La visibilidad de las mujeres durante las Huelgas Patagónicas de 1920-21 es escasa, casi nula y en parte representativa de la realidad de aquellos años, atravesados por la represión y el asesinato de 1.500 obreros que reclamaban derechos laborales.
El Censo de Territorios Nacionales de 1920 señala que un 69,1% de la población era masculina y que casi la mitad de la población vivía en Puerto Deseado. Las mujeres, en su mayoría, eran reconocidas principalmente en las actas judiciales como esposas e “hijas de”.
Maud Foster (31 años, inglesa), Ángela Fortunato (31, argentina), Consuelo García (29, argentina), María Juliache (28, española) y Amalia Rodríguez (26, argentina) son las cinco mujeres que trabajaban en “La Catalana”. Sus nombres fueron recuperados por el historiador Osvaldo Bayer en el libro “La Patagonia Rebelde”.
“Las putas de San Julián” pasaron a la historia porque el 17 de febrero de 1922 se negaron a servirles sexualmente a los soldados del Ejército Argentino. Los echaron con palos y escobas y les dijeron lo que todos sabían, pero nadie se atrevía a decirles: “Asesinos”.
Las religiones nos enseñaron que en los altares se presentan ofrendas a aquellos que decidieron entregar su vida y su pasión a Dios por sobre cualquier placer terrenal. Tuvieron vidas ejemplares, pulcras, venerables, santas.
Más allá de una postura reglamentarista o abolicionista (si únicamente se propone una dicotomía), es particular pensar hoy en venerar a un grupo de prostitutas. Es que en una sociedad que tuvo importantes ampliaciones de derechos de los últimos 20 años aún se continúa utilizando el epíteto de “putas” como insulto, ya sea para calificar negativamente a la mujer que goza o para apuntar con el dedo acusador y denigrar a quienes ejercen el trabajo sexual.
Entonces, ¿por qué habrían de ser veneradas?
Al altar
Apenas se cruza la puerta de ingreso al Museo de Arte Eduardo Minnicelli, casi imperceptible, como fue la existencia durante décadas de esas 5 mujeres, se erige un pequeño altar que es una de las obras que se exhibe en la muestra “Memorias Rebeldes”. Una lámpara con luz cálida saca de la oscuridad e ilumina los rostros de estas mujeres con nombre y apellido.
“Patronas del coraje viene a hacer visible el gesto de cinco mujeres que trabajaban en un prostíbulo, que no estaban en situación de poder y fueron capaces de enfrentarse al Ejército Argentino con palos de escoba y expresarles la bronca, tristeza e impotencia, todo lo que imagino la sociedad civil de esa época debe haber sentido y no podía expresar”, dice Silvana Torres, la artista que creó la obra de arte, a La Opinión Austral.
“Las religiones condenan, desde María Magdalena, el trabajo sexual. Cuando dicen que es adúltera o prostituta, la palabra se usa para insultar desde los primeros tiempos. Queerizar esa palabra puta y que ya no sea más un insulto, sea hasta un orgullo. ¿Cuántas veces nos dijeron o dijimos putas para insultar? Esa pregunta es algo que nos tenemos que volver a hacer y reinventar eso en nosotros”, sostiene.
A los pies de las imágenes están los pedidos y las ofrendas que se acumularon durante el paso de los días del mes de noviembre. Estabilidad, dignidad, coraje y empatía son algunos de los pedidos hacia las patronas.
Ofrendas de dibujos, dinero y otras estampitas, como las de Gilda y la Difunta Correa, abrazan a las mujeres.
“Me conmueve que otras personas las tomen como patronas, siento que hay decisiones despiertas a la hora de elegir a sus santos”, dice Silvana.
“Dame coraje para desear” es uno de los pedidos que les hacen en un país en el que las mujeres luchan para que sus derechos sean reconocidos, respetados y puedan animarse a desear y vivir como quieren. “Dame coraje para hablar”, se lee en otro pedido que resulta inquietante.
Antes invisibilizadas, hoy las “putas” son inspiración, son patronas y sobre todo, son coraje.
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