Afuera, una fila de al menos siete personas a la intemperie aguarda por entrar a comprar, la sensación en esa esquina y la de enfrente donde hay una fiambrería es que los comercios no van a volver a abrir nunca más. El acabóse.
Dijo el presidente este viernes, cuando anunció la continuidad de la cuarentena que ya se cobró miles de vidas de argentinos y argentinas que tal vez, según estudios, hubiesen vivido una década más en promedio.
“No los estoy convocando a corregir una estadística, los convoco a cuidar la vida, que lo hagamos por decisión propia”, explicó.
De un tiempo a esta parte, todo lo que se dice y hace en función de corregir la curva de casos de coronavirus parece venir atado a una suerte de pedido de disculpas que están de más.
Sí, hay una porción de la sociedad que no quiere más medidas de restricción, es cierto. Y sí, parte de ese desánimo generalizado se da entre quienes cumplieron con las indicaciones sin chistar y ven cómo hay quienes no entienden que se pone en juego la vida de todos.
Pero el Estado está para marcar la batuta. Chille quien chille, le pese a quien le pese. Para marcar las pautas y con la obligación de hacer que se cumplan. Si sólo ocurre lo primero, lo demás no sirve.
“El Estado va a estar, pero no podemos controlar adentro de sus casas”, dijo la gobernadora Alicia Kirchner durante la noche del viernes, cuando decidió firmar un decreto que puso a Río Gallegos bajo una cuarentena estricta.
Es cierto, le dicen ASPO, Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio. Pero estamos hablando de que en esta capital de Santa Cruz hay más de 400 personas infectadas, y tres familias llorando muertos.
Nadie puede decir a mí no me va a pasar después de saber que un vecino de 35 años, sano, dejó su último aliento en Terapia Intensiva
Si la manera de evitar mayor daño no es encerrándose en nuestra casa y salir sólo para comprar alimentos, es una cuarentena, y está bien que lo sea, es imprescindible que así sea.
Por estos días, y a propósito del recrudecimiento del brote riogalleguense, circula esta idea de que el Gobierno responsabiliza a las personas por los contagios.
Desde hace más de tres meses que el Estado Nacional le dijo a las provincias que administraran su cuarentena, conforme su situación epidemiológica.
Si cuando hubo mayores restricciones el virus circuló menos, y cuando las mismas se relajaron, el virus fue en ascenso, no es difícil entender qué sucedió. Porque es cierto, pudo haber sucedido que los contagios comenzaran con cuatro trabajadores de Movistar, tal como dice el Gobierno y el Municipio, pero, para atacar, el virus necesita que estemos distraídos, y lo estábamos.
La situación actual en la ciudad no admite más comportamientos desaprensivos, más irresponsabilidades individuales ni colectivas porque ahora sí, nadie puede negar las consecuencias de no cumplir con las medidas de prevención. Nadie puede decir a mí no me va a pasar después de saber que un vecino de 35 años, sano, dejó su último aliento en Terapia Intensiva.
Claro que suena duro, pero más difícil es ponerse en los zapatos de esas familias y que todavía haya quienes no se toman esta pandemia en serio.
Vemos campañas de concientización y a diario los números de contagios, al igual que de la ocupación de las camas en el hospital público.
Tal vez, debamos asumir, además de la responsabilidad, un acto de docencia sobre los incrédulos. ¿Qué le habrá respondido el cabezón a su amigo que lo invitó a cenar anoche?
Lo que está pasando desde el 14 de julio en Río Gallegos debe ser seguido con mucha atención en el resto de las localidades, aprender de los errores que se dieron y enderezar el rumbo porque, está claro que no hay posibilidad de que el control del Estado reemplace la responsabilidad individual de todos y todas, que no es ni más ni menos que cuidar la vida.
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