“Soy quien mantiene vivo un sueño tanto tiempo, contra viento y marea“, dice Adrián Dárgelos en “Viento y Marea”, el track 9 de Trinchera, disco que sacó Babasónicos en el 2022.

“Me soñé un día con barba, sin tetas y feliz, mirándome al espejo”, relata Adrián Olivera Tetling, un fanático de la banda de rock nacional a la que sigue a todos lados. El 3 de octubre del 2018, empezó a hormonizarse con inyectables, pero, previo a eso, atravesó periodos de depresión severa, había algo que lo desgarraba por dentro, sin entendía qué estaba pasando.

Se acostaba a llorar y pedía por favor que esa angustia pare. Boyaba en un sistema de salud que lo rebotaba a su casa con pastillas de Melatol para conciliar el sueño y con un dolor existencial que lo hacía pensar que no quería vivir más. Las hormonas fueron el principio del camino, pero eso no bastaba. Había algo más que lo inquietaba y que lo hacía sentir incompleto. “Fue muy difícil porque todo el tiempo estaba deprimido, así durante un año y medio y no sabía el porqué“, contó.

Adrián no quería ser mujer. No quería tener tetas, ni el pelo largo, ni que la traten en femenino. Nunca quiso eso.

“Cada uno hace el duelo a su manera. Cada quien cada cual. Si ha de llorar que sea en un lugar privado. Cada cual a su casa, a trincheras”, dice Trinchera, canción homónima del disco de Babasónicos.

El duelo que hizo Adrián sólo lo conoce Adrián. Conocer el origen de esa angustia existencial y dejar atrás la identidad que le asignaron al nacer le llevó mucho dolor. Su historia debe ser la de tantos “adrianes” allá afuera.

La primera foto de Adrián con el cantante de Babasónicos, el 18 de febrero del 2007.

Reuniones con psicólogos, médicos, empezó a averiguar para hacerse una mastectomía. “Era porque me veía con tetas y no estaba completo. Necesitaba hacerme esa operación sí o sí. Estuve con mucho tratamiento psicológico, tomando pastillas. Nada me hacía feliz, estaba solo y tenía pensamientos suicidas, el dolor no paraba más”, refleja en parte de su relato más oscuro de aquel Adrián previo al 2020.

Literalmente, sentía que se moría. Empezó de a poco a generar algo de estabilidad, pero le rebotaron la primera operación con el cirujano plástico y fue peor porque volvíó a la depresión. Hace unos años empezó un emprendimiento de comida vegana, un rebusque para juntar el peso que hoy se convirtió en lo que ama. Un día fue a vender sandwichs al Hospital Regional de Río Gallegos y se encontró con una amiga trans.

Le contó que en el consultorio estaba el cirujano plástico atendiendo sin turno y lo convenció de ir. El médico le preguntó cuándo podía operarse y le dio fecha para una semana después: el 30 de enero del 2020, cerquita de la pandemia. Sin siquiera imaginarlo, ya estaba operado. “Ese día volví a nacer. Que me saquen las tetas y no tenerlas fue tremendo. Ese día aprendí a amarme“, dijo.

La última foto, con el cambio de identidad, el 5 de marzo de este año en Ushuaia.

A más de tres años, todo se resume en esa decisión y esa fecha. “Cuando me operé me di cuenta que ese era mi problema. El único problema que tenía era que era trans y no lo sabía“, remata.

En el Día Internacional contra la Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género el mensaje va más allá, porque las consecuencias de un sistema que oprime las elecciones individuales tienen un severo impacto en la salud mental.

“Yo le digo a los chicos de hoy que sepan que se puede ser feliz. Cuesta un montón, yo pedía que se me pasara, quería seguir viviendo porque sabía que podía serlo en algún momento. Conocí la felicidad cuando me operé, ahora soy feliz libre“, dice una voz gruesa, marcada por las hormonas que hoy complementan su identidad como Adrián.

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