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En la vida adulta, los pitidos son señales de aviso. La alarma del despertador a pilas, el sonido de finalización del microondas o el de la alarma de una vivienda, alertan sobre responsabilidades y son parte de la rutina, pero también hay pitidos que provienen de otro tipo de artefactos, unos que nos pueden acercar a nuevas aventuras.

Hace 15 años en Ciudad de Córdoba, se conocieron Mauro y Margarita, eran estudiantes universitarios, se enamoraron, se recibieron y se mudaron a Río Gallegos, donde formaron una familia.

El detector de metales fue un regalo de cumpleaños.

Mauro, oriundo de Jujuy, tuvo su primer contacto con el mar en la capital santacruceña y a medida que se fueron creando los primeros lazos de amistad, comenzaron a llegar las invitaciones para salir de pesca.

Ya sea solo o acompañado, la pesca exige paciencia y tiempo. Mientras Mauro pescaba, Margarita buscaba plomadas, pero, indudablemente, la espera se le hacía larga.

En mayo, para su cumpleaños, ella recibió de regalo un detector de metales, eso le sumó a las salidas a Punta Loyola un nuevo desafío.

Tarde de búsqueda

Este domingo, cuando la neblina comenzaba a cubrir la ciudad, La Opinión Austral encontró a la joven pareja junto a su hija Martina en una de sus salidas.

“Los días que no hay viento y no llueve, venimos a pasear un rato a Loyola”, cuenta Margarita. “En vez de quedarse en casa venimos a pasar el tiempo”, acota Mauro.

En cada salida al aire libre, caminan, comparten y, de paso, aprovechan para poner a prueba el detector.

Lo que más encuentran son plomadas. “Me sirven porque me gusta pescar, principalmente en verano”, destaca Mauro.

Reconocen que es difícil que encuentren algo más que plomadas o algún clavo, pero nadie puede asegurar que un día la suerte -y el detector de metales- suene para advertirles que se toparon con algún pequeño tesoro.

“Las plomadas me sirven porque me gusta pescar”.
MAURO

En Mar del Plata o Camboriú, menciona Margarita, “hay mucha gente que después de las fiestas va a festejar a la playa, entonces podés encontrar alguna cadenita, un anillito, pero, acá ¿qué vas a encontrar?”.

El hobby, poco común al menos por estos lares, evoca las aventuras de la infancia. En la que cada salida con los amigos del barrio podías descubrir algo nuevo, el tesoro podía ser un insecto desconocido, alguna moneda o también una nueva amistad para toda la vida.

Tal vez en una de las salidas, Margarita, Mauro y Martina hallen un anillo o una cadenita, por ahora ya encontraron un tesoro que muchos buscan y pocos encuentran: una familia amorosa que comparte la alegría de disfrutar cada instante, aunque ese instante sea simplemente hallar un clavo

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