Anabel Orellana (43) es oriunda de Buenos Aires y hace veinte años vive en Río Gallegos. Su primer embarazo fue a los 16 años. Daiana, hoy de 26 años, es quien le dio el primer nieto: Pedro.

“No terminé la secundaria porque me quedé embarazada, estaba en tercer año”, cuenta a La Opinión Austral.

Anabel tiene cuatro hijos y un nieto. FOTO: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL

Sobre ese primer embarazo, señala que “eran otros tiempos. Soy la segunda de ocho hermanos, prácticamente los crie porque mi mamá trabajaba todo el día, así que estaba acostumbrada a los chicos. No fue tan complicado, ya que tenía conocimiento de cómo cuidar a un niño”.

“Era lo que me tenía que tocar”, sostiene y agrega que “fue duro, pero no tanto porque eran otras épocas. Sí perdí toda mi adolescencia, de grande te das cuenta“.

Seis años después, Anabel cursó su segundo embarazo. Su presión subió y por una eclampsia cerebral estuvo inconsciente. “Me habían dicho que no podía tener más hijos porque corría mucho riesgo, me enteré que Esteban había nacido como cinco días después”.

Anabel junto a Benjamín (8) y Maxi (15). FOTO: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL

Por los riesgos que podían presentarse con un parto a término completo, sus cuatro hijos son ochomesinos y nacieron por cesárea.

El tercero en llegar sería Maxi. “Fue una de las cesáreas menos complicadas, casi llegó a los nueve meses”, cuenta.

“Como era el más chiquito, todos me decían que era el más mimado, el malcriado, pero cuando tenía tres añitos empezamos a notar que había cosas raras, no hablaba, se aislaba en un rincón. La pediatra me indicó  evaluarlo porque también lo observaba”, recuerda.

Anabel junto a Benjamín. FOTO: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL

Primero le diagnosticaron Trastorno Específico del Lenguaje (TEL), luego Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD) y por último, Trastorno del Espectro Autista (TEA). “El diagnóstico va variando a medida que van creciendo y van viendo las habilidades de ellos”, explica Anabel.

El primer diagnóstico, recuerda, “fue terrible. Aceptarlo fue duro. Al principio no tenía conocimiento de nada, era todo nuevo, era andar peleando para los médicos, para el Certificado Único de Discapacidad (CUD), para que cubran las terapias. Quería buscar lo mejor para él y no sabía dónde estaba parada“.

“Benja” juega mientras su mamá es entrevistada. FOTO: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL

Seis años después nació Benjamín, a quien también le diagnosticaron TEA. “Me costó mucho aceptarlo. Pero estaba más canchera, ya sabía todo lo que tenía que hacer. Buscar todas las cosas que necesitaba él fue más fácil que con Maxi y después, en la vida cotidiana lo asimilás y buscás la mejoría de los dos y lo que necesiten para salir adelante, porque el objetivo es que el día de mañana ellos sean independientes”.

Explica que “a medida que van avanzando, te vas dando cuenta y tenés que tener mucha paciencia porque hay que ir buscando alternativas. Gracias a Dios la escuela a la que van acompaña mucho a la familia”.  A eso se suma el intercambio con otras mamás, sobre lo que señala que “cualquiera que pasa por lo mismo te entiende”.

Pandemia

Maxi y Benjamín cursan en ITEA y completan su educación en la Escuela Laboral Domingo Savio y la Primaria N° 46, respectivamente. Entre los dos asisten a un total de cinco terapias.

La pandemia ubicó a Anabel en un escenario en el que la escuela, las terapias y el trabajo se trasladaron a la casa, los límites horarios se desdibujaron y fue agotador: tuvo un pico de estrés. “Siempre quiero cumplir con todo y me exijo mucho. Es muy desgastante, tengo a mi marido que me ayuda todo el tiempo, pero no tenés tiempo para nada, reconoce. Fue ese alerta el que la hizo comprender que había que poner límites, porque además de la salud de sus hijos también estaba la suya.

Hablar de los avances de sus hijos emociona a Anabel hasta las lágrimas. FOTO: JOSÉ SILVA/LA OPINIÓN AUSTRAL

Anabel trabajó cuidando niños, en el ámbito privado, en supermercados y sandwicherías, hasta que ingresó a la Municipalidad, primero en Tierras, luego en Catastro y actualmente en Espacios Verdes. Sin embargo, asegura que ser mamá “es el mejor trabajo que me tocó en la vida”.

Dice que como madre lo más hermoso es verlos avanzar. “Pensé que Maxi jamás iba a leer o escribir. No hay un límite para lo que pueden avanzar, te sorprenden todo el tiempo. Algo que me llena, me satisface y hace que no me detenga es el avance de ellos, ves que te pueden expresar lo que sienten, los que les pasa, desenvolverse solos, eso es lo que te gratifica y te muestran que vale la pena todo este esfuerzo”, expresa emocionada.

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