Your browser doesn’t support HTML5 audio

En la ciudad de La Plata nació, se crio y estudió Fidel Schaposnik. Quiso alejarse del mandato familiar de la medicina y decidió elegir la física.

Era 1970, desempeñándose como ayudante alumno de Física 2, conoció a Federico Gerardo Lüdder Lehmann, quien ya se había licenciado de físico, era ayudante diplomado y estaba haciendo su tesis de doctorado.

Federico había nacido el 6 de diciembre de 1942 en Las Heras, Santa Cruz. Tiempo después su familia se asentaría en la ciudad de las diagonales.

Federico y Fidel se hicieron amigos y junto a un matemático alquilaron un departamento, iban y venían entre las casas de sus padres y el piso ubicado en diagonal 113 y 63. “Ese departamento previamente había sido ocupado por La Cofradía de la Flor Solar, que después dio origen a Los Redonditos, así que cuando nos mudamos tuvimos que limpiar primero y después dejar durante mucho tiempo las ventanas abiertas, porque el olor a marihuana era imposible”, cuenta entre risas a La Opinión Austral.

De la familia de su amigo, recuerda a la mamá como una mujer “muy cariñosa, simpática y genial cocinera, cuando vivía en La Plata me enseñó un montón de comidas alemanas”.

“Con Federico nos gustaba mucho el rock, la música de Jimmy Hendrix y compañía. También cocinar y discutíamos y leíamos muchas cosas que tenían que ver con el marxismo y el existencialismo, estábamos todo el tiempo alrededor de eso”, cuenta.

Leíamos muchas cosas que tenían que ver con el marxismo y el existencialismo

“Éramos todos muy izquierdistas y había distintos caminos, tomamos caminos distintos. Nadie imaginaba lo que iba a pasar. Federico empezó en el partido trotskista y después pasó al ERP, era la rama armada”, recuerda.

A fines de 1974, Fidel ganó una beca y se mudó a Francia. Con el paso de los años, viviría alternadamente entre ambos países.

Mi último abrazo tuvo lugar cuando fui a despedirme la noche anterior a mi partida de Argentina, la noche del 9 de noviembre de 1974. Con la casa a oscuras, tardó unos minutos en abrir la puerta; lo hizo recién cuando desde alguna ventana identificó la patente de mi 2 cv. Ya por entonces sabía del peligro que corría”.


De la “muerte” de Federico se enteró por un suplemento vía área de La Nación. Por cómo eran los artículos que contenían esas tres hojas, dice que leerlo “era una especie de tortura”.

En la última página se describían “los triunfos del gobierno matando gente en enfrentamientos de guerrilleros y entre esos nombres, ese día apareció el de Federico”. Al tiempo, una carta de un amigo en común, que había sido testigo, le reveló lo qué había pasado con el físico de 33 años.

El 30 de noviembre de 1976 a la madrugada, 15 personas armadas y vestidas de civil allanaron una vivienda en City Bell, se lo llevaron encapuchado y maniatado. Su madre, sin suerte, “fue a todos lados tratando de encontrarlo cuando lo secuestraron”. Federico sigue desaparecido.

En 1986, Fidel se propuso, no sin tener que dar pelea, colocar una placa en el edificio del departamento de Física de la UNLP “por el reclamo permanente a su aparición con vida y el compromiso indestructible de exigir justicia e impedir que se repita lo sucedido”, como se lee en el cristal que tuvo que ser repuesto tres veces. Justamente el material fue elegido para recordar la “fragilidad” que tiene la democracia, evocando un monumento similar que había visto en una plaza de Bolonia.

Los hermanos de Federico, eran tres en total, no pudieron ser localizados para asistir al acto del CONICET en el que se entregaron los legajos reconstruidos y reparados de ocho miembros del organismo. Fue por eso que asistió Fidel, su amigo.

Posteriormente, cuando la UNLP le pidió unas palabras, él citó una parte del poema “En memoria” que Giuseppe Ungaretti le dedica a Mohammed Sceab, ya que de alguna forma explica su sentimiento cuando dice “quizás sea el único que sepa que existió esta persona”.

Es que Mohamed y Giuseppe compartieron una pensión y cuando Sceab murió, sólo estuvieron la dueña de la pensión y el poeta. “Nadie supo que esta persona existió, ni siquiera su familia en Marruecos, porque le perdió el rastro y el único amigo que tenía era Giuseppe. Esa historia siempre me resonó”.

Hoy, con 74 años, Fidel dice remarcar la importancia de la memoria y sostiene que “con toda esta historia se va a saber más, pero si no fuera por esto del CONICET, no sé cuántos quedamos vivos y que sabemos la historia de Federico con detalles. Por eso fui al acto a recibir al legajo y por eso hicimos la placa, para que no quede en el olvido que existió”.

Leé más notas de Belén Manquepi Gómez

Ver comentarios