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Desde hace tres noches, Claudio Radín duerme bajo el muelle de Caleta Olivia. Lo hace con miedo, con frío y con una dignidad que todavía no se apaga. Tiene 82 años, una prótesis en la cadera y una jubilación mínima que no le alcanza.

“Anoche vino un hombre, me apuntó. Pensé que era policía. Tengo miedo de que me roben lo poco que tengo”, cuenta mientras acomoda una bolsa con algunas empanadas. No quiere limosna. Quiere trabajar. “Aunque sea de sereno, de cocinero, de lo que sea. Toda mi vida trabajé. No quiero quedarme tirado”, insiste.

Claudio nació en Perito Moreno, Santa Cruz. “Me crié sin madre ni padre. A mi mamá la conocí de grande. Mi abuelo me llevó al campo y allá me crié.” A los 21 años ingresó a la Marina. “Pasé por las tres fuerzas armadas. Hice intrusiones en el mar, en el batallón de combate 181. Anduve mucho en el agua. El frío me dejó así, todo gastado.” Cuenta que en aquellos años se forjó su orgullo. “A mí el aplauso nunca me importó. Yo sé lo que hice y de dónde vengo. Fui trabajador, nunca vago”, señaló en diálogo con La Opinión Austral.

“Prefiero morir libre antes que en un asilo”: la historia del hombre que vive bajo el muelle. Foto: Tamara Moreno/La Opinión Austral

Su vida podría haber sido otra. Según relata, su madre era dueña del Hotel Santa Cruz y de una casa con un viejo correo en Perito Moreno. “Cuando murió, todo eso era mío. Pero vino una familia y se quedó con todo. Nunca hice juicio. Me dejaron en la calle”. Desde entonces, la palabra pérdida marcó su destino. “Mi vieja murió en un asilo. La tiraron ahí. Murió de tristeza. Yo prefiero morir así, libre, antes que encerrado en un hogar.”

Después del servicio militar, formó una familia. Trabajó como camionero en la empresa Atlántico y crió a sus dos hijos. “Los sábados mandaba un chofer con la camioneta llena de comida. Nunca les faltó nada.”

Pero con los años vinieron las rupturas. “Mi hijo se volvió malo, me trató mal, dijo cosas que no eran ciertas. Y mi hija… mi hija se mató. Por culpa de él, que la despreciaba.” Esa herida sigue abierta. “Me duele el alma. Si yo fuera malo, no habría criado a mis hijos solo.”

Claudio nunca fue de quedarse quieto. “Fui canillita, lustrabotas, cocinero de campo, agricultor. En el campo cortaba árboles, sembraba lechuga, amansaba caballos. Hice de todo. No tengo estudios, pero tengo más conciencia que muchos con título.” Dice que su problema fue la impaciencia. “Nunca tuve paciencia, por eso ando así. Pero siempre fui trabajador. A mí, a la buena, me pueden sacar cualquier cosa; a la mala, no.”

Fue marinero, camionero y cocinero rural. Nació en Santa Cruz y trabajó toda su vida. Hoy duerme a la intemperie, con una jubilación mínima.Foto: Tamara Moreno/La Opinión Austral.

Está operado de una cadera y necesita otra cirugía. “Me pusieron una prótesis. Tuve que sacar un préstamo de 200 mil pesos y al final estoy pagando un millón. Con la mínima no alcanza.”
Toma pastillas para el dolor y para dormir. “A veces no pego un ojo. El frío me agarra los huesos.” Aun así, conserva su humor y su esperanza: “No estoy loco, no me voy a quitar la vida. Alguna solución va a venir seguro.”

Aunque hoy no tiene dónde cocinar, Claudio conserva su oficio de toda la vida. “Yo era cocinero en el campo. Hacía pan, milanesas, masitas. Cuando tengo acceso a una cocina o alguien me presta un lugar, preparo algo y lo comparto. “Eso me mantiene vivo”, relató a La Opinión Austral.

Su número lo tiene anotado en un papel arrugado: 2974 129453. No pide plata, pide oportunidades. “Si alguien necesita una mano, que me llame. No quiero que me llenen de cosas. Quiero trabajar. Yo sé lo que es ganarse el pan.”

Claudio dice que recorrió mucho, pero que nunca dejó de amar su tierra. “Yo nací en Santa Cruz y Santa Cruz no la cambio por ningún lado. En Comodoro la gente no te ayuda, pero acá sí, acá todavía hay buena gente.” Mientras acomoda su bolso y mira el mar, murmura casi en oración:  “Mi mamá murió en un asilo. Yo no quiero morir así. Prefiero morir acá, mirando el agua.”

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