Por Sandro Díaz

 

Humberto “Tito” Quiñones, militante peronista en la década de los 70 y ex secretario de Estado de Derechos Humanos de Santa Cruz, contó cómo pasó la noche más oscura de la historia del país. “Fueron días muy duros, porque se avecinaba la dictadura militar y los grupos paramilitares perseguían a mucha gente, luego del golpe se puso mucho más difícil y ahí sí comenzaron a barrer con la juventud indiscriminadamente”.

A un año del último golpe cívico-militar, en 1976 “me vinieron a buscar a El Calafate, estuve preso más o menos dos meses en una comisaría de Comodoro Rivadavia”.

Recordó que entonces, “los presos comunes me ayudaban mucho a sobrellevar la situación, me daban diarios para hacerme un colchón. Todas las mañanas nos daban una botella de té con azúcar (era una botella de lavandina) y dos veces por día, polenta hervida sin sal”.

Al cabo de un tiempo, y con la ayuda de otros presos, Quiñones pudo enviarle una carta a su madre y ella empezó a pedir por él. “Cuando salí festejé que estaba vivo, ya que muchos no pudieron volver”.

Con esa experiencia, en este contexto de pandemia, piensa que “aquel que ha convivido con dificultades esto es un desafío más. Tenemos que tener en claro que cuidarnos es importante y las dificultades se van a transformar en una oportunidad. Esto es algo que nos toca a todos por igual”.

 

Andrés Fernández Cabral es un ex combatiente de Malvinas, que en 1982, y con 21 años participó como soldado conscripto. “En los momentos más complejos del combate, avanzados los primeros días de junio, que los ingleses estaban cerca, nuestro miedo era el de todo ser humano, pero nunca nos paralizó. Uno, en esas circunstancias, piensa en la familia, que es fundamental en esos momentos y en la posguerra”.

Andrés, que ahora se dedica al teatro, recordó que fue muy terrible que, a pesar de volver con la frente en alto, la sociedad los discriminó por haber perdido la guerra. “A mí me echaron del trabajo, sin pagarme. Hacía siete años que trabaja en ese lugar y era supervisor”, contó.

“La familia es la que ayudó a poder vivir de vuelta en la sociedad, y por mi parte, la actividad artística me ayudó. Me inserté en la sociedad como pude, traté de mirar hacia delante, ya que después de la guerra todo cambió, nosotros no sólo perdimos una batalla, perdimos nuestros afectos, trabajos y parejas”, lamentó.

Sobre el actual contexto de pandemia, el ex combatiente cree que “en estas circunstancias sale lo mejor y lo peor del ser humano, lo más aconsejable es que aparezca lo mejor, apreciemos todo lo que tenemos, de poder comer, de estar vivos, no nos olvidemos de ser seres humanos”.

 

Ernesto “El Chino” Velázquez era maestro de escuela en Río Gallegos cuando participaba de la agrupación universitaria Facón Grande, durante la crisis política e institucional del 2001, que terminó en estallido social y decenas de muertos producto de la represión del Gobierno de La Alianza.

“Cuando hubo concentraciones con cacerolazos en el centro de Río Gallegos, estuve en el lugar. Como todos, perdimos cosas. Yo tuve que vender el auto, tuve que estar a pata, tenía 35 años y dos hijos”, se acuerda.

Sin embargo, “no teníamos ni para pagar las tarjetas, tuvimos que ir a negociar a cada banco para pagar las cuotas. Fue tremendo. Nos asustamos y lo vendimos. Cancelamos el préstamo y nos quedamos sin deudas, pero hubo mucha gente que perdió sus ahorros y que la pasó peor”.

En esos años, “ya habíamos pasado la crisis de Alfonsín y la del primer gobierno de Menem, es como que los argentinos estamos preparados para andar en el terreno de la crisis, no está bueno lo que estoy diciendo, pero es la realidad, ahora con el tema de la pandemia mis dos hijos se quedaron sin trabajo, los dos trabajaban en el ambiente de la gastronomía, y nosotros hablamos con ellos de lo que fueron esas crisis y les decimos que esto va pasar. Hoy con la experiencia del 2001, sabemos que va pasar”, aseguró.

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