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Lo que comenzó como una expedición científica se transformó en un fenómeno mediático que conectó a la sociedad con las profundidades inexploradas del mar argentino de la mano del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET) en la expedición “Underwater Oases of Mar Del Plata Canyon: Talud Continental IV”, una campaña realizada en colaboración con la fundación Schmidt Ocean Institute.
La Opinión Austral llegó hasta el Centro Nacional Patagónico (CENPAT) del CONICET, Puerto Madryn (Chubut), para dialogar con el Dr. Javier Signorelli, licenciado y Doctor en Ciencias Biológicas, integrante de aquella misión que fue seguida por millones de argentinos en las transmisiones por streaming.
“Teníamos ese objetivo y lo cumplimos al segundo o tercer buceo, alcanzando un pico de 9.500 personas mirándonos en simultáneo. Se viralizó de una manera impensada”, dijo en sus declaraciones.
Este éxito no fue casual, sino el resultado de más de una década de investigación rigurosa. El equipo del “Grupo de Estudios del Mar Profundo de Argentina” (GEMPA), un consorcio interdisciplinario de aproximadamente 35 investigadores, becarios doctorales y postdoctorales de diversas instituciones del CONICET, viene estudiando el mar profundo desde 2011.
“En campañas anteriores, financiadas por CONICET, como las expediciones Talud 1 y 3, ya habíamos registrado alrededor de 600 especies y descrito 60 nuevas para la ciencia en el cañón submarino de Mar del Plata“, explicó Signorelli.
Ese trabajo previo fue el que les abrió las puertas para luego formar parte de la misión científica del buque R/V Falkor, del Schmidt Ocean Institute.
La diferencia fundamental de esta misión radicó en la capacidad tecnológica. Las expediciones pasadas se basaban en el uso de redes y rastras de fondo, métodos que, si bien efectivos para la recolección, alteraban la disposición espacial de los organismos. “Salía todo amontonado, no sabíamos cuáles eran las asociaciones de especies y cómo estaban conformadas las comunidades”, detalla el biólogo.
En esta ocasión, contaron con un vehículo operado remotamente (ROV), un submarino no tripulado capaz de filmar en calidad 4K y transmitir en vivo con un retardo de apenas 20 segundos. “Esta tecnología nos permitió observar a las especies in situ, en su hábitat natural. Pudimos analizar sus interacciones, las asociaciones interespecíficas y la estructura de las comunidades bentónicas. La calidad de los datos que tomamos es exponencialmente superior“, afirma el investigador.
Futuro de investigación
Los objetivos científicos de la campaña fueron cumplidos con creces. Aunque el trabajo de laboratorio apenas comienza, Signorelli adelanta un balance preliminar impactante: “Hemos identificado alrededor de 40 a 50 especies que podrían ser nuevas para la ciencia. Esto, por supuesto, es un número que debe ser corroborado a través de minuciosos estudios morfológicos y genéticos”.
Además, se registraron especies cuya presencia en la región era desconocida, ampliando significativamente el inventario de la biodiversidad marina nacional.
Una de las sorpresas más gratificantes fue el estado de conservación del ecosistema. “Uno de los objetivos era analizar la basura en el fondo marino y, para nuestra sorpresa positiva, no encontramos tanta como pensábamos”, señala.
El mar profundo, definido como aquel que se extiende más allá de los 200 metros de profundidad, permanece en gran parte inexplorado, menos del 0,01% ha sido estudiado. “Vimos una comunidad intacta, espectacular, con muy poca basura. Sin embargo, nuestro muestreo fue puntual y se necesita profundizar mucho más para obtener un panorama completo”, advierte.
El impacto social
Más allá de los datos y los especímenes, la expedición dejó un legado inesperado: una conexión masiva con el público. “El streaming generó una parte de divulgación y difusión que no teníamos en los planes“, comenta Signorelli.
El carácter de la transmisión en vivo, donde el público descubría las maravillas del fondo marino al mismo tiempo que los científicos, fue clave. “La gente se dio cuenta de que los investigadores trabajan con pasión y que a muchos les importa la biodiversidad, aunque sea un estudio de ciencia básica”.
Este fenómeno, según el doctor, marcó “un antes y un después” mediático, visibilizando la ardua carrera de un científico en Argentina. “Se entendió que ser investigador del CONICET implica un camino largo: 5 o 6 años de licenciatura, 5 de doctorado y 2 o más de posdoctorado solo para estar en condiciones de presentarse a la carrera”.
Signorelli destaca además el rol fundamental de la educación pública en este proceso, señalando que el 95% de su equipo se formó en universidades públicas, “donde nos igualamos todos y todos tienen las mismas oportunidades”.
Ahora, el equipo del GEMPA enfrenta un doble desafío: procesar la vasta cantidad de información científica recolectada y responder al interés generado, planeando muestras, charlas en escuelas y actividades de divulgación para retribuir a una comunidad que se sumergió con ellos en la aventura del descubrimiento.
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