Santa Cruz fue sacudida por noticias crueles que tienen a niños por víctimas. El secuestro y aberrante violación de una niña de 11 años puso el acento en el incremento que ha existido en los últimos tiempos en la villa turística de El Calafate, de denuncias de abuso infantil.
En paralelo se está resolviendo un caso en el que cuatro adultos están siendo enjuiciados por abuso a chicos de una delegación deportiva de 28 de Noviembre.
Esto, que podría ser algo “singular”, lamentablemente no lo es. En la provincia sólo en 2017 hubo más de 6 mil denuncias de violencia familiar, en muchos de ellos, las víctimas eran los menores de edad.
De hecho en Río Gallegos, cerca de 700 chicos están judicializados, aunque por diversas causas. El abuso es una de ellas.
Conocido el caso de El Calafate, por el cual hay un joven de 24 años detenido, fue el juez de esa localidad, Carlos Narvarte quien lanzó un alerta social, al declararse sorprendido “me llama poderosamente la atención que se han dado muchos casos de abuso infantil. Obviamente que esto conmueve a toda la comunidad”, indicó.
La propia comunidad marchó un día después, reclamando Justicia, no sólo por la pequeña violada, sino también sobre otros casos resonantes, que también tomaron estado público en la Villa.
Se cree que por cada caso que se reporta hay muchos más que no se conocen, lo cual es terrible, porque el daño emocional y sicológico a largo plazo puede ser devastador para el niño.
Como datos más relevantes comentar que se estima que una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños pueden convertirse en víctima de abuso sexual antes de llegar a la mayoría de edad. Esto significa que una gran cantidad de niños soportan en silencio este tipo de vivencias. Aproximadamente el 20% de las víctimas de abuso sexual infantil son menores de 8 años y la mayoría nunca informan del abuso.
El abuso sexual infantil es una de las formas más graves de violencia contra la infancia y conlleva efectos devastadores en la vida de las víctimas. La humanidad ha reaccionado de manera tardía a este flagelo, pero está despertando. Es real que es una problemática que se ha presentado siempre a lo largo de la historia, pero es recién en el último siglo, donde se comenzó a tomar al niño como sujeto de derecho y por ende se visualizó al abuso como algo que transgrede las normas sociales, legislando al respecto.
Así, la protección de los niños y las niñas frente a todas las formas de violencia, como el abuso y explotación sexual, es un derecho consagrado en el artículo 19 de la Convención sobre los derechos del niño. Más recientemente se han logrado identificar metodologías que el adelanto tecnológico incluyó en las técnicas que los abusadores utilizan para captar a sus víctimas, como el grooming o la utilización o manipulación de niños o niñas para la producción de material visual de contenido sexual.
La mera existencia de un solo niño abusado debe ser una herida abierta en la sociedad que requiere un trabajo multisectorial para poder afrontarlo: los ámbitos educativo, sanitario y policial, así como el legislativo y de políticas públicas deben estar atentos a ello.
Porque el escalón que le sigue al abuso es uno aún más aberrante: la explotación sexual infantil y la trata de niños y niñas con fines de explotación sexual, que es la forma más extrema en que se manifiesta esta violencia. Hoy en día se ventila a nivel nacional una investigación sobre la corrupción de menores en una pensión de un club de fútbol, que podría, según los investigadores, abarcar ramificaciones inimaginables.
Si la misma puede llegar a ser tan amplia, es que como sociedad estamos fallando y los depravados logran ganar terreno. Cualquier forma de violencia sexual contra los niños y las niñas es un problema social que tiene consecuencias no sólo en su vida, sino también en su entorno y por ende en todos y cada uno de los contextos en los que la víctima se desarrolla.
El abuso “azaroso” perpetrado por aquel depredador que está al acecho en la vía pública es muy difícil de prevenir, pero el que se comete puertas adentro podría ser, eventualmente, evitado.
Una tercera parte de las víctimas son abusadas por miembros de su familia y esto significa que el riesgo principal proviene de las personas más cercanas. Los abusadores suelen tratar de establecer una relación de confianza con los padres de las víctimas (si no es uno de ellos mismos) y debemos tener en cuenta que cualquiera puede serlo. Para reducir los riesgos, una forma es evitar, en la medida de lo posible, que un adulto quede a solas con el niño. Como así también controlar las horas y lugares donde el niño navega en Internet, la red de redes es la gran puerta de entrada de muchos abusadores.
Hablar con los niños es una manera de generar confianza para que puedan alertar si se sienten en peligro o si fueron atacados y poder parar la agresión, actuando en consecuencia.
No sólo estar atento al diálogo sino también a las señales, ya sea físicas o emocionales, que un chico ofrece cuando es abusado. Aún en el mayor de los silencios las víctimas gritan lo que les pasa de alguna forma. Involucrarnos es la clave. Como padres en primer lugar, como ciudadanos en segundo término. Involucrarnos como sociedad en defensa de nuestros niños, es la única manera de poder protegerlos.

EN ESTA NOTA Abuso sexual infancia

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