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Cuatro años han pasado desde la última vez que vieron con vida a una vecina de Río Gallegos. Desde entonces, hay una familia que no puede completar el abrazo, y aún queda la esperanza de saber qué pasó, efectivamente, qué pasó con esa mujer.
Se trata de Marcela López Frey, quien al momento de su desaparición tenía 61 años. En la jornada del 22 de mayo de 2021 fue vista por sus seres queridos por última vez, cuando caminaba cerca del Monumento del Amor, en la zona de la costanera y del muelle fiscal, actualmente en refacción.
Por aquellos días, las temperaturas eran más bajas que las que se sienten esta semana en la capital de Santa Cruz. Incluso, aquella noche, el frío era intenso, ya había nieve y, como dato relevante, la marea en la costanera estaba alta.
Marcela López Frey es hija de María Inés Frey y de Juan Domingo López. Sus hermanos son Jorge y José López. Además, tiene cuatro hijos: Claudia Barría, Analía Barría, “Marito” González y Rocío González, además de seis nietos menores de edad. Todos ellos —a excepción de Juan Domingo, ya fallecido— desean saber qué pasó con la vecina.
Para comprender el contexto de su desaparición, es necesario conocer su situación personal y recordar lo que dijeron sus hijas días después de radicada la denuncia de averiguación de paradero. En 2005, Marcela sufrió la pérdida de su padre, asesinado en La Esperanza en un caso que nunca se resolvió. En su casa aún quedaban fojas y fojas de ese expediente.
“Mi mamá pasó muchas cosas: la muerte de mi abuelo (Juan Domingo), el ACV de Raúl (una pareja que tuvo)… son cosas que la marcaron, pero de las que pudo sobreponerse. En el medio tiene seis nietos que la esperan. Su vida está llena de altibajos que tuvo que atravesar. Por eso, a veces, no nos cierra la idea de que podría haberse querido suicidar”, dijo Analía a La Opinión Austral en esos días.
Marcela vivía con Rocío en una casa ubicada en la calle Bouchard, en la capital de Santa Cruz. Aquel día, habían comido tortilla de papas y compartieron unos mates antes de que su hija se fuera a trabajar en una mercería del centro. Esa fue la última vez que la vio.
Luego, Marcela se abrigó con unas calzas negras, zapatillas oscuras y una campera negra con detalles rojos. Salió a caminar hacia la costanera. Antes de llegar, pasó a comprar mentitas en un kiosco ubicado a pocas cuadras. Como eran tiempos de COVID, el uso del barbijo era obligatorio. Por cuestiones del destino, Analía se cruzó con su madre en el lugar, pero no la reconoció por el tapabocas, según recordaría después.
Una cámara de seguridad, emplazada a unos metros, fue la última que la captó “apurando el paso” en dirección a la costanera por Chiclana. Luego, unos pescadores de avanzada edad la vieron caminando hacia el muelle. Una familiar también la vio cerca del Monumento del Amor alrededor de las 20 horas. Después, nadie más supo de ella.
Rocío regresó a su casa tras el trabajo y encontró la puerta abierta. Incluso el auto estaba sin los seguros colocados. La billetera de Marcela, con unos 20 mil pesos, también estaba en el habitáculo. La situación, extraña y alarmante, hizo que las hermanas se reunieran y radicaran la denuncia en la Comisaría Sexta.
Al día siguiente, algo llamó la atención: parte de la ropa de Marcela y sus zapatillas aparecieron prolijamente acomodadas cerca del portón del muelle. Tras varias horas, se encendieron las alarmas y comenzaron las averiguaciones. “Mucha gente tiende a sacarse la ropa antes de quitarse la vida”, confió por entonces una fuente judicial abocada al caso a La Opinión Austral.
La causa recayó en el Juzgado de Instrucción N.º 2, a cargo entonces de Valeria López Lestón, quien se jubiló en febrero de 2022. Para la Justicia, se trató de un suicidio: que Marcela se despojó de sus prendas y se arrojó a las gélidas aguas de la costanera, tomando la drástica decisión de quitarse la vida. Incluso se realizaron una serie de rastrillajes en toda la costa de la ría, con la participación de fuerzas de seguridad, vecinos preocupados y hasta el Ejército Argentino, pero siempre con resultados negativos. Esta hipótesis estuvo respaldada por pericias psicológicas que mencionaban signos de “angustia” y “depresión”.
