Gumercindo Alvarado, el peón rural de Río Gallegos, que murió de un cáncer de pulmón en el hotel Facón Grande sin haber recibido la atención necesaria y su cuerpo fue entregado en una bolsa negra a su familia, es uno de los más crudos ejemplos del abandono que se hace sentir hacia quienes trabajan en el campo.
Hace un mes, La Opinión Austral reseñó la realidad de los “camperos” que en algunas estancias no se habían enterado de la pandemia por el coronavirus. En una zona rural cercana a El Calafate, un grupo de personas quiso ingresar a la Villa Turística y se anotició del cierre del acceso.
En tanto en la estancia “La Josefina”, a 130 kilómetros de Tres Lagos, se quedaron sin pilas en la radio y estaban ajenos a lo que estaba sucediendo en el mundo.
A fines de marzo, Guillermo Vargas, peón de la estancia Chank Aike, a 20 kilómetros de Las Horquetas, se cayó del caballo, se cortó el tendón rotuliano y fue rescatado gracias a que pidió auxilio a través de LU12 AM 680. Estuvo seis horas tirado hasta que su patrón escuchó el mensaje y pudo ir a buscarlo.
Peores escenarios fueron los de Enrique Rogel, Eliseo Daniel Rupallán y Ricardo Andrade.
El año pasado, Andrade, dueño de la estancia Chacabuco apareció muerto de un hachazo en la cabeza, a metros del casco principal de su establecimiento rural.
En 2017, el peón Enrique Rogel estuvo desaparecido durante 20 días y su cuerpo sin vida fue hallado con un disparo en la cabeza. El puestero, oriundo de Tecka, se desempeñaba en la estancia Sofía, a 140 kilómetros al sudoeste de Río Gallegos, sobre la ruta nacional 40.
Ya en 2014, Eliseo Daniel Rupallán, trabajador de la misma estancia, fue encontrado muerto con heridas producidas por golpes y dos puñaladas, caso que siguió La Opinión Austral.
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