*Por Teresita Manna de Cárcamo

  • La llegada a las costas de Puerto San Julián, en Santa Cruz.
  • El registro de Antonio Pigafetta, el navegante italiano que se incorporó como cronista de la expedición.
  • La partida desde Sevilla con la flota de cinco naves.
  • El viaje se inició el 10 de agosto de 1519 y finalizó el 8 de septiembre de 1522.
  • El encuentro con los primeros “patagónicos” y la abundancia de los alimentos y el comienzo del trueque.
  • Sólo hubo 18 sobrevivientes. Cómo fue comer ratas y tomar agua contaminada. Y la enfermedad que le hinchaba las mandíbulas y les deformaba la cara.
  • Su relato es la fuente más valiosa producida por un testigo directo.
  • Detalles inéditos de la primera vuelta al mundo.

 

*Por Maria Teresa Maffeis

 

En 1519 el italiano Antonio Pigafetta, se hallaba en España acompañando a Francisco Chiericato, delegado del Papa León X en la corte de Carlos I, cuando tuvo noticias de la preparación de la “Flota de las Molucas” encargada a Fernando de Magallanes. Decidió unirse a ella compartiendo el objetivo de llegar a Oriente navegando siempre hacia Occidente. Del siguiente modo dejó asentada la índole de su tarea y las circunstancias que lo llevaron a embarcarse: “Por los libros que yo había leído y por las conversaciones que tuve con los sabios que frecuentaban la casa del prelado, supe que navegando por el Océano se veían cosas maravillosas y me determiné a asegurarme por mis propios ojos de la veracidad de todo lo que se contaba, para a la vez contar a otros mi viaje, tanto para entretenerlos como para serles útil y lograr al mismo tiempo hacerme un nombre que llegase a la posteridad”.

Verdaderamente logró la celebridad a través de su diario publicado en 1536. El mismo no ha llegado en versión original hasta nuestros días, aunque sí se conservan cuatro copias: una en italiano, en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, y tres en francés atesoradas; dos de ellas, en la Biblioteca Nacional de Francia y una en la de la Universidad de Yale en Estados Unidos.

La CEREMONIA, por radio y tevé

Este miércoles, desde las 14, monseñor Jorge García Cuerva noficiará la misa desde el Obispado de Río Gallegos. Será transmitido en vivo por Canal 9, y las radios LU12 y LU14; además, se podrá seguir por todas las redes sociales.

Esta última versión es la más completa de las cuatro. Contiene 23 mapas maravillosamente trazados, aunque su valor trasciende la referencia cartográfica y también las noticias de personas y ambientes al ofrecer una interpretación del “nuevo mundo” a los hombres de la Europa del siglo XVI y de todos los tiempos. Por ello su narración ha tenido el impacto de una fuente documental para investigaciones históricas concretas.


Seguramente el autor encuadraba sus experiencias individuales y colectivas en los convencionalismos y criterios de su tiempo. Por ello recurría a las metáforas toda vez que la realidad no se contenía en lo conocido: “La vela es de hojas de palma, cosida para formar una al modo que la latina. Por timón usan una especie de pala como de horno, cuya asa cruza un barrote”.

Pigafetta intentó acercar el lector europeo al exótico y ajeno “mundo nuevo” y lo hizo detallando lo que los expedicionarios vieron: “Da también la palmera el ya mencionado fruto del coco. Es éste, más o menos grande como una cabeza humana…Debajo… viene una pulpa endurecida blanca, de un dedo de espesor, que comen fresca con la carne del pescado, … que al paladar recuerda la almendra… Cuando les interesa disponer de aceite, dejan que se pudran pulpa y agua, las hierven después y sale un aceite como mantequilla”.

 

Incluso se aprecia una rudimentaria pero trascendente labor del autor como lingüista al asentar la traducción de vocablos autóctonos con la intención de establecer comunicación con los pueblos originarios de cada lugar: “Habitan en ciertas casas amplias llamadas ‘bohíos’, y duermen en redes de algodón que denominan ‘hamacas’, … Poseen barcas de una sola pieza …, llamadas ‘canoas’”.

