*Por Mario Santillán

Sabíamos que venía del campo. Caminaba con las piernas abiertas, pisando con todo el pie a la vez, como si todavía sintiera bajo el zapato la tierra removida de los surcos. Le decían el Chacra. Era feo, feo de veras. Tenía la nariz brillante y el pelo pajizo, veteado en cualquier parte con mechones que iban del colorado al rubio. Tenía aire de cordero, o de pájaro una cruza entre cordero y pichón de alguna cosa. No era tonto, sin embargo era quizás algo peor: nada fácil de explicar entonces. El símbolo o la parodia de lo que a esa altura de nuestro bachillerato nos estaba haciendo falta en Fray Cayetano José Rodríguez, cuarto nacional mixto.
Hernán lo decidió por todos, ni bien lo vio. Fue un lunes de mayo. Hernán había llegado a clase en la segunda hora y se detuvo en seco en el marco de la puerta. Lo vio llegar, pestañeó y miró a los demás. Volvió a mirarlo fijamente antes de que entre al aula y dijo:
? Perdón ¿Eso qué es?
–Eso que está ahí es mi hijo?
La voz de la señora Amanda, la directora de la escuela, sorprendió a Hernán que buscó con la mirada a sus compañeros y con ella el porqué nadie le había advertido de aquella presencia detrás suyo.
Nadie le respondió a Hernán y todos miraron hacia el techo, las ventanas, el piso, el pupitre? todos miraban donde no debían mirar y lo que él esperaba no ocurría: contención y complicidad.
–Mi hijo viene del campo, mire, camina con las piernas abiertas, sucede que los zapatos le calzan justo y seguro que le aprietan. Es hijo de mi primer esposo, el boliviano Chaquispe, era medio aindiado el coya, aunque algo amarillo en sus cabellos.
Más tarde ya en la casa de Hernán comentamos entre Julia, Sara y el gordo Iturre lo que Hernán supuso ni bien nos dejaron solos en el aula al salir la señora Amanda y entrar el profesor Gómez a su cátedra de Historia.
–Ahora sabemos que no es tonto, dijo Hernán, aunque creo que puede ser difícil de explicar.
En realidad el hijo de la directora, se convertía ahora en nuestro compañero de curso y pasaba a ser el símbolo o la parodia de lo que a esta altura de nuestro bachillerato era lo único que nos faltaba: un buchón.
Sara se alzó contra ese calificativo, aunque ella no podía juzgarlo. Era medio fierita, tirando a algo culona y petisa, pero nadie se animaba a decirle eso. La necesitábamos a la hora de los machetes. Ella los confeccionaba y los escondía como ninguna.
Cuando se fue el mujeraje y quedamos solos con Hernán, fue Diego quien terminó de alarmarnos y revelarnos lo que se nos venía: que el cuarto nacional mixto del Fray Cayetano Rodríguez pasaba a tener no sólo un buchón, sino una buchona y que por propiedad transitiva ella se mostraría solidaria con Chacra en cualquier cagada que lo metiéramos.

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