Que la provincia haya logrado llevar el número de casos positivos a cero es un logro colectivo que merece el reconocimiento de todos y cada uno de sus habitantes, quienes en su inmensa mayoría comprendieron que era elemental, y hasta razón de vida o muerte, cumplir con las pautas del aislamiento.

Durante las últimas semanas, el número de casos se mantuvo en 49, mostrando que el territorio estaba pudiendo controlar la curva ascendente de la pandemia, que prometía un impacto mayor para los meses de abril y mayo.

Esa fecha se va corriendo, como consecuencia de haber puesto bajo control el número de contagios evitando la circulación de las personas y, como consecuencia, también del virus potencialmente mortal.
Todos los casos que se tuvieron se recuperaron y con una de las menores incidencias de contagios de COVID-19 entre los y las agentes del sistema de Salud. El sistema hospitalario provincial demostró estar a la altura de las circunstancias.

Algo de eso se lee en torno a la agenda política, atravesada por la pandemia desde hace ya varios meses, pero en la que, sin embargo, oficialismo y oposición lograron sortear la diatriba acerca de cómo se respondió a la crisis sanitaria.

Se habla de gastos o inversión en torno a la emergencia, de las contrataciones, pero nadie se atreve a poner en duda que el equipo de profesionales y trabajadores del sistema de salud cumplió con creces las expectativas.

Que pudiésemos bajar el número de personas infectadas a cero es motivo de celebración, pero no significa que terminó la pelea. Simplemente es un argumento para seguir permitiéndonos la apertura de más actividades que recuperen la economía y nuestro bienestar emocional, pero buscando mantener la guardia en alto.

Y es que el distanciamiento social llegó para quedarse y ayudarnos a evitar contagios que se dan de persona a persona. No vivimos ni vamos a volver a vivir como lo hacíamos a principios de marzo, antes de que este virus estallara en el mundo y las noticias lo mostraban como un mal que pegaba allá lejos en el oriente.

La enfermedad y la idea de una propagación tan rápida como esta especie de gripe que distintos científicos en el mundo venían alertando que podía darse de un momento a otro, todavía no permite dilucidar el modo en el cual vamos a funcionar como sociedad, pero sí que nada será como antes.

Por eso que aquello de “volver a la normalidad” no es más que una expresión de deseo. Los cientos de miles de puestos de trabajo destruidos -los informales claro-, las empresas que no pudieron superar al virus y las resistencias hacia adentro de los esquemas financieros, son parte de un efecto colateral que perdurará quién sabe si los próximos dos años.

Será cuestión de darle una nueva dimensión a aquellas cosas que dimos por sentadas y reconocer que si podemos de nuevo habitar el espacio público y compartir en sociedad, es porque pudimos aceptar las reglas para protegernos y proteger a los demás.

Desde este martes volverán las actividades físicas al aire libre, reabrirán los restaurantes y bares, y los comercios podrán llevar adelante la atención al público en una franja horaria mucho más amplia.
Por lo demás, el escenario no cambia demasiado. Salir con tapaboca es una obligación y un acto de responsabilidad y respeto, como también lo es, aunque suene antipático, no dar besos ni abrazos.

Leé más notas de La Opinión Austral