Your browser doesn’t support HTML5 audio

Cuando en la primavera de 1958 el tren que unía Puerto Deseado con Las Heras se detuvo en la estación del pueblo, entre los pasajeros bajó un hombre joven, alto, de cabellos rubios y ojos celestes, con una valija en la mano y un título de médico bajo el brazo. Alejandro Demel llegaba a un rincón de la Patagonia que pocos conocían, pero que él eligió como destino. Lo esperaban el intendente, el comisario y el médico saliente que lo había recomendado. La necesidad de un doctor era urgente. Las Heras, entonces un poblado pequeño rodeado de estancias y caminos de ripio, no tenía a nadie más.

Dr. Demel,  junto al personal del Hospital Rural

 

Su primera casa fue una vivienda alquilada al estanciero Saavedra, en la calle San Martín al 770, que hoy todavía existe y funciona como tapicería. Allí instaló su consultorio particular, mientras por las mañanas atendía en el hospital. Era, literalmente, el único médico del pueblo. Su casa tenía teléfono, un privilegio reservado a muy pocos, y el timbre sonaba a toda hora. Nadie se iba sin ser atendido. Su hijo recuerda que muchas veces interrumpía una comida o se despertaba de madrugada para salir a caballo, en sulky o en jeep rumbo a algún campo remoto donde lo llamaban de urgencia.

Sus nietos aún repiten con emoción las anécdotas que les contaba en su último viaje a la Argentina. “Al principio, solo se animaban a consultarlo las mujeres, con mucha timidez —recordaba—. Más tarde, empezaron a llegar los hombres, algunos armados con cuchillos o revólveres bajo los ponchos, que dejaban sobre el escritorio con disimulo. Él se hacía el distraído y los atendía igual”. Esa confianza mutua fue creciendo con los años, hasta convertirlo en una figura querida, indispensable y respetada.

Una de sus primeras intervenciones fue clave: detectó un brote de triquinosis que enfermó a varios vecinos. Tras días sin dormir, logró determinar que unos chorizos secos provenientes de Comodoro Rivadavia habían sido elaborados con carne de cerdo contaminada. Ese hallazgo le valió el reconocimiento inmediato de la comunidad.

El Dr. Demel también participó activamente en la construcción del nuevo hospital. Cuando notó que el techo tenía poca caída y no resistiría la primera nevada, ordenó que lo desarmaran y reconstruyeran. Esa determinación —mezcla de sentido común, responsabilidad y carácter— lo definía.

 

El Dr. Demel,  en su consultorio privado

 

Con el tiempo, se convirtió también en intendente municipal durante el gobierno del general Alejandro Lanusse, y ocupó otros roles claves en la vida local: fue jefe de los Bomberos Voluntarios, presidente del Club Deportivo Las Heras, socio activo de la comunidad y, ante todo, un vecino más.

En los años ’70 compró un campo a 70 kilómetros al sur, Cerro Silva, cruzando el río Deseado. Allí crió más de 5.000 cabezas de ganado, y alternaba su vida entre la medicina y la producción rural. Permaneció en Las Heras hasta 1977, cuando la familia regresó a Buenos Aires, instalándose en el barrio Norte. Pero nunca rompió el lazo con el sur.

 

El Dr. Demel, junto a su esposa Gloria Torres y sus padres, Stefany Fliry y Juan Demel

 

En 1985volvió brevemente a Santa Cruz. Sus nietos recuerdan ese viaje como una despedida emocional. Pocos días después, falleció. Su esposa Gloria, sus hijos Alejandro y Alejandra, y amistades entrañables como Elina Torres —a quien la familia llama su “segunda abuela”— compartieron con él esa vida pionera en una tierra que lo marcó para siempre.

Hoy, sus restos descansan simbólicamente en lo alto del Cerro Silva, y su legado vive en las historias, en las casas que ayudó a construir, en los niños que ayudó a nacer, y en los silencios compartidos de la Patagonia profunda.

Por Jorge Bilbao
Datos aportados por Fabio Riquelme y Alejandro Demel (h)

Leé más notas de La Opinión Austral

Ver comentarios