Cristian Borden decidió acondicionar un local que había sabido ser ferretería y estaba abandonado, para convertirlo en una sala de percusión.

Era diciembre de 2010 cuando los Borden, desde la abuela hasta los más chiquititos de la casa, pusieron manos a la obra. También los vecinos se sumaron a darle forma a ese nuevo espacio, que con el tiempo se llegaría a llamar La Tarambana.

“Al principio eran sólo los talleres más generales para que la gente se sumara. Cristian desarrollaba sus talleres y yo me sumé como monitor”, cuenta Sebastián Borden al suplemento Arte y Cultura de La Opinión Austral.

La voz comenzó a correrse sobre la sala ubicada a metros de avenida Perón. Dice “Seba” que “el primer año que se cumplió de la Tarambana como grupo fue impactante, pudimos hacer una fiesta y vimos el impacto. Tocamos mucho, antes y después, fueron años de mucha tocata”.

La sala tarambana partió con un grupo semilla, el de percusión, pero se fue ampliando. “En el proceso, con distintas personas, se fueron creando espacios para distintas disciplinas”, señala.

Sus primeros y primeras integrantes comenzaron a indagar y a especializarse. Ha habido talleres de ritmos de Brasil, Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Perú y Chile, además de los de candombes uruguayos y de los afroargentinos.

“El tambor te lleva a buscar las culturas, te lleva a querer saber más y hay mucho para aprender todo el tiempo, el aprendizaje es infinito, hay tanta música… hay tantos ritmos en el mundo, uno quiere saber el origen de las culturas que representan y eso te va llevando”, explica sobre el recorrido musical que llevan adelante.

Pasaron 12 años del inicio de la sala, La Tarambana ya tiene una trayectoria y su nombre es reconocido. “Hemos hecho cinco encuentros regionales de percusión. Viajo bastante por la provincia y se reconoce a La Tarambana como un grupo que ha desarrollado el tambor. Los músicos locales saben que hay percusionistas formándose”, señala “Seba”.

En todo este camino, destaca especialmente el rol que han tenido las familias: “Acompañaron a cada integrante, sabían el sacrificio que había que hacer, principalmente los tiempos que le hemos metido a la sala, a los ensayos y al proyecto en sí, sin ir a nuestras casas, llegando tarde a cumpleaños o a reuniones. Supieron comprender que estábamos en el proceso de construcción, de compartir y metiéndole mucho tiempo y vida a la sala”.

Un lugar para volver

Hace un par de años el sostenimiento del espacio se gestiona de manera colectiva. “En pandemia había que seguir pagando luz, gas y el alquiler, era un espacio donde no habitábamos y una de las cosas que nos decíamos entre nosotres para recordar el porqué seguíamos sosteniendo el espacio era que era nuestro refugio, que cuando la pandemia terminara, este era el lugar al que queríamos volver“, recuerda Laura Andreone, integrante de la sala.

El grupo significa también un “poco de familia para el desarraigo“, dice Ayelén Alberti, quien se sumó en 2018 cuando se mudó a Río Gallegos. Hoy está a cargo del taller de danza afroguineana y también es parte de Kondú, grupo de percusión, danza y cantos afroguineanos, y de La Tarambana.

Cristian Borden con La Tarambana en 2013. Foto: Contraluz

“Se ha transformado en un cable a tierra, uno pasa todo el día trabajando y siempre todo mejora cuando uno hace música, cuando bailás, tocás, compartís, esos momentos son un reseteo para volver a empezar“, señala.

Quienes integran los talleres valoran el espacio tanto desde lo interpersonal como desde el aprendizaje. Es un espacio para aprender, crear y animarse.

“Siento que invita a transformar nuestras realidades, canalizar luchas individuales y colectivas a través de la alegría, a no tener vergüenza de lanzarse a la música y a la danza porque ‘animarse es todo’, es lo que se dice siempre en la sala”, dice “Aye”.

“Es un espacio cultural autogestivo independiente. La música, al sonar de los tambores, es transportadora de alegría y de amistad, esperanzadora. Aquí no hay edad, no hay sexo, no hay política, no hay nada, el lenguaje musical es el que nos une a todos“, aporta Cristina Coronel.

“Es la suma de las voluntades de todas las personas que integran el grupo y el espacio, las que han venido a tomar clases, a darlas, a tocar, los que lo fundamos, los que vendrán, los que pasan de viaje”, sostiene Cristian y afirma que “son las ganas de hacer las cosas de una manera diferente. La Tarambana es una forma diferente de aprender y compartir la música. Es educación popular en su estado más puro y se pretende, aunque suene muy grande, estar aprendiendo cosas nuevas y enseñárselas a otras personas para que el grupo y el espacio se retroalimenten constantemente“.

 

*Foto principal: Gabriel Albornoz

EN ESTA NOTA Con Firma La Tarambana

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