Carlos Muriete murió este miércoles, luego de permanecer varias semanas internado por coronavirus. Con él se va una buena parte de la crónica policial santacruceña. Fue la voz de víctimas y victimarios en casos de conmoción pública, pero también de una critica que subyace en el sistema judicial.

“Descansá tranquilo papito, la peleaste como un campeón… Te amamos con el alma entera, por siempre así todos juntitos. Gracias a todos los que nos acompañaron y siguen acompañándonos”, fue el posteo de su hija, Noelia, quien difundió la noticia.

 

 

Carlos era el abogado penalista de mayor consulta para periodistas de la provincia. Siempre dispuesto a atender los requerimientos de quienes cubrimos judiciales o policiales.

Nunca pidió nada a cambio. Hacía docencia en extensos audios de WhatsApp y en su agenda siempre hubo espacio para reuniones con fallos, resaltadores y notas al pie. “Esto es muy importante, que no se te pase”.

Su muerte generó un cimbronazo no sólo en el ámbito leguleyo, donde sin dudas deja un vacío significativo.

Y es que Carlos tenía un alto perfil mediático, a base de ser un tipo confiable con la información, derecho y sobre todo, intelectualmente honesto.

La política le gustaba y fue así que tuvo un affaire con el PRO, del que salió completamente desilusionado.

“Ojalá no gobiernen nunca más”, dijo a La Opinión Austral en junio de 2019. Carlos tenía una mirada crítica del oficialismo (kirchnerismo-Frente de Todos), pero tenía una costumbre que no abunda en los opositores: hacía públicas sus expresiones a favor de medidas que consideraba beneficiosas para las mayorías.

Litigaba en toda Santa Cruz y alguna vez contó que eso fue posible por haber sudo el primer abogado que tuvo la Policía. Que eso lo llevó a recorrer los juzgados de Las Heras, Puerto Deseado, Río Turbio y otros.

En el último tiempo su estudio permanente estaba en Puerto San Julián, aunque tenía equipos de profesionales en varias localidades.

Hacía tiempo ya que vivía en Perito Moreno. Las fotos de sus redes sociales muestran que era familiero. Tenía debilidad por sus tres hijos. Recuerdo haberlo entrevistado en un programa de radio donde no pudo hablar de ellos porque lloraba. Sentía orgullo por ellos y su esposa, con la que incluso se puso a estudiar para presentarse por cuarta y última vez como candidato a juez.

“En los cuatro concursos sentí que metieron la mano. No me presento nunca más”, porque “cuando vos vas a rendir un examen se involucra toda la familia, dejás de atenderla. Mi señora me ayudaba en cada lectura, en los concursos me preparo con la asistencia de ella, yo digo que a ella nada más le falta el título, sabe todo”, había dicho.

Carlos admitía que ejercía apasionadamente su profesión. Que los casos que le tocaban no se los podía sacar de la cabeza y que se los llevaba a la casa hasta que se hacía el juicio, y entonces esas historias de crímenes violentos quedaban atrás.

Fue parte de causas trascendentales, sin embargo, hubo un punto de inflexión con el transfemicidio de Marcela Chocobar, donde fue el abogado de las hermanas, en un juicio que derivó en la primera condena por crimen de odio de Santa Cruz. Fue entonces que contó que se empezó a replantear aceptar defender a acusados de delitos vinculados a la violencia de género, sobre todo de abuso sexual.

La noticia de su muerte inundó ayer las redes sociales, con cientos de mensajes de condolencias para su familia y el denominador común de los posteos fue la gratitud. Quienes lo conocieron, perdieron ayer a alguien fácil de querer.

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