Sin embargo, esta versión no conformó a la familia. A pesar de ello, los rastrillajes continuaron tanto de este lado del estuario como en la costa opuesta, con personal de bomberos bajo la supervisión del entonces comisario mayor Martín Aguirre, quien era superintendente de Bomberos.
En julio apareció en escena un personaje controvertido: Marcos Herrero, quien ofreció sus servicios como perito con perros “especializados” en la búsqueda de personas y restos humanos. Lo que siguió fue calificado como un “circo” en los pasillos judiciales: Herrero recorrió las calles de Río Gallegos hasta llegar a la casa de la expareja de Marcela, en la calle Mitre.
La noche del 9 de julio apareció un papel que decía que “Marcela está enterrada en la casa de Balado” (apellido de la última pareja de la vecina). Lo que siguió pareció sacado de una película de terror: se habló incluso de ácido, aunque nunca fue encontrado.
En una inspección sin aval judicial, Herrero ingresó a la casa de Balado con sus canes y halló diversos elementos, entre ellos restos óseos y otros que parecían rituales. También inspeccionó una chacra de la pareja —ubicada en las afueras de la ciudad— y allí también se encontraron restos.
Finalmente, el “peritrucho” abandonó la localidad, no sin antes engañar al abogado de la familia, Jorge Trevotich, asegurándole que había hallado dólares termosellados en una habitación trasera, fruto de la “corrupción”. Dólares que jamás aparecieron y que, en realidad, eran billetes del juego El Estanciero. De allí derivó una teoría de presunto secuestro que motivó una denuncia en el Juzgado Federal. Sin embargo, nunca prosperó. ¿Por qué? Porque para que haya secuestro debe haber un pedido de rescate, y ese no fue el caso.
Esta hipótesis falsa también generó consecuencias para la última pareja de Marcela. El hombre, de apellido Balado, debió contratar a los abogados
, quienes lograron demostrar que su cliente no tenía ninguna participación en la desaparición de la mujer ni en un presunto “femicidio”, como intentó instalar Herrero.
“La sociedad de Santa Cruz debe saber que tal cosa no existe en el expediente judicial que investiga las circunstancias de la desaparición de Marcela López. Además, tampoco fue jamás denunciado ni mencionado ante el juzgado interviniente”, indicó un comunicado del Tribunal Superior de Justicia por entonces.
Este tiempo perdido con una teoría infundada fue determinante para aniquilar las pocas esperanzas de encontrar a Marcela con vida. Aun así, la Justicia agotó todas las líneas investigativas, y la más sólida es que la vecina habría atentado contra su propia vida arrojándose a las aguas frías de la costanera.
En ese sentido, continuó el trabajo de las fuerzas de seguridad provinciales y federales. La zona cubierta con sobrevuelo de helicóptero incluyó Guer Aike, ambos márgenes del río Gallegos, el estuario, el vaciadero, el río Chico, Punta Loyola y Cabo Buen Tiempo. Se realizaron rastrillajes nocturnos y búsquedas subacuáticas con nadadores de rescate, en aguas cuyas temperaturas oscilaban entre 1 y 4 grados centígrados, incluso con participación de vecinos autoconvocados.
Es incontable la cantidad de personas que participaron en la búsqueda. Se solicitaron informes de geolocalización a compañías telefónicas y se pidieron historias clínicas a distintos centros de salud. Se obtuvieron cuatro registros médicos y cinco informes bancarios.
Cabe remarcar que se tomaron más de cuarenta testimonios, se realizaron ocho allanamientos y se secuestraron cámaras de seguridad de diez domicilios. Incluso intervinieron ocho peritos en distintas disciplinas: medicina forense, odontología, psicología, genética y bioquímica, además de tres peritos de parte. A pesar de ello, no fue posible determinar las circunstancias en que Marcela desapareció.
Su rostro puede verse aún en las lunetas de móviles oficiales y taxis, con la esperanza de que alguien que la haya visto aporte información. Por lo pronto, su paradero sigue siendo un misterio, y la comunidad aún se pregunta:
¿Dónde está Marcela López?
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