El chofer del ómnibus que arrancó a toda velocidad se vio obligado a pisar el freno en plena ruta. Debió bajar y cambiar de vehículo. Se resignó a conducir una camioneta, pero manteniendo la esperanza de llegar a destino utilizando algún camino alternativo.

Dejando de lado las metáforas, el Gobierno debió abandonar su intención de que le aprobaran sin cambios sustanciales el proyecto de ley ómnibus -llamado “Bases”- y conformarse con lo posible, que es mucho menos.

Fueron 48 horas frenéticas las que marcaron duras derrotas para Javier Milei a apenas un mes y medio de asumir la Presidencia.

Después de la multitudinaria marcha opositora liderada por la CGT y la CTA -la que mereció una buena lectura política, más allá de las declaraciones públicas-, en dos días el Gobierno amenazó y apretó a fondo a legisladores y gobernadores para que se votara su proyecto “Bases”. En el medio se echó a un ministro sin aclarar las razones –Guillermo Ferraro, y recibieron fuertes respuestas hasta de los dirigentes “amigos” que obligaron a Milei a incinerar al ministro Luis Caputo borrando de un plumazo artículos claves del proyecto, como retenciones y jubilaciones.

Una derrota frente a la “casta”, coimera y corrupta, al decir de Milei. El Presidente se peleó con todo el sistema político y ante la derrota inevitable entregó artículos sustanciales del proyecto.

Si no hace consensos no va a poder gobernar cuatro años”, fue la durísima sentencia -¿advertencia?- de Miguel Angel Pichetto. Una declaración que llamó mucho la atención y encendió las luces de alarma en el Gobierno. ¿Advierte que el abismo está muy cerca?

Javier Milei decidió no inmolarse en “una derrota de pie” en el Congreso. Tampoco volvió a hablar de un plebiscito. Porque más allá de los gritos y las proclamas públicas sabe que no tiene el 80 por ciento de aprobación. Y una derrota en un plebiscito antes de cumplir el año de mandato sería una catástrofe para la gobernabilidad.

La ley ómnibus quedó al borde del nocaut cuando comenzó a trascender que el dictamen se reescribió en un departamento de Recoleta, dando de baja acuerdos parlamentarios. A la lona.

Con el abismo a pocos metros, “el jefe” Karina Milei se reunió en el Congreso con el diputado Martín Menem a horas del mediodía del viernes. Es decir, Milei mandó a su persona de máxima confianza para saber la respuesta final a una pregunta clave: ¿La ley sale o se cae? “El jefe” llegó a la conclusión que el fracaso era inevitable en la sesión del martes próximo.

Había que retroceder.

El encargado de poner la cara fue Luis “Toto” Caputo. En la noche del viernes dio una conferencia de prensa en la que anunció la capitulación, al aceptar retirar del proyecto las retenciones, el capítulo sobre jubilaciones, la reversión del Impuesto a las Ganancias -este es un proyecto aparte-, el blanqueo, la moratoria impositiva y el adelanto de Bienes Personales.

“No cedemos en el déficit cero, pero nos vamos a tomar un tiempo para pensarlo”, dijo el ministro al hablar del futuro. Milei envió rápido un mensaje por las redes: Ya no hay motivo alguno para que no se apruebe el proyecto el martes en Diputados.

¿Es tan así? Parece que no se terminaron las tormentas para el Gobierno.

En Unión por la Patria advierten que, más allá de la derrota política, Milei quiere que le aprueben las facultades delegadas y luego impondrá las medidas por decreto. ¿Puede imponer fórmulas jubilatorias, retenciones y lo que sea, por decretos delegados? Aquí es donde se anticipa otra discusión parlamentaria.

Derrota del gobierno y triunfo de los que hicimos oposición frontal. Trampa: Milei sólo quiere superpoderes (facultades delegadas). Es el corazón de la ley”, advirtió el titular del bloque de UxP en Diputados, Germán Martínez.

“No vamos a caer en ninguna trampa. El Gobierno ya reconoció que no puede llevarse todo por delante y pelearse con los gobernadores y el Congreso. Ahora seguiremos discutiendo el tema de las facultades delegadas, de ninguna manera vamos a aceptar que el Presidente pueda legislar en materia tributaria”, anticipó un diputado del sector “amigable”.

El oficialismo pondrá ahora toda la presión para que se apruebe lo que es la madre de todas las batallas: las facultades delegadas. Pero el proceso no será sencillo, ni en Diputados y después en el Senado.

En un mes y medio el Presidente soportó un paro nacional, una multitudinaria marcha en contra, echó a un ministro y debió retroceder en el Congreso con más de 200 artículos. Todo muy rápido.

¿Cuánto dañó esto su imagen, junto a los aumentos diarios y una inflación que pega de lleno en los trabajadores? Algunas encuestas advierten que en apenas 40 días perdió 15 puntos de apoyo, con una imagen positiva que ronda el 45 por ciento. Tanto Mauricio Macri como Alberto Fernández superaban el 60 por ciento al comenzar sus gestiones.

El problema que ven, tanto en el oficialismo como en la oposición “light”, es que si rápidamente no se ve “la luz al final del túnel”, la imagen presidencial seguirá en caída. Los más pesimistas aventuran que a fines de marzo, con los aumentos de tarifas, salud, transporte, escuelas privadas y una posible devaluación, la imagen presidencial puede rondar los 30 puntos, los mismos que sacó en la primera vuelta electoral. Es decir, mantendría el apoyo del núcleo duro de votantes pero se esfumaría ese 25 por ciento que lo llevó a la victoria en la segunda vuelta.

Todo se produce a un ritmo frenético. Difícil gobernar así.

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