener un tema, dice, “es el sueño del pibe, es una razón de vivir, cuando escribes una novela vives una vida paralela y a veces esa vida es mucho más intensa, mucho más verosímil, hasta más real que la que vives cotidianamente. La escritura es tan envolvente, tu suspendes tu existencia cotidiana, tus problemas, en el momento de la escritura, en esas horas me meto en un personaje en la historia, en ese episodio”.
“La palabra, la frase, lo que es capaz de evocar una frase, cómo la literatura hace que las palabras tengan un volumen mayor al que empleamos cotidianamente, es un encantamiento y todavía estoy prendado de aquel encantamiento. Para mí la literatura sigue teniendo esa atracción, ese descubrir, todos los días cuando estoy trabajando en una potencia nueva, un trasfondo nuevo, en el lenguaje que usamos todos los días”, cierra.
Leé más notas de Belén Manquepi Gómez
Compartir esta noticia
Dejanos tu comentario