La crónica rigurosa que parece una aventura de la imaginación

Garbriel García Márquez recordó a Antonio Pigafetta en su discurso por el Premio Nobel 1982. “Su libro es el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos”

 

 

Las exploraciones de la época se esforzaron en dejar una descripción más textual que gráfica; no obstante, la crónica de Pigafetta consiguió estimular la imaginación europea. Por ejemplo, la referencia a los gigantes de Patagonia “dos veces más altos que los europeos, y vestidos con «pieles de ani­males,» (…) y tenían las caras pintadas”, sirvió para el trazado del mapamundi realizado por Sebastián Caboto, cerca del 1544.

De todos modos, en la crónica de Pigafetta, la descripción de ambientes desconocidos, tan exagerada como auténtica, parece ser parte de una pretensión a nombrar hombres y entornos por vez primera. Y, a la vez, revela la intencionalidad de incorporar a esos hombres tanto americanos como del extremo oriente, a la identidad espiritual del mundo europeo: “Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. …Este hombre era tan alto que le pasábamos de la cintura. … su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país. Pasó algunos días en nuestra compañía, habiéndole enseñado a pronunciar el nombre de Jesús, la oración dominical, etc., lo que logró ejecutar tan bien como nosotros, aunque con voz muy recia. Al fin le bautizamos dándole el nombre de JuanNuestro capitán llamó a este pueblo patagones”.


Por su parte, la superioridad de armas y armaduras queda destacada como elemento central de dominio: “Le enseñó todas las armas de fuego, incluso la artillería gruesa, y mandó tirar algunos cañonazos, de que se espantaron los isleños. Hizo armarse a uno de los nuestros con todas las piezas de la armadura, y ordenó a tres hombres que le diesen sablazos y le apuñalasen para demostrar al rey que nada podía herir a un hombre armado de esta manera”.

La mirada de Pigafetta expuesta en su narrativa, también manifiesta el aprovechamiento de cualquier circunstancia propicia para los europeos:Estos pueblos son en extremo crédulos, bondadosos y sería fácil hacerles abrazar el cristianismo… Desde hacía dos meses reinaba en el país una gran sequedad, y como sucedió que en el momento de nuestra llegada ‘envióles’ lluvias el cielo, no dejaron de atribuirlas a nuestra presencia”.

 

 

De igual modo se consignan los intercambios favorables a los expedicionarios e imprescindibles para su reabastecimiento: “Realizamos aquí excelentes negociaciones: por un anzuelo o por un cuchillo, nos daban cinco o seis gallinas; dos gansos por un peine; por un espejo pequeño o por un par de tijeras, obteníamos pescado suficiente para alimentar diez personas; por un cascabel o una cinta, los indígenas nos traían una cesta de patatas, nombre que se da a ciertas raíces que tienen más o menos la forma de nuestros nabos y cuyo gusto se aproxima al de las castañas”.

Lo desconocido para Pigafetta y sus compañeros, tiene un espacio privilegiado, en particular, en la percepción de una naturaleza sorprendente y maravillosa: “Este estrecho tiene de largo 110 leguas, que son 440 millas y un ancho, más o menos, como de media legua y va a desembocar en otro mar, llamado Mar Pacífico, circundado de montañas altísimas con copetes de nieve… Y si no fuese por el capitán general, nunca habríamos navegado aquel estrecho; porque pensábamos todos y decíamos que todo se nos cerraba alrededor… Llamamos a ese estrecho el “Estrecho Patagónico”; en el cual, se encuentran, cada media legua, puertos segurísimos, inmejorables aguas, leña… peces, sardinas, mejillones y apio…No creo haya en el mundo estrecho más hermoso ni mejor”.

 

Antonio Pigafetta, el cronista de la vuelta al mundo.

