Durante el tiempo que duró el conflicto bélico iniciado el 2 de abril de 1982, la ciudad de Río Gallegos se transformó en una ciudad fantasma. Por aquel entonces, en la capital de la provincia de Santa Cruz, en donde había a penas 43 mil almas, los habitantes debían complotarse para que durante el gélido otoño la ciudad quedará completamente a oscuras y así evitar un posible bombardeo.

El conflicto bélico contra los ingleses se desataba a poco más de 600 kilómetros de distancia del continente y el temor a un ataque obligó a la población a tomar medidas. Para que no escapara siquiera un haz de luz, los ríogalleguenses debían tapar los faros de sus autos con cinta aisladora o, cualquier otro elemento que estuviese al alcance de sus manos, dejando a penas una línea de iluminación para circular.

 

La ciudad tenía que quedar en la oscuridad total. La consigna era clara: había que desorientar a los ingleses que podrían sobrevolar en territorio argentino durante la fría noche austral.

 

En algún momento, hasta llegaron a realizarse simulacros de inminentes ataques aéreos con sirenas que ensordecían de punta a punta. En las escuelas, los chicos eran entrenados para actuar en caso de que se cumpliera la premonición. Incluso hasta llegaron a aconsejarles mascar chicle para que en caso de que cayera una bomba evitar que la onda expansiva les dañara los oídos.

 

En Río Gallegos no se movía una mosca sin que fuera absolutamente controlado porque era necesario”, recordó una década atrás la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner.

 

Muchos años después de la guerra, Edward Denmark, un soldado veterano inglés reveló que las ciudades costeras patagónicos estaban entre los objetivos de los británicos. “Sin ninguna duda estaban en riesgo”.

 

Trelew, Comodoro Rivadavia, San Julián, Santa Cruz, Río Gallegos y Río Grande fueron escenario del conflicto. Desde esas ciudades salieron los golpes que demolieron a la marina británica.

 

En Santa Cruz, Defensa Civil organizó un esquema de trabajo para actuar en caso de que se activaran las alarmas. Por entonces, había jefes de sectores y jefes de manzanas que recorrían las calles de la ciudad dando indicaciones y controlando que los vecinos coloquen correctamente frazadas o diarios en las ventanas de sus casas.

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