 

A veces esa naturaleza resultaba impiadosa con los navegantes magallánicos, refugiados exclusivamente en su fe, sus visiones y en su inquebrantable tesón: “Durante las horas de borrasca, vimos a menudo el Cuerpo Santo, es decir, San Telmo. En una noche muy oscura, se nos apareció como una bella antorcha en la punta del palo mayor, donde se detuvo durante dos horas, lo que nos servía de gran consuelo en medio de la tempestad”. Y sobre el río Santa Cruz deja asentado: “… hacia los 50° 40’ de latitud sur, vimos un río de agua dulce en el cual entramos. Toda la escuadra estuvo ahí a punto de naufragar, a causa de los vientos deshechos que soplaban y embravecían el mar; más Dios y los Cuerpos Santos nos socorrieron y nos salvaron. Pasamos ahí dos meses para abastecer las naves de agua y de leña”.

Las manifestaciones de una navegación de extrema rigurosidad son superadas por las referencias a la pericia del líder de la expedición, admirado por Pigafetta de modo excluyente: “El capitán general Fernando de Magallanes había resuelto emprender un largo viaje por el Océano, donde los vientos soplan con furor y donde las tempestades son muy frecuentes. Había resuelto también abrirse un camino que ningún navegante había conocido hasta entonces; pero se guardó bien de dar a conocer este atrevido proyecto temiendo que se procurase disuadirle en vista de los peligros que había de correr, y que le desanimasen las tripulaciones… Entre las otras virtudes que concurrían en él, era la más permanente… su fortaleza para resistir el hambre mejor que todos, así como que conocía las cartas náuticas y navegaba como nadie en el mundo. Y se verá la verdad de esto abiertamente, ya que ninguno se ingenió ni se atrevió hasta conseguir dar una vuelta a ese mundo según él ya casi la había dado”.

Esta consideración casi heroica que el autor sostiene sobre Magallanes se mantiene aún después de la muerte del capitán general en Filipinas. Desde entonces, Pigafetta asienta en plural todos los informes sobre las decisiones tomadas. Y, sorprendentemente, Sebastián Elcano, marino español que logrará el retorno de la expedición en1522, no es mencionado ni una sola vez en toda su crónica.

En cuanto al relato del cruce del Pacífico, este se asemeja a una ”odisea”. En esos días el autor registra los sentimientos de sufrimiento, desventura y frustración que transcurren en la rutina de una ilimitada soledad entre cielo y mar: “sumiéndonos en el mar pacífico. Estuvimos tres meses sin probar clase alguna de viandas frescas. Comíamos galleta: ni galleta ya, sino su polvo con los gusanos a puñados, porque lo mejor habiánselo comido ellos, olía endiabladamente a orines de rata. Y bebíamos agua amarillenta, putrefacta de muchos días completando nuestra alimentación los cuero de buey,… del palo mayor,… pieles más que endurecidas por el sol, la lluvia y el viento”.

Y también describe el escorbuto y la muerte: “… ésta era la peor. Les crecían a algunos las encías sobre los dientes… hasta que de ningún modo les era posible comer: que morían de esta enfermedad”.

En contraposición, durante el recorrido por las islas del extremo oriente, Pigafetta registrala evidencia de una gran riqueza seguramente con el objeto de estimar contactos comerciales beneficiosos: “El rey de Burne posee dos perlas del tamaño de los huevos de gallina… Crece en aquella isla (Borneo) el alcanfor, especie de bálsamo que brota entre los árboles, su piel es tan tenue como la de las cebollas…En todos estos países de Maluco, hállanse clavo, jengibre, sagu…, arroz, cabras, gansos, gallinas, cocos, higos, almendras más gordas que las de Europa, manzanas…, naranjas, limones, patatas, miel… caña de azúcar, aceite de coco y de ajonjolí, melones, sandías, calabazas, …”.

Y también confirma el cumplimiento del objetivo del viaje. “… el miércoles 6 de noviembre… dimos gracias a Dios y, por júbilo, descargamos la artillería toda. No era para maravillar a nadie que nos sintiésemos tan alegres, porque habíamos consumido veintiséis meses menos dos días en encontrar Maluco”.

La tercera parte de la obra de Pigafetta, correspondiente a la etapa oriental del viaje, está repleta de fantásticas representaciones, muchas de ellas provenientes de rumores: “Y después, la Gran China. Es su rey el mayor del mundo; … alrededor de su palacio hay siete cercos de muralla, y en cada uno de los espacios entre cerco y cerco, diez mil hombres, que montan su guardia hasta que, cuando una campana suena, vienen otros diez mil a relevarlos…. Cada una de las siete murallas tiene una puerta… En el palacio hay setenta y nueve salas por las que sólo circulan las mujeres que sirven al rey…. Una está recubierta de metales, así por abajo como por arriba; otra, de plata; otra, por completo de oro; la última, de perlas y piedras preciosas. … Todas esas cosas, y más, de dicho rey nos las explicó un moro; él las había visto”.

Durante el regreso a España, Pigafetta detalla la cautelosa navegación que los expedicionarios debieron realizar para no ser capturados en la ruta que, bordeando la costa africana, estaba dominada por los portugueses. Y también asienta la rigurosidad de las agitaciones climáticas al sur del Índico: “… martes 11 de febrero de 1522, partiendo de la isla de Timor, nos adentramos en el océano… Antes de doblar el cabo de Buena Esperanza permanecimos nueve semanas frente a él, arriadas las velas, por el viento occidental y mistral en la proa y tempestades pavorosas… sin repostar los víveres durante dos infinitos meses. … temiendo que enviasen carabelas a detenernos, …”

 

Por fin, la entrada en España transmite la imagen de una procesión que ha culminado luego de una desesperante travesía: “El sábado 6 de septiembre de 1522, entramos en la bahía de Sanlúcar; no éramos ya más que dieciocho, … El lunes 8 de septiembre echamos anclas junto al muelle de Sevilla y disparamos toda la artillería. El martes saltamos todos a tierra, en camisa y descalzos, … y fuimos a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria ya la de Santa María de la Antigua, como lo habíamos prometido en los momentos de angustia.

En octubre de 1522, Sebastián Elcano junto a otros tripulantes se presentaron frente al juez para informar de su viaje. Allí el secretario del rey, Maximiliano Transilvano, relevó todo lo expuesto por los informantes y lo publicó en 1523. También Pedro de Anglería, miembro del Consejo de Indias, escribió una carta al papa Adriano VI, acerca de lo escuchado a los sobrevivientes. Con estos dos relatos, España dio a conocer las noticias de la primera circunnavegación a su favor y por uno de los suyos.

 

EL CORONAVORIS SUSPENDIÓ TODO

La ciudad de San Julián tenía todo listo para la misa y los festejos del 1 de abril. El miércoles 11 de marzo, la gobernadora Alicia Kirchner decretó, en sintonía con el Gobierno Nacional, la suspensión de todos los actos en lo que hubiera masiva concurrencia. Ahora, todos en casa.

En cambio, la crónica de Pigafetta, complementado con la bitácora técnica de Francisco Albo, constituye el único relato de la experiencia humana vivida por protagonistas directos. El mismo autor cree tan valiosa su obra que al regresar informa su “tesoro”: Partiendo de Sevilla, pasé a Valladolid, donde presenté a la sacra Majestad de Don Carlos no oro ni plata, sino cosas para obtener mucho aprecio de tamaño señor. Entre las otras, le di un libro, escrito por mi mano, con todas las cosas pasadas, día a día, en nuestro viaje”.

Antonio Pigafetta escribió minuciosamente lo que vio reuniendo datos de la geografía, de la flora, de la fauna y de los habitantes de los distintos lugares que la expedición magallánica visitó. Relató la vida a bordo con todas sus penurias y, si bien algunos estudiosos han relativizado el texto por considerarlo una versión exagerada del viaje, debemos ser prudentes para comprender el asombro del “encuentro” entre su percepción renacentista y europea con unas realidades desconocidas. La reivindicación de su narrativa llegó de la mano de Gabriel García Márquez quien en su discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura en 1982 expuso: “Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo… Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen. Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos”.

LA PRIMERA MISA

Hace exactamente 500 años que se celebró la primera Eucaristía. Los expedicionarios, según relatos de la época, sentían la necesidad de poner toda su vida en manos de Dios para seguir adelante. Prepararon un altar en las orillas de San Julián donde el padre Pedro de Valderrama presidió la misa. A los pocos días, estalló entre los miembros de la tripulación una traición que llevó a Magallanes a tomar decisiones drásticas: sentenció a muerte a varios, y a otros los abandonó en una isla desierta. Como consecuencia del motín, su cabecilla, el capitán del barco San Antonio y veedor general de la flota, Juan de Cartagena, fue abandonado junto al clérigo Pedro Sánchez de la Reina. Antonio Pigafetta, recuerda que en esa zona levantaron una cruz en una montaña cercana que llamaron Monte de Cristo ”y tomamos posesión de esta tierra en nombre del rey de España”.

En el marco de la conmemoración de los 500 años de la primera circunnavegación del mundo comandada por Fernando de Magallanes y concluida por Sebastián Elcano, analizamos el registro del viaje realizado por Antonio Pigafetta. Este navegante se incorporó como cronista de la expedición según las instrucciones que el propio capitán Magallanes le había establecido. Sus apuntes comenzaron el mismo día de la partida de la flota de cinco naves, ocurrida el 10 de agosto de 1519 en Sevilla y finalizaron el 8 de septiembre de 1522 cuando 18 sobrevivientes regresaron al mismo muelle en una única nao, la Victoria. De tal manera su relato se constituye en la fuente más valiosa producida por un testigo directo, que nos permite reconstruir aquel primer itinerario alrededor del mundo.

En 1519 el italiano Antonio Pigafetta se hallaba en España acompañando a Francisco Chiericato, delegado del papa León X en la corte de Carlos I, cuando tuvo noticias de la preparación de la “Flota de las Molucas” encargada a Fernando de Magallanes. Decidió unirse a ella compartiendo el objetivo de llegar a Oriente navegando siempre hacia Occidente. Del siguiente modo dejó asentada la índole de su tarea y las circunstancias que lo llevaron a embarcarse: “Por los libros que yo había leído y por las conversaciones que tuve con los sabios que frecuentaban la casa del prelado, supe que navegando por el Océano se veían cosas maravillosas y me determiné a asegurarme por mis propios ojos de la veracidad de todo lo que se contaba, para a mi vez contar a otros mi viaje, tanto para entretenerles como para serIes útil y lograr al mismo tiempo hacerme un nombre que llegase a la posteridad”.

 

Verdaderamente logró la celebridad a través de su diario publicado en 1536. El mismo no ha llegado en versión original hasta nuestros días, aunque sí se conservan cuatro copias: una en italiano, en la Biblioteca Ambrosiana de Milán y tres en francés atesoradas, dos de ellas, en la Biblioteca Nacional de Francia y una en la de la Universidad de Yale en Estados Unidos.

Esta última versión es la más completa de las cuatro. Contiene 23 mapas maravillosamente trazados, aunque su valor trasciende la referencia cartográfica y también las noticias de personas y ambientes al ofrecer una interpretación del “nuevo mundo” a los hombres de la Europa del siglo XVI y de todos los tiempos. Por ello su narración ha tenido el impacto de una fuente documental para investigaciones históricas concretas.

Seguramente el autor encuadraba sus experiencias individuales y colectivas en los convencionalismos y criterios de su tiempo. Por ello recurría a las metáforas toda vez que la realidad no se contenía en lo conocido: “La vela es de hojas de palma, cosida para formar una al modo que la latina. Por timón usan una especie de pala como de horno, cuya asa cruza un barrote”.

Pigafetta intentó acercar el lector europeo al exótico y ajeno “mundo nuevo” y lo hizo detallando lo que los expedicionarios vieron: “Da también la palmera el ya mencionado fruto del coco. Es éste, más o menos grande como una cabeza humana… Debajo… viene una pulpa endurecida blanca, de un dedo de espesor, que comen fresca con la carne del pescado, … que al paladar recuerda la almendra… Cuando les interesa disponer de aceite, dejan que se pudran pulpa y agua, las hierven después y sale un aceite como mantequilla”.

Incluso se aprecia una rudimentaria pero trascendente labor del autor como lingüista al asentar la traducción de vocablos autóctonos con la intención de establecer comunicación con los pueblos originarios de cada lugar: “habitan en ciertas casas amplias llamadas “bohíos”, y duermen en redes de algodón que denominan “hamacas”,… Poseen barcas de una sola pieza…, llamadas “canoas”.

Las exploraciones de la época se esforzaron en dejar una descripción más textual que gráfica, no obstante, la crónica de Pigafetta, consiguió estimular la imaginación europea. Por ejemplo, la referencia a los gigantes de Patagonia “dos veces más altos que los europeos, y vestidos con ‘pieles de ani­males’, (…) y tenían las caras pintadas”, sirvió para el trazado del mapamundi realizado por Sebastián Caboto, cerca del 1544.

De todos modos, en la crónica de Pigafetta, la descripción de ambientes desconocidos, tan exagerada como auténtica, parece ser parte de una pretensión a nombrar hombres y entornos por vez primera. Y, a la vez, revela la intencionalidad de incorporar a esos hombres tanto americanos como del extremo oriente, a la identidad espiritual del mundo europeo: “Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. …Este hombre era tan alto que le pasábamos de la cintura. … Su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, … Pasó algunos días en nuestra compañía, habiéndole enseñado a pronunciar el nombre de Jesús, la oración dominical, etc., lo que logró ejecutar tan bien como nosotros, aunque con voz muy recia. Al fin le bautizamos dándole el nombre de Juan… Nuestro capitán llamó a este pueblo patagones”.

Por su parte, la superioridad de armas y armaduras queda destacada como elemento central de dominio: “Le enseñó todas las armas de fuego, incluso la artillería gruesa, y mandó tirar algunos cañonazos, de que se espantaron los isleños. Hizo armarse a uno de los nuestros con todas las piezas de la armadura, y ordenó a tres hombres que le diesen sablazos y le apuñalasen para demostrar al rey que nada podía herir a un hombre armado de esta manera”.

La mirada de Pigafetta expuesta en su narrativa, también manifiesta el aprovechamiento de cualquier circunstancia propicia para los europeos: “Estos pueblos son en extremo crédulos y bondadosos, y sería fácil hacerles abrazar el cristianismo… Desde hacía dos meses reinaba en el país una gran sequedad, y como sucedió que en el momento de nuestra llegada envioles lluvias el cielo, no dejaron de atribuirlas a nuestra presencia”.

De igual modo se consignan los intercambiosfavorables a los expedicionarios e imprescindibles para su reabastecimiento: “Realizamos aquí excelentes negociaciones: por un anzuelo o por un cuchillo, nos daban cinco o seis gallinas; dos gansos por un peine; por un espejo pequeño o por un par de tijeras, obteníamos pescado suficiente para alimentar diez personas; por un cascabel o una cinta, los indígenas nos traían una cesta de patatas, nombre que se da a ciertas raíces que tienen más o menos la forma de nuestros nabos y cuyo gusto se aproxima al de las castañas”.

Lo desconocido para Pigafetta y sus compañeros, tiene un espacio privilegiado, en particular, en la percepción de una naturaleza sorprendente y maravillosa: “Este estrecho tiene de largo 110 leguas, que son 440 millas y un ancho, más o menos, como de media legua y va a desembocar en otro mar, llamado Mar Pacífico, circundado de montañas altísimas con copetes de nieve… Y si no fuese por el capitán general, nunca habríamos navegado aquel estrecho; porque pensábamos todos y decíamos que todo se nos cerraba alrededor… Llamamos a ese estrecho el “Estrecho Patagónico”; en el cual, se encuentran, cada media legua, puertos segurísimos, inmejorables aguas, leña… peces, sardinas, mejillones y apio… No creo haya en el mundo estrecho más hermoso ni mejor”.

A veces esa naturaleza resultaba impiadosa con los navegantes magallánicos, refugiados exclusivamente en su fe, sus visiones y en su inquebrantable tesón: “Durante las horas de borrasca, vimos a menudo el Cuerpo Santo, es decir, San Telmo. En una noche muy oscura, se nos apareció como una bella antorcha en la punta del palo mayor, donde se detuvo durante dos horas, lo que nos servía de gran consuelo en medio de la tempestad”. Y sobre el río Santa Cruz deja asentado: “… hacia los 50° 40’ de latitud sur, vimos un río de agua dulce en el cual entramos. Toda la escuadra estuvo ahí a punto de naufragar, a causa de los vientos deshechos que soplaban y embravecían el mar; más Dios y los Cuerpos Santos nos socorrieron y nos salvaron. Pasamos ahí dos meses para abastecer las naves de agua y de leña”.

Las manifestaciones de una navegación de extrema rigurosidad son superadas por las referencias a la pericia del líder de la expedición, admirado por Pigafetta de modo excluyente: “El capitán general Fernando de Magallanes había resuelto emprender un largo viaje por el Océano, donde los vientos soplan con furor y donde las tempestades son muy frecuentes. Había resuelto también abrirse un camino que ningún navegante había conocido hasta entonces; pero se guardó bien de dar a conocer este atrevido proyecto temiendo que se procurase disuadirle en vista de los peligros que había de correr, y que le desanimasen las tripulaciones… Entre las otras virtudes que concurrían en él, era las más permanente… su fortaleza para resistir el hambre mejor que todos, así como que conocía las cartas náuticas y navegaba como nadie en el mundo. Y se verá la verdad de esto abiertamente, ya que ninguno se ingenió ni se atrevió hasta conseguir dar una vuelta a ese mundo según él ya casi la había dado”.

Esta consideración casi heroica que el autor sostiene sobre Magallanes se mantiene aún después de la muerte del capitán general en Filipinas. Desde entonces Pigafetta asienta en plural todos los informes sobre las decisiones tomadas. Y, sorprendentemente, Sebastián Elcano, marino español que lograra el retorno de la expedición en 1522, no es mencionado ni una sola vez en toda su crónica.

En cuanto al relato del cruce del Pacífico, este se asemeja a una ”odisea”. En esos días el autor registra los sentimientos de sufrimiento, desventura y frustración que transcurren en la rutina de una ilimitada soledad entre cielo y mar: “sumiéndonos en el mar pacífico. Estuvimos tres meses sin probar clase alguna de viandas frescas. Comíamos galleta: ni galleta ya, sino su polvo con los gusanos a puñados, porque lo mejor habíanselo comido ellos, olía endiabladamente a orines de rata. Y bebíamos agua amarillenta, putrefacta de muchos días completando nuestra alimentación los …cuero de buey, … del palo mayor, … pieles más que endurecidas por el sol, la lluvia y el viento”.

Y también describe el escorbuto y la muerte: “… ésta era la peor. Les crecían a algunos las encías sobre los dientes… hasta que de ningún modo les era posible comer: que morían de esta enfermedad”.

1ª. Entrega
Navegar hacia el Oeste

En contraposición, durante el recorrido por las islas del extremo oriente, Pigafetta registra la evidencia de una gran riqueza seguramente con el objeto de estimar contactos comerciales beneficiosos: “El rey de Burne posee dos perlas del tamaño de los huevos de gallina… Crece en aquella isla (Borneo) el alcanfor, especie de bálsamo que brota entre los árboles, su piel es tan tenue como la de las cebollas… En todos estos países de Maluco, hállanse clavo, jengibre, sagu…, arroz, cabras, gansos, gallinas, cocos, higos, almendras más gordas que las de Europa, manzanas…, naranjas, limones, patatas, miel… caña de azúcar, aceite de coco y de ajonjolí, melones, sandías, calabazas, …”.

Y también confirma el cumplimiento del objetivo del viaje. “… el miércoles 6 de noviembre… dimos gracias a Dios y, por júbilo, descargamos la artillería toda. No era para maravillar a nadie que nos sintiésemos tan alegres, porque habíamos consumido veintiséis meses menos dos días en encontrar Maluco”.

2ª. Entrega.
Navegar el estrecho

La tercera parte de la obra de Pigafetta, correspondiente a la etapa oriental del viaje, está repleta de fantásticas representaciones, muchas de ellas provenientes de rumores: “Y después, la Gran China. Es su rey el mayor del mundo; … Alrededor de su palacio hay siete cercos de muralla, y en cada uno de los espacios entre cerco y cerco, diez mil hombres, que montan su guardia hasta que, cuando una campana suena, vienen otros diez mil a relevarlos…. Cada una de las siete murallas tiene una puerta… En el palacio hay setenta y nueve salas por las que sólo circulan las mujeres que sirven al rey…. Una está recubierta de metales, así por abajo como por arriba; otra, de plata; otra, por completo de oro; la última, de perlas y piedras preciosas. … Todas esas cosas, y más, de dicho rey nos las explicó un moro; él las había visto”.

Durante el regreso a España, Pigafetta detalla la cautelosa navegación que los expedicionarios debieron realizar para no ser capturados en la ruta que, bordeando la costa africana, estaba dominada por los portugueses. Y también asienta la rigurosidad de las agitaciones climáticas al sur del Índico: “… martes 11 de febrero de 1522, partiendo de la isla de Timor, nos adentramos en el océano… Antes de doblar el cabo de Buena Esperanza permanecimos nueve semanas frente a él, arriadas las velas, por el viento occidental y mistral en la proa y tempestades pavorosas… sin repostar los víveres durante dos infinitos meses. … temiendo que enviasen carabelas a detenernos, …”.

Por fin, la entrada en España transmite la imagen de una procesión que ha culminado luego de una desesperante travesía: “El sábado 6 de septiembre de 1522, entramos en la bahía de Sanlúcar; no éramos ya más que dieciocho, … El lunes 8 de septiembre echamos anclas junto al muelle de Sevilla y disparamos toda la artillería. El martes saltamos todos a tierra, en camisa y descalzos, … y fuimos a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la de Santa María de la Antigua, como lo habíamos prometido en los momentos de angustia.

3ª. Entrega
Navegar el Pacífico y regresar a España

El extremo sur de Argentina y Chile según el mapa dibujado por Pigafetta (Biblioteca Ambrosiana, Milán)

En octubre de 1522, Sebastián Elcano junto a otros tripulantes se presentaron frente al juez para informar de su viaje. Allí el secretario del rey, Maximiliano Transilvano, relevó todo lo expuesto por los informantes y lo publicó en 1523. También Pedro de Anglería, miembro del Consejo de Indias, escribió una carta al papa Adriano VI, acerca de lo escuchado a los sobrevivientes. Con estos dos relatos, España dio a conocer las noticias de la primera circunnavegación a su favor y por uno de los suyos.

En cambio, la crónica de Pigafetta, complementado con la bitácora técnica de Francisco Albo, constituye el único relato de la experiencia humana vivida por protagonistas directos. El mismo autor cree tan valiosa su obra que al regresar informa su “tesoro”: Partiendo de Sevilla, pasé a Valladolid, donde presenté a la sacra Majestad de Don Carlos no oro ni plata, sino cosas para obtener mucho aprecio de tamaño señor. Entre las otras, le di un libro, escrito por mi mano, con todas las cosas pasadas, día a día, en nuestro viaje”.

Antonio Pigafetta escribió minuciosamente lo que vio reuniendo datos de la geografía, de la flora, de la fauna y de los habitantes de los distintos lugares que la expedición magallánica visitó. Relató la vida a bordo con todas sus penurias y, si bien algunos estudiosos han relativizado el texto por considerarlo una versión exagerada del viaje, debemos ser prudentes para comprender el asombro del “encuentro” entre su percepción renacentista y europea con unas realidades desconocidas. La reivindicación de su narrativa llegó de la mano de Gabriel García Márquez quien en su discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura en 1982 expuso: “Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo… Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen. Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos”.

Las autoras

* María Teresa Maffeis. Es profesora en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y egresada del Programa de Actualización en Historia Contemporánea de la Universidad Torcuato Di Tella. Docente universitaria y secundaria. Ex Coordinadora del Programa de Equidad Educativa y Asesora de la Secretaría de Educación del Ministerio de Educación de la Nación, de la Subsecretaría de Cultura de la Nación y de la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina.

* Manna de Cárcamo Teresita. Es Licenciada en Historia (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación – Universidad Nacional de La Plata). Ex Subsecretaria de Cultura de la Provincia de Santa Cruz. Delegada Provincial del Fondo Nacional de las Artes. Profesora Adjunta de las Cátedras: Historia Contemporánea e Historia Medieval (UNPA / UARG